La botica municipal
Jerez en el recuerdo
T RAS diversas obras de acondicionamiento del que fuera Convento de la Merced deshabitado desde la exclaustración habida tras el famoso decreto de Desamortización de Mendizábal de 1834, por fin en el año 1841 se abre en dichas dependencias el nuevo Hospital Municipal de Santa Isabel. Aunque en algún artículo anterior nos hemos ocupado de la historia de este centro hospitalario, en este caso nos vamos a referir exclusivamente a su farmacia.
La primera noticia documentada de la existencia de una farmacia en este hospital data de 1847, así nos cuenta en dicha fecha el historiador Joaquín Portillo. El citado historiador en su obra 'Concisos Recuerdos de Jerez' ya dice que el Hospital Municipal poseía una buena botica. Por ello es de suponer que seis años antes y paralelamente a su apertura, se instalara en dicho centro una farmacia dependiente del Ayuntamiento. Establecimiento del que ya hay constancia en último tercio del siglo anterior aunque desconocemos su ubicación. En la fecha antes señalada el boticario municipal era D. Miguel Malvido, que además sería titular de una farmacia de su propiedad establecida en la ciudad como fue habitual hasta la segunda mitad del siglo XX.
No sería hasta 1874 cuando tenemos constancia por primera vez de la existencia de un farmacéutico titular en la farmacia de este centro con la categoría de funcionario. Deducimos que dicho cargo recae sobre el boticario municipal Miguel González Gallardo, quien desde ese momento debe sumar a otras funciones la responsabilidad de la atención farmacéutica al Hospital, pues no resulta probable el nombramiento de un segundo facultativo. Y el motivo es que la botica, aunque radicada dentro del propio hospital, nunca fue lo que hoy conocemos como una farmacia hospitalaria netamente, dado que la misma desempeñaba una doble función: la dispensación de medicinas en forma ambulatoria a los numerosos ciudadanos acogidos a la Beneficencia Municipal, que se hacía por una puerta que daba a la calle Cristal, y el servicio al propio centro hospitalario donde radicaba. Con esto llegamos a principios del siglo XX, época en la cual ya se contabilizan más de cincuenta mil las recetas dispensadas anualmente en esta farmacia, en su mayor parte fórmulas magistrales. Su personal estaba constituido por un farmacéutico, tres monjas y cinco auxiliares, siendo las dispensaciones en su inmensa mayoría a base de fórmulas magistrales elaboradas en la propia botica. También hemos de añadir que su titular compatibilizaba su trabajo en el centro con farmacia propia establecida en la ciudad como ya apuntábamos anteriormente.
Será a partir de la finalización de la Primera Guerra Mundial, cuando nuestra Farmacia Municipal, al igual que el resto de las españolas, que hasta ahora se habían dedicado en exclusiva a la dispensación de substancias a granel y a la elaboración de fórmulas magistrales, cuando comienza a disponer de medicamentos ya preparados y envasados como aspirinas, piramidones, salvarsanes, antitoxinas, quimioterápicos, quininas, vitaminas, vacunas, balsámicos y anestésicos, amén de otros productos fabricados por una incipiente industria farmacéutica nacional, mientras que varios laboratorios especialmente suizos y alemanes comienzan a establecerse en España, con lo que se va enriqueciendo el arsenal terapéutico disponible hasta entonces.
En cuanto a los farmacéuticos municipales poseemos varios nombramientos ya en el siglo XX. Así, según mis datos, en 1902 toma posesión de la plaza el licenciado Francisco Martínez Vierzo, del cual curiosamente existe un expediente de 1910 para conocer si cumple o no debidamente en su cargo como farmacéutico del Hospital Municipal. Cesó cinco años más tarde, sustituyéndole el licenciado D. Eduardo Ballesteros Romero, el cual es relevado en 1936 por D. Lorenzo Alonso y Alonso.
Al cierre del Hospital Municipal en 1975, todos los utensilios y botámenes de la farmacia fueron ubicados en un cercano edificio de la misma plaza de Santa Isabel, el mismo lugar donde estaba emplazado el Centro de Higiene y Laboratorio Municipal. A la hora de dicho traslado hubo un problema con sus magníficos estantes, los cuales al parecer formaba parte del contrato con la empresa de demolición del Hospital como material de derribo y se lo querían llevar. Hay que dejar constancia que los mismos se salvaron gracias a la oportuna actuación de la farmacéutica municipal, María del Carmen Gavira, quien tuvo la valentía de enfrentarse a los operarios para impedirlo, evitando así una pérdida irreparable, ya que el contratista se atribuía la propiedad de todos los materiales de derribo, y el más grande de los estantes parece ser que ya lo tenía vendido. Posteriormente, y no sin esfuerzo de la citada farmacéutica acerca de los responsables municipales, la farmacia fue montada con todos sus elementos en los bajos del inmueble antes mencionado, cosa que se realizó con exquisito gusto. Allí permaneció prestando el servicio de dispensación farmacéutica a los usuarios dependientes de la Beneficencia Municipal. En 1991 los padrones de beneficencia municipales fueron incorporados al Régimen General de la Seguridad Social pasando a depender desde entonces al Servicio Andaluz de Salud, por lo que la farmacia quedó sin función.
Es en ese preciso momento cuando nuestra artística y valiosa Farmacia Municipal vuelve a correr por segunda vez peligro de desaparición. Y es que desconocimientos o desaciertos en todas las épocas de la historia han hecho perder a la humanidad buena parte de su patrimonio y, al igual que en el siglo XIX se derribaron por considerarlas inútiles las cuatro puertas de nuestra muralla almohade, y en nuestros días se derriban monumentales y decimonónicos cascos de bodega, en 1991 la vieja Farmacia Municipal fue desmantelada a toda prisa y su material permaneció embalado y olvidado durante muchos años en dependencias municipales sin que ciertamente supiéramos dónde por mucho que preguntamos. Es a partir de ese momento cuando comenzamos a hacer indagaciones y a proclamar la idea de crear un museo con todo su material. Aquello fue como predicar en el desierto.
La farmacia pudo ser rescatada y posteriormente puesta en valor debido a las acertadas gestiones por parte de determinadas personas, como la entonces directora del Real Alcázar, Milagros Abad y la que fuera su última titular: la farmacéutica municipal María del Carmen Gavira, siendo pieza fundamental para ello una buena colección de fotografías que el que esto escribe tuvo la oportunidad de realizar cinco años antes de su cierre definitivo. Algunas de dichas fotografías son las que ilustran este artículo. En cuanto a sus estantes sólo se pudo recuperar y restaurar uno de ellos: el más grande. Desde el 26 de marzo de 2001, fecha en la que fue inaugurada una primera fase por el alcalde de la ciudad, quedó parte de su dotación expuesta al público a modo de museo en la torre del palacio de Villavicencio del Real Alcázar. En 2008 se inauguró la segunda fase con el resto de su material, éste expuesto en las artísticas estanterías decimonónicas adquiridas para tal fin procedente de la antigua farmacia de la calle Larga que fuera de Adulfo Luque, cuyo último propietario fue el licenciado Pedro Madroñal.
La Farmacia Municipal de Jerez, hoy convertida en un precioso e interesante museo, muy bien se podría catalogar como una botica isabelina. En la parte superior central de su estante principal hay una leyenda tallada en la madera en la que figura su fecha de construcción en 1893, y un nombre: 'Sor TM', como recuerdo a sor Tomasa Ochoa, superiora a la sazón de la comunidad de religiosas que regían el Hospital.
El botamen que contienen los estantes está compuesto por una importante colección de más de doscientos cincuenta ejemplares con etiquetas de papel adheridas, la mayoría conteniendo aún las sustancias originales, lo que nos puede dar una idea del valor, no sólo artístico e histórico de nuestra farmacia, sino incluso del arqueológico, ya que las sustancias medicinales que contienen son ya una reliquia de la terapéutica de otros tiempos. Un centenar de dichos botes de porcelana son de los denominados isabelinos, aunque posee otros muchos de diversos estilos. Cabe destacar tres ejemplares de porcelana de la Cartuja del siglo XVIII, posiblemente procedentes de la antigua farmacia de la Cartuja de Jerez, amén de numerosos matraces, pildoreros, jaraberos y tarros de tintura con tapón hermético de cristal de diversos tamaños. Completa la colección un valioso instrumental de la época: morteros de mármol y manos de una sola pieza, probetas, balanzas, estufas de cultivo, autoclave, moldes para píldoras y óvulos, alambique, probetas y pipetas de mediados del siglo XIX así como una buena colección se aparatajes e instrumentos de cristal en perfecto estado de conservación procedentes del antiguo Laboratorio Municipal. También posee una interesante colección de libros de farmacopea anteriores a la época referida que ahora se encuentra depositada en la Biblioteca Municipal. Recordamos su enorme mesa de trabajo de hierro forjado con tapa de mármol de más de una tonelada de peso la cual se rompió en el último traslado y por tanto desapareció.
Nota: Las fotos que ilustran este artículo fueron realizadas en 1985 y corresponden a la anterior ubicación de la Botica Municipal en plaza de La Merced cuando aún prestaba servicio.
Fuentes de mi libro, La Sanidad Jerezana, 1800 - 1975, Editorial EJE, Jerez 2001. Fotos: A. Mariscal
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