Camino a palacio

Medio ambiente Secretos del Parque Nacional

Recorrido por la finca de los González-Gordon en Doñana y la casa en la que Alfonso XIII 'vivió' como un rey

Camino a palacio
Camino a palacio
Arantxa Cala / Jerez

18 de marzo 2012 - 01:00

Y entonces, la desembocadura del Guadalquivir se abre, como hizo el mar Rojo. Dos enormes paredes de agua construyen el sendero que conduce desde Bajo de Guía hasta Doñana. Por él corretean libremente los niños y cruzan al Parque que se ve desde la otra orilla y que ellos tenían como un lugar enigmático, tan cercano y tan lejos a la vez. Pero Manuel se despierta, el sueño se acaba, pero el paraíso permanece.

Casi es primavera. Llegan frescas las brisas de océano y río a la barcaza que lleva al otro lado. En cuestión de minutos se alcanza el destino. Las más de 54.000 hectáreas que ocupa el Parque Nacional de Doñana era en la época tartésica el lago Ligustinus, luego Marismas del Guadalquivir, en el que historiadores y arqueólogos como Adolf Schülten intentaron encontrar Tartessos. Desde sus dunas móviles seguramente divisaba Marco Rufo Faesto Avieno la belleza del entorno, geógrafo griego encargado de recoger el perfil de la costa y del lago y de cuyo empeño nació la obra 'Oda Maritime'. La misma luz, el mismo azul que hoy. Días de marzo.

Tierras que han sido siempre cazaderos reales, al no ser aptas para la agricultura, inauguradas en su función por Alfonso X, allá por 1262. Sancho IV 'El Bravo' dona las tierras comprendidas entre el Guadalquivir y el Caño de la Raya a Alfonso Pérez de Guzmán por la heroica defensa de Tarifa. Por sucesiones directas, serán propiedad de la casa de Medina Sidonia durante más de tres siglos. Comienza así el dominio señorial, los primeros límites y acotaciones, la prohibición de cualquier aprovechamiento que perjudicara la caza. Y en 1477, Fernando 'El Católico' nombra estas tierras Coto Real. El uso cinegético se consolida hasta principios del siglo XV. Ya en 1589 Ana Gómez de Silva de Mendoza, hija de la Princesa de Éboli, se retira a vivir en el Coto que comienza entonces a llamarse Bosque de Doña Ana. Un palacio que su esposo, Alfonso Pérez de Guzmán VII, construye para ella junto a las marismas, en pleno corazón del monte, según la 'Guía de visita del parque Nacional de Doñana' de Amelia Castaño, Jesús Mateos y María Luisa Rivera. Por 1737 se consolidan tres usos del Parque: la explotación forestal del bosque, el mantenimiento de las dehesas y pastos para la ganadería y el fomento del Coto como cazadero. A mediados de 1800 se despierta el interés científico. En 1897 Guillermo Garvey adquiere parte del Coto al duque, que pasa en 1900 a María Medina Garvey. Se arregla el Palacio de Doñana y se construye el de Marismillas, se introducen nuevas especies animales, se replantan pinares, se organizan monterías con la asistencia durante 16 años del Alfonso XIII y se subvencionan las excavaciones de Schülten en el Cerro del Trigo. En 1940, Salvador Noguera, el marqués del Mérito y Manuel María González-Gordon compran 17.000 hectáreas de la parte norte del Coto y constituyen la Sociedad de Cinegética del Coto del Palacio de Doñana.

En 1952, el científico J. A. Valverde propone la internacionalización de la propiedad de Doñana, en el Congreso Ornitológico Internacional. Comienzan entonces las 'Doñana Expeditions', destinadas a estudiar la flora y fauna del Coto, que fomentarán la conciencia conservacionista. El Gobierno de Franco pretende entonces la repoblación de la zona con eucaliptos y la expropiación de la parte norte de Doñana. Los propietarios, para evitarlo, se ven obligados a dicha repoblación. Sin embargo, en 1953, Manuel María González-Gordon y Mauricio González-Gordon Díez, con la colaboración del profesor Francisco Bernis, envían una carta en la que advierten al general del grave perjuicio que supondrían los eucaliptos en la zona, y la iniciativa se archiva. En 1963, el Estado con la colaboración del Fondo Mundial para la Conservación de la Naturaleza (WWF) adquiere cerca de 7.000 hectáreas y crean la Reserva Biológica de Doñana. En 1969 nace como Parque Nacional, que será ampliado. En 1979, el Instituto para la Conservación de la Naturaleza (Icona) nombra a Manuel María González-Gordon Guarda Mayor Honorario de Doñana en reconocimiento a su labor de conservación. En 1994, el Coto es nombrado Patrimonio de la Humanidad.

Hoy, la familia González-Gordon sigue siendo propietaria de una parte de los terrenos de Doñana, 'El Puntal', en la que se asienta el Palacio de Doñana, aunque sujeta, claro, a las normas del Parque y con "una gran conciencia conservacionista". De hecho, nació recientemente la Fundación Jaime González-Gordon en defensa de la naturaleza de la que forman parte como patronos el Obispado, el exdirector del Zoo, Manuel Barcell, y los sobrinos de Jaime. Éste último es el presidente de la entidad e hizo de guía días atrás a este Diario en una cruzada a través del Parque hacia el palacio. Un paseo para unos pocos privilegiados, que muestra parte de la belleza del Coto y algunos de sus secretos. También acompañan una clase de 4º de Eso de la Compañía de María de Jerez, ganadora del premio de la Fundación por un trabajo de intervención en el medio ambiente en el propio colegio.

Conchas y 'corazas' de coquinas castañetean aplastadas por las ruedas del todoterreno. Se quedan incrustadas en la arena como porcelana rota. Son una veintena de kilómetros a lo largo de una playa eterna hasta llegar a la Torre Carbonero, que hacía antaño las labores de vigía, junto a otras similares en la costa. Hasta aquí llegan cuerdas vomitadas por el mar que Jaime recoge y lleva a su casa de Jerez, "porque para algo me servirán". Tierra adentro, el parque nos absorbe. Un extraño paisaje de arena y pinos conforman un laberinto. Por el camino se aparecen 'los santos', troncos de árboles muertos que fueron devorados por las dunas y de los que sólo quedan ahora estos esqueletos de formas fantasmagóricas. Parada en un cortafuego. Desde los lomos de una gigantesca duna se divisa el resto del mundo, parte de él. El visitante siente lo mismo que hubo de sentir Marco Rufo, aunque éste lo hizo desde el agua, cuando a lo lejos veía la figura de la mujer muerta de la Sierra de Grazalema, más tarde identificada por Schülten. Quizás, uno de los balcones más bonitos desde los que se habría asomado a lo largo de toda su vida. La duna abre sus fauces y engulle muy lentamente el mar de pinos, que intenta resistirse al ataque. Es cuestión de décadas, pero serán enterrados, además la falta de lluvia aligera el proceso.

El paisaje de Doñana no es el habitual en estas fechas casi primaverales. La escasa agua caída ha dejado las marismas secas y los animales las atraviesan a la búsqueda desesperada de hierba fresca y líquido. Muchos de ellos tienen sentencia de muerte antes de verano, si las lluvias no llegan. Camino al palacio, se presentan jabalíes, gamos, venados, tortugas moras, ciervos, pequeños habitantes y de repente, la laguna 'Sopetón', por eso mismo, porque aparece de repente. En ella, unas plataformas permiten controlar la población de tortugas. "Doñana, que tanto depende del nivel hídrico, está viviendo un año complicado. Aves provenientes del norte de Europa paran en su viaje al hemisferio sur, en las marismas holandesas, en las de Doñana, Mauritania, Gambia, Senegal hasta llegar a los cuarteles de invierno. Éste es uno de los pocos reductos en los que ha sobrevivido el lince ibérico, especie amenaza, y refugio también del águila imperial...", cuenta Barcell en el trayecto.

Jaime conoce bien el terreno que pisa, aunque confiesa que es "un poco torpe para seguir una vereda". En Doñana ha pasado momentos muy felices, sobre todo, con su mujer, Elisa, "aunque no duermo en el Parque desde que murió el guarda de la finca, Antonio Chico, hace ya más de 11 años. Era mi segundo padre. Su viuda, Antonia, sigue viviendo aquí, sola, con 91 años. Y es que cuando vengo, algo me falta", cuenta Jaime, que aunque asegura que "un día fuera de Jerez es una día perdido", ha disfrutado tanto de Doñana "que lo último que haría sería deshacerme de la finca". Pero viendo el paisaje, muchos parafrasearían a Paco de Lucía con la dedicatoria que dejó el guitarrista en una de las botas de González Byass: ¿por qué no me puedo quedar a vivir aquí?". "Con la Fundación quiero que Doñana se conservara lo mejor posible y que los políticos se metieran lo menos posible. Quiero transmitir los valores de la Fundación a generaciones futuras. Soy positivo y creo que la crisis nos va a traer tiempos mejores", concluye. Durante la charla, unas mariposas se posan en una botella de 'Solera 1847' para beber su néctar.

Ahora es José Bernal el guarda de la finca, en la que lleva más de 30 años, junto a su mujer, Caridad. Ambos viven en el palacio. Le encanta recorrer la zona a caballo, más que en coche. Nacido en Sanlúcar, llegó a Doñana con seis días de vida, hasta hoy. Allí se ha criado él y muchas generaciones de Bernal, hasta que los colonos tuvieron que emigrar. "He tenido ofertas de otros trabajos y no me he ido de Doñana. Esto tiene que gustar, porque un día tras otro se hace duro". Y lo que menos le gusta a José de Doñana..., "lo que están haciendo con ella, por la gestión de la propia gente que trabaja aquí, que algunos en el tema de la biología se toman la justicia por su mano y no respetan nada. El Rocío es algo puntual, aunque el impacto de esos días es grande porque las vías pecuarias las dejan bastante sucias. Yo a Doñana la quiero muchísimo. Si estuviera en mi mano, criaría conejos, que es lo que le ha dado vida al Parque y que han existido toda la vida de Dios". José advierte que si no llueve se van a perder animales en diciembre de este año por la falta de hierba. En ese momento, un gamo se tumba en un lecho de juncos, incapaz de correr ante la presencia de humanos. Está flaco, enfermo. Seguramente, no llegue a verano.

Antonia, la viuda de Chico, también es sanluqueña y vive en una casa pegada al palacio. Su padre hacía carbón en el pinar y se crió con su familia en Doñana, donde conoció a su marido. Se hicieron novios "cuando la guerra", empezaron a escribirse y las cosas que pasan, se enamoraron. Se casó con 21 años y ha sido madre de cinco hijos, uno ya fallecido. De bichos y plantas sabe Antonia un rato. Sin miedo a nada, duerme muy tranquila en su casita y los fines de semana se marcha con sus hijos. "Como aquí, no vivo en el pueblo porque allí me aburro". Reconoce que la familia González-Gordon es también su familia, "nos queremos mucho".

El Palacio de Doñana es un museo del tiempo. Desde el propio baño, con una gigantesca bañera de patas de león, hasta el pasillo que lleva a las habitaciones. El antiguo dormitorio de Alfonso XIII se ha reconvertido en un amplio salón con una generosa chimenea. Allí mismo, una placa recuerda quién pisó tantas veces aquella real estancia. De hecho, el cabecero de su cama es ahora un banco, porque Manuel María "no quería que nadie durmiera en ella". Fotografías antiguas, un cañón patero, lanzas para jabalíes, armarios con recuerdos... Olor a historia. En el patio, un hermoso palmito de tres brazos, plantado por Felipe González en 1992, da la bienvenida. La parte de la finca que corresponde a Jaime la cederá en su día a la Fundación, "para que el futuro sea más prolongado".

A lo largo de los tiempos han pasado por Doñana casi todos los reyes, Austrias, Borbones y personajes históricos, artistas, literatos, cazadores... Felipe IV mató un toro con un arcabuz desde uno de los balcones, Felipe V visita Doñana en 1729, Francisco de Goya pinta en el Coto a la Duquesa de Medina Sidonia (1797), la emperatriz Eugenia de Montijo, esposa de Napoleón III, visita las tierras (1863).... Así, hasta los Reyes Don Juan Carlos y Doña Sofía, sus hijos, los presidentes Felipe González, José María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero. "Felipe (González) nos preguntó en su visita si habíamos pasado mucho miedo cuando ellos entraron en el Gobernar. No respondimos, pero le reconocí la labor extraordinaria que habían hecho en la Transición", ríe Jaime. Con Aznar hubo poco contacto y a Zapatero fue a quien le confesó que un día de Jerez es un día perdido, frase que asegura que copió el presidente. Alguna vez ha dicho Jaime que cuando viaja a África, es cuando más cerca de Dios se siente. ¿Le ocurre lo mismo en Doñana? "Sin duda, estar en el campo me eleva. Creo que Doñana está casi tan cerca", responde.

De regreso, las aulagas, alimento esporádico de los venados, le ponen color amarillo al trayecto, que es la mitad de la tierra firme de Doñana y en la que se puede conocer la mayoría del ecosistema del Parque. El palacio se queda atrás. El camino de arena parece de seda, un blanco roto. Llega la zona de Marismillas, la cara más conocida de Doñana. A la izquierda, antes de alcanzar la orilla, el Lucio del Membrillo, que debía estar inundado. Como un campeón, el coche no se clava en el Cerro de los Ánsares, como suele ocurrirles a muchos vehículos en el Rocío. Algunas vacas kamikazes atraviesan el camino. Presumen. Quizás son descendientes de las buenas reses retintas del monstruoso Gerión, robadas por Hércules en su décimo trabajo.

En la orilla, el barco espera. No se abren las aguas, como inventaba Manuel, que es ahora todo un señor y experto en Doñana. Su subconsciente, en cierto modo, no le engañaba. El paraíso ha estado siempre más cerca de lo que él imaginaba.

stats