Vino, tragedia y polémica en'La bodega'
Vicente Blasco Ibáñez se enfrentó con su novela al poderío bodeguero de la época
A principios del siglo XX, el Marco de Jerez respiraba: Había superado el tremendo embate de la filoxera en sus viñas; los grandes bodegueros habían sobrevivido a las revueltas campesinas; el asalto de jornaleros sobre Jerez de 1892 había sido ferozmente reprimido; la secuela de la imaginaria Mano Negra se convirtió en arma contra los rebeldes, el negocio vinatero se encaminaba a épocas mucho más gloriosas y la ciudad era alegre y próspera. Y de pronto, estalló una conmoción, una bomba que removió las conciencias del mundillo bodeguero.
Nunca un simple libro daría tanto que hablar. 'La bodega', del que fue autor el escritor, periodista y político de hondas convicciones republicanas, el valenciano Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928), apareció en todas las estanterías del país el 27 de febrero de 1905 en una primera edición de la editorial Prometeo, de propiedad del autor de la celebrada 'Los cuatro jinetes del Apocalipsis'. Los sesudos estudiosos han pasado de puntillas por la obra del valenciano y su influencia en la ciudad; sospechamos bien los porqués. Y aunque 'La bodega' pueda ser polémica y hasta ofensiva para algunos, su lectura resulta amena, curiosa, brillante y aconsejable.
Desvelaré las visitas de Blasco Ibáñez a Jerez, de cómo se gestó el libro y de sus posteriores y divertidas situaciones. Para ello, me guiaré de las investigaciones de José Luis Jiménez, puede que la única persona que ha logrado poner en pie su paso por la campiña rastreando entre las páginas de la Prensa de la época y cruzando correspondencia con sus descendientes. Trabajo duro y arduo. Pero antes de entrar a saco, será mejor reposar los hechos y empezar desde el principio.
La primera ocasión en que Blasco Ibáñez pisa Jerez es en mayo de 1902. Lo hace en el tren correo de la tarde. Aquí se encuentra con los diputados republicanos Alejandro Lerroux y Rodrigo Soriano y, juntos, protagonizan un mitin en la plaza de toros ante unas cinco mil personas. Los diputados se alojaron en la fonda de Jerez, en la calle Naranjas, regentada entonces por los hermanos Ricca.
La prensa conservadora echó pestes del mitin, de la violencia antimonárquica, anticlerical y revolucionaria de los discursos, dispensando especial atención a Soriano, que "atacó sañudamente a una respetable casa", la todopoderosa Casa Domecq. Un día después, los tres partieron a Sanlúcar y la Sierra con la idea de continuar su campaña de agitación política.
Pero hay una visita posterior del valenciano, esta vez de carácter privado. Estamos en 1904. De nuevo el tren. Esperan en la estación el prestigioso cirujano Fermín Aranda, Fernández Caballero -destacados miembros de la Fraternidad Republicana Jerezana- y el abogado José Barrón Ferrera. Comen en casa de los Aranda, pasean por la ciudad y el escritor se aloja en el hotel Los Cisnes.
Blasco Ibáñez ya tenía concebido escribir la novela. Conocería la situación de la comarca, su dependencia del vino y las condiciones laborales de sus protagonistas. Formaba 'La bodega' una cuatrilogía que nunca acabó sobre la situación social en Cataluña, País Vasco y Andalucía.
Luego no cesó de viajar por la provincia: Estuvo en Sanlúcar junto a Aranda, Barrón y Manuel Moreno Mendoza, presidente de la Federación Obrera Andaluza, líder obrero, masón, sindicalista, futuro diputado a Constituyente y alcalde de Jerez, que influirá notablemente en el autor de 'Cañas y barro'. Visita las bodegas de José Hidalgo, las de Ivison y O'Neale. Ya en Jerez, lo hace en González Byass, donde estampa su firma en una bota y observa las tareas en los cortijos de Jedulilla y Casa Blanca, esta última propiedad del político conservador Conde de los Andes.
Vicente Blasco Ibáñez era ya un auténtico personaje. Le requerían para impartir conferencias o le paraban los 'braceros' del campo, pero el valenciano se refugiaba en su proyecto. Mantuvo contactos en pueblos de la serranía, apareció en Gibraltar, Algeciras, luego en Tánger y vuelta a Cádiz; y, de Cádiz, a Madrid.
Así nació 'La bodega'. La bodega maldita. El ambiente y los problemas del campo andaluz, vistos desde la perspectiva revolucionaria de su autor. 'La bodega' -es decir, el vino- es el protagonista colectivo, creado por Blasco Ibáñez sobre modelos 'zolescos'. El autor traslada la acción a principios del pasado siglo. Al inicio de los 90, la dirección de la compañía estaba entonces en manos de Pedro Domecq Núñez de Villavicencio, marqués de Domecq -hijo de Pedro Domecq Lustau, descubridor del brandy y primer Domecq que casa con una española-, arropado por sus hermanos.
Los Dupont (en clarísima alusión a los Domecq), ricos propietarios de una gigantesca bodega jerezana, obligan a sus obreros y empleados a asistir a todas las ceremonias religiosas que organizan bajo pena de despido. El joven Fermín Montenegro -empleado en las oficinas de la bodega- mantiene una actitud rebelde y participa de las ideas de un perseguido propagandista republicano, Fernando Salvatierra (a quien muchos quieren ver a Fermín Salvochea, alcalde republicano de Cádiz y uno de los principales propagadores del pensamiento anarquista), una especie de santón laico que predica entre los obreros las nuevas doctrinas sociales, el 'padre' de los pobres, como llama en la novela la gitana Alcapurrana. La novela concluye con la huida a América de Fermín Montenegro tras matar a Luis Dupont -prototipo del señorito andaluz juerguista- por haber deshonrado a su bellísima hermana María de la Luz en una juerga de vino y flamenco. Ésta, su novio Rafael -apareador del cortijo de Luis Dupont, la Matanzuela- y el padre de Fermín, capataz de la finca familiar, Macharmalo -casi idéntico a Macharnudo- embarcan también al Nuevo Mundo en busca de la paz y la felicidad que no han podido encontrar en su tierra. La posible tesis de la novela parece quedar expresada en estas líneas: "Aquella tierra era la del vino. Y Salvatierra, con su frialdad de sobrio, maldecía la influencia que ejercía sobre la gente el veneno alcohólico, transmitiéndose de generación en generación. La bodega era la moderna fortaleza feudal que mantenía a las masas en la servidumbre y la abyección".
Bueno, ¿y porqué Domecq? Si las relaciones entre los productores y los obreros y campesinos eran similares en la mayoría de las grandes compañías, ¿porqué centrar las iras en un negocio familiar cuya prosperidad había sido todo un ejemplo entre las suyas? ¡Uy!, aquí sí que hay mil versiones, que si no le dejaron pasar, que si le echó atrás una frase alusiva a la Virgen que observó al traspasar el acceso por la calle San Ildefonso... Aunque lo más probable es que se debiera al inmenso poder de la familia en todos los órdenes de la ciudad. Y de eso tuvo la oportunidad de conocer el valenciano por boca de Soriano en el mitin de 1902 en Jerez.
Blasco Ibáñez emplea una técnica rigurosamente naturalista al presentar ambientes y escenas. Leed, por ejemplo, estas líneas:
"En verano, durante la recolección, les daban un potaje de garbanzos, manjar extraordinario, del que se acordaban todo el año. En los meses restantes, la comida se componía de pan, sólo de pan. Pan seco en la mano y pan en la cazuela en forma de gazpacho fresco o caliente, como si en el mundo no existiera para los pobres otra cosa que el trigo. Una panilla escasa de aceite, lo que podía contener la punta de un cuerno, servía para diez hombres. Había que añadir unos dientes de ajo y un pellizco de sal, y con esto el amo daba por alimentados a unos hombres que necesitaban renovar sus energías agotadas por el trabajo y el clima.
Unos cortijos eran de pan por cuenta, y en ellos se daban tres libras por cabeza. Una telera de seis libras era el único alimento para dos días. Otros eran de pan largo, no había tasa, el gañán podía comer cuanto desease, pero el horno del cortijo sólo cocía cada diez días y las teleras cargadas de salvado eran tan ásperas y de tal modo se endurecían que el amo, echándola de generoso, salía ganando, pues nadie osaba hincarlas el diente, más que en la suprema desesperación del hambre.
Tres comidas tenían al día los braceros, todas de pan: una alimentación de perros. A las ocho de la mañana, cuando llevaban más de dos horas trabajando, llegaba el gazpacho caliente, servido en un lebrillo. Lo guisaban en el cortijo, llevándolo a donde estaban los gañanes, muchas veces a más de una hora de la casa, cayéndole la lluvia en las mañanas de invierno. Los hombres tiraban de sus cucharas de cuerno, formando amplio círculo en torno de él. Eran tantos, que para no estorbarse se mantenían a gran distancia del lebrillo. Cada cucharada era un viaje. Debían avanzar, encorvarse sobre el barreño, que estaba en el suelo, coger la cucharada y retirarse a la fila para devorar las sopas, de una tibieza repugnante. (...) Los hombres empezaban de pequeños el aprendizaje de la fatiga aplastante, del hambre engañada. A la edad en que otros niños más felices iban a la escuela, ellos eran zagales de labranza por un real y los tres gazpachos. En verano servían de rempujeros, marchando tras las carretas, cargadas de mies, como los mastines que caminan a la zaga de los carros, recogiendo las espigas que se derramaban en el camino y esquivando los latigazos de los carreteros que los trataban como a las bestias. Después eran gañanes, trabajaban la tierra, entregándose a la faena con el entusiasmo de la juventud, con la necesidad de movimiento y el alarde fanfarrón de fuerza, propios del exceso de vida. Derrochaban su vigor con una generosidad que aprovechaban los amos. Estos preferían siempre para sus labores la inexperiencia de los mozos y de las muchachas. Y cuando aún no habían llegado a los treinta y cinco años se sentían viejos, agrietados por dentro, como si se desplomase su vida, y comenzaban a ver rechazados sus brazos en los cortijos. (...) ¿Por qué habían de trabajar más? ¿Qué aliciente les ofrecía el trabajo?", se preguntaba siempre el viejo Zarandilla.
O la crudísima descripción del cobertizo de una gañanía:
"El aspecto de la gañanía, el amontonamiento de la gente, evocó en la memoria de Salvatierra el recuerdo del presidio. Las mismas paredes enjalbegadas, pero aquí menos blancas, ahumadas por el vaho nauseabundo del combustible animal, rezumando grasa por el continuo roce de los cuerpos sucios. Iguales escarpias en los muros, y colgando de ellas todo el ajuar de la miseria, alforjas, mantas, jergones destripados, blusas multicolores, sombreros mugrientos, zapatos pesados de innumerables remiendos con clavos agudos.
En el presidio cada uno tenía su petate, y en la gañanía sólo muy contados podían permitirse este lujo. Los más, dormían en esteras, sin desnudarse, descansando sus huesos doloridos por el trabajo sobre la tierra dura. El pan, la cruel divinidad que obligaba a aceptar esta existencia miserable, rodaba en pedazos por el suelo, o se exhibía en las escarpias, entre los harapos, en enormes teleras de seis libras, como un ídolo al que sólo se podía llegar después de un día de encorvamiento abrumador".
Como también destacan la descripción de una juerga con borrachera y trágico desenlace, o de una huelga de viñadores. Utiliza además la 'lección de las cosas': Blasco Ibáñez informa al lector del cultivo de la viña, como explica Fermín Salvatierra al sacerdote jesuita que debía bendecir las viñas de don Pablo Dupont con la asistencia obligada de los braceros en un día libre. O de la crianza de los caballos andaluces, que 'encomienda' a su personaje Rafael, quien le da las indicaciones al adorado revolucionario Salvatierra...
Desde Jerez, las críticas a la obra de Blas Ibáñez se sucedieron. Pero 'La bodega' nunca llegó a las librerías jerezanas. De forma misteriosa, se esfumaron las remesas de ejemplares que iban a ponerse a la venta.
Hay un misterio más: El director Benito Perojo adaptó 'La bodega' al cine en 1930. Se estrenó a nivel nacional en Sevilla, no siendo muy bien recibida por el público andaluz. Y no fue hasta noviembre de 1931, un año después, cuando se estrenó en Jerez, según ha estudiado José Luis Jiménez. Fue en el Teatro Eslava. Mucho después, en 1994, el Cine Club-Popular realizó una proyección especial de la versión restaurada por la Filmoteca Española.
'La bodega' permaneció en cartel un único día. El Eslava cerró el día siguiente. Dijo la Prensa que para hacer algunas mejoras en la sala. Pero algo olía mal en todo este asunto. Se reabrió el teatro a la semana y puso una comedia intrascendente. Y de 'La bodega', jamás se supo por muchos años.
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