En tierras de Espartinas, Capita y Morabita
En torno a Jerez
Por el antiguo Camino de Lebrija (2).
SIGUIENDO nuestra ruta por el antiguo Camino de Lebrija (hoy carretera de Morabita) y tras cruzar el Arroyo de Zarpa, el camino inicia un ligero ascenso discurriendo entre el Cerro de Oria (64 m) a la derecha, y el de Espartinas (118 m) a la izquierda. Este vértice es el punto más alto de una suave colina que junto a la Loma de la Compañía, se extiende en dirección N-S y separa las marismas de Asta de los paisajes ondulados del pago de Ducha. Estas tierras lo fueron en otros tiempos de olivar, conservándose en distintos cortijos, como el de Espartinas, torres de contrapeso que atestiguan la presencia de antiguas molinos de aceite. En nuestros días crecen sobre ellas cultivos de secano y algunos viñedos, aunque lo que más llama la atención en las laderas de estos cerros, son las profundas zanjas y cárcavas labradas por la erosión de las aguas llovedizas.
El viajero se deja llevar por el camino entre sembrados monótonos que conforman un "paisaje minimalista" de singular belleza. Al poco, a la izquierda, unas hileras de adelfas que ascienden por la ladera, delatan el carril que conduce a la finca Berango, cuyo caserío se asienta en la parte más elevada de esta loma. Se trata de una antigua casa de viña dedicada hoy día, preferentemente, a los cultivos de secano y a la ganadería equina (1). En la actualidad la finca alberga una prestigiosa ganadería de caballos hispano-árabes, una de las continuadoras del ya centenario hierro del marqués de Casa Domecq.
Dejando atrás Berango, el camino nos muestra a la derecha una extensa hondonada en la que adivinamos los restos de una gran construcción. Se trata del paraje conocido como los Llanos del Sastre donde divisamos las ruinas del cortijo de La Vicaría, que fuera en otro tiempo un sólido caserón labrado en sillares de arenisca del que aún resisten en pie sus muros. En esta misma dirección se nos muestran los cerros del pago de Ducha, sobre los que despunta, en la lejanía, el caserío y las naves de bodega de la Viña del Diablo. A la izquierda de la carretera, las laderas de la Loma de Espartinas muestran en su suelo arcilloso las cicatrices de la erosión. Para frenar sus efectos se han construido en muchos lugares gaviones, pequeños muros de piedras contenidas en malla de alambre que, a modo de diques, retienen las tierras arrastradas por las escorrentías que en ocasiones han llegado a cortar el paso por este camino.
Algo más adelante, también a la izquierda, una cancela nos señala el acceso a la Viña La Alamedilla y al caserío del Cortijo de Espartinas, que no vemos desde la carretera por estar situado al otro lado de la loma, frente a Mesas de Asta. Este privilegiado emplazamiento, desde el que se domina buena parte del entorno circundante desde las marismas de Asta y del Guadalquivir, hasta los Llanos de Caulina, ha hecho del cerro de Espartinas un enclave habitado desde muy antiguo. La cercanía de Asta Regia y el paso por estos parajes de un ramal de la Vía Augusta, como nos recuerda el profesor J. Montero Vítores (2), explican la existencia de villas romanas en estos parajes de Espartinas (3), topónimo que puede derivar, posiblemente, del nombre de un antiguo propietario: Spartus o Spartarius (4). En tierras del cortijo de Espartinas se encontró una estela funeraria de Baebius Hilarus, a quien Cesar Pemán identifica con un rico labrador al que hace referencia Marcial en sus Epigramas (5).
En los siglos medievales, el cerro de Espartinas jugó también un papel importante en el control del territorio al ser uno de los de mayor altitud de los que se situaban en las cercanías de la ciudad. Como nos recuerda el profesor Emilio Martín, "la cabeza de Espartina, formaba parte de la relación que el concejo realizó en 1459 en la que se señalaban los puntos y atalayas principales de su sistema defensivo" (6).
Este autor apunta también que las Ordenanzas Municipales del 1450, dedicadas a la guerra prestan gran importancia al mantenimiento de estas atalayas que, como Espartinas son fundamentales para alertar a la ciudad de posibles peligros: "Yten, que se de orden como en el tienpo que ouiere rebato, todos los ganados e los omes que estouieren en el campo, lo sepan por almenara o ahumadas fechas en los lugares do puedan ser vistas. E que luego que por ellos fueren vistas, dexen todas las fasiendas e se vengan a la çibdad… E para esto aya omes deputados e tengan cargo de faser las dichas almenaras e ahumadas cada uno en su lugar çierto, cada que les fuere mandado. E que tenga cargo los que primero vieren las dichas almenaras e ahumadas de llamar e apellidar a los otros çercanos dellos que no las vieren. E los que este cargo tosieren, porque mejor lo fagan, sean quitos de otros seuicios. E los lugares donde las tales personas deuen estar, son estos: en san Cristóual, en la Cabeça del Real, en la Torre de Diego Dias, en la Cabeça deEsprynas, en el Torrejón de asta, en el Cabeça de Macharnudo" (7).
Desde Espartinas, el camino inicia un suave descenso entre viñedos y tierras de labor cruzando el arroyo Blanquillo, que viene por la derecha desde las faldas de Montegil y Montegilillo buscando las hondonadas y tierras bajas que en otros tiempos ocupaban las Marismas del Bujón. A través de un caño de drenaje, cuyo arranque observamos a la izquierda de la carretera, se canalizan hasta el Guadalquivir las aguas que antes se estancaban en estos parajes. Sin embargo, nada evita que en los años lluviosos los aguazales cubran las tierras llanas del Bujón recordando que siempre lo fueron de marismas.
Junto al camino, que discurre ahora entre sembrados, queda la entrada al Rancho del Moral, a la izquierda, como nos lo indica un azulejo visible en el puentecillo que sobre el caño del Bujón, cruza el carril que da acceso a las estancias de la finca. Algo más adelante, a la derecha, una senda flanqueada por olmos, conduce a la casa del Hinojal, en las faldas del cerro de Montegilillo. Continuando por estos rincones, pasamos ahora por las tierras del Cortijo El Bujón, cuyo acceso delatan los grandes eucaliptos que escoltan el camino que nos lleva hasta el caserío que divisamos muy cerca, a la izquierda.
Entre lomas sembradas de cereal en las que no crece ni un sólo arbusto, la carretera avanza adaptándose a las suaves ondulaciones del terreno. Son paisajes casi desnudos, solitarios, hermosos…. Tras un suave ascenso llegamos a un pequeño collado, el Puerto de Capita, donde la carretera da un brusco giro de 90 grados. Una señal nos indica que podemos enlazar con la carretera Jerez-Sevilla, pasando por el cortijo de Casablanca. Dejamos este desvío para otra ocasión y continuamos recto, en dirección norte, por la pista sin asfaltar, pero en buen estado, que nos conduce hacia las marismas y que sigue la traza del antiguo Camino de Lebrija.
Desde el cruce divisamos ya, a la izquierda del camino, el caserío del cortijo de Capita a cuya entrada llegamos cuando hemos recorrido algo más de un kilómetro de pista. Nos detenemos un momento frente a la puerta de acceso a este cortijo, al que se llega por la Cañada de Capita (8), un carril flanqueado por olmos y moreras que se prolonga hasta el vecino de Mojón Blanco y por el que también puede llegarse, cruzando el caño de El Bujón, al de Monasterejos y a Trebujena.
Estos parajes que rodean al cerro de Capita, situados en los límites septentrionales del término municipal de Jerez y colindantes con los de Lebrija y Trebujena, guardan memoria de asentamientos humanos desde la más remota antigüedad. El de Capita es también conocido como cortijo de Arana (9). Este segundo nombre ha "fosilizado" la huella de anteriores denominaciones de este enclave que puede tener su origen, según A. Tovar, en un "topónimo latino relacionado con Sacran y con un poblamiento romano, en concreto con el fundus Sacranensis" (10), un asentamiento rural que, de localizarse en este lugar, estaba situado a medio camino entre Asta Regia y Nabrissa, ciudades a las que tal vez pudo estar ligado.
Este enclave debió alcanzar mayor relevancia durante la dominación árabe. Como señala el arabista M. A. Borrego Soto, las primeras referencias a la alquería musulmana de Šarana (Jarana) aparecen en el siglo XII (Ibn Bassam), siendo origen del linaje jerezano de los Banu l-Murji, algunos de cuyos miembros que desempeñaron un papel de mediana importancia en la historia política y literaria de al-Andalus entre los siglos XI y XIII (11). Esta alquería es también citada en la obra de Ibn Sa'id al Magribí (s. XIII), donde se menciona "que es una de las aldeas de la ciudad de Jerez y está adornada con la biografía del visir-secretario Abu Bark Muhamad b. Abd al-Aziz" (Muerto en 536/1141-42) (12).
Aunque algunos autores proponen para la ubicación de Šarana, el emplazamiento del actual Barrio Jarana, próximo a Puerto Real (13), existen ya algunos testimonios arqueológicos que apoyan la idea de que esta aldea se encontraba junto al Camino de Lebrija. Así parece deducirse de los trabajos de prospección superficial realizados por técnicos del Museo Arqueológico de Jerez (14), que detectaron en estos parajes restos de una alquería musulmana que bien pudiera corresponderse con la aldea de Xarana que aparece en las fuentes medievales y que se cita en el amojonamiento efectuado en 1274 por el hijo de Alfonso X, Alfonso Hernández. En este documento se asignan a Jerez las aldeas de Xarana e Grannina, en los límites entre Jerez y Lebrija, y en él se menciona que la alquería de Xarana está junto a la carrera que va de Jerez a Lebrixa (15). El Cortijo de Arana se encuentra entre los treinta donadíos del alfoz jerezano concedidos por Alfonso X a diversas instituciones y particulares. Sea como fuere, la toponimia (Arana- Xarana- Šarana- Sacran) parece también reforzar lo que la arqueología y la geografía ya apuntan: que los parajes de Capita y Mojón Blanco, junto al Camino de Lebrija están cargados de historia.
Dejando atrás el cortijo de Capita, el camino inicia un suave ascenso y al llegar a un puertecillo el horizonte nos muestra, detrás de las lomas, el caserío de Lebrija en el que despuntan las torres de sus iglesias. Se encaja la pista ahora entre los cerros de Capita y Mojón Blanco y tras un prolongado descenso, el paisaje se abre en las amplias llanadas que en los años lluviosos vemos cubiertas por una inmensa lámina de agua dando lugar a las marismas de Casablanca, a la derecha y de Capita, a la izquierda.
Nos detenemos junto al puentecillo que cruza el caño para admirar el singular paisaje de la marisma. Hacia la derecha, destaca una imponente construcción: el nuevo silo de El Cuervo que, en los meses de invierno, parece un singular navío que surcara el inmenso aguazal que se forma en los bajos de Casablanca. En el horizonte, encaramado en las lomas, se adivina el casco urbano de El Cuervo y la omnipresente silueta de Gibalbín, dominando estos parajes desde la altura. Es curioso observar como en el mapa de F. Coello (1868) se denomina a esta marisma con el nombre de Caño de Romanina. El Plano Parcelario del Término de Jerez de 1904, obra del topógrafo agrimensor A. López Cepero, denomina a estos terrenos bajos y encharcadizos inmediatos al Camino de Lebrija con el nombre de Marismas de La Morabita.
Este curioso topónimo de "morabita", del que ya nos hemos ocupado en otra ocasión y que da nombre a este rincón, puede estar vinculado con la ubicación en estos parajes de un "morabito", una especie de ermita o pequeño convento habitado por musulmanes piadosos que, por lo general se situaban en despoblados. Laureano Aguilar, en su estudio sobre el Jerez Islámico, se refiere también a este topónimo apuntando que puede hacer referencia "…a la existencia de un ribat o morabito, precisamente sobre el posible trazado de la antigua vía romana. Estos morabitos, en palabras de Torres Balbás, "… eran conventos fortificados que jalonaban costas y fronteras y habitaban musulmanes devotos dedicados a expediciones militares y a prácticas ascéticas; servían al mismo tempo de puestos de vigilancia" (16).
En la soledad de los espacios abiertos de las marismas de Capita y Casablanca, de los amplios horizontes de las antiguas marismas de La Morabita, terminamos nuestro recorrido que retomaremos en otra ocasión, en su tramo final, hasta Lebrija. Un camino milenario al que tanto nos gusta volver para reencontrarnos con estos paisajes singulares de nuestro entorno y nuestra historia.
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