Curiosos topónimos en la campiña de Jerez
En torno a jerez
Un recorrido por algunos parajes con llamativos nombres (I)
EN diferentes ocasiones hemos recordado en estas páginas, en las que les invitamos cada domingo a pasear por los paisajes y la historia de nuestro entorno cercano, que los nombres de lugares vienen a ser, en buena medida, un archivo de la memoria colectiva de los habitantes que durante siglos han vivido en un territorio.
Como prueba de ello, en nuestro "paseo" de hoy vamos a ocuparnos de algunos curiosos topónimos que se han conservado en la Campiña de Jerez, de los que podemos obtener información acerca de las dificultades que la topografía imponía al transporte de mercancías a lomos de bestias de carga o de tiro, y también al cultivo de las tierras con la utilización de animales de labor. La mayoría de estos topónimos están documentados hace ya al menos dos siglos y así, jacas, rocines, vacas o bueyes precedidos del rotundo y explícito "mata" dan nombre a muchos lugares en torno a Jerez.
Tal vez el más conocido es el de Matajaca, un paraje situado en las laderas de la Sierra de San Cristóbal, por donde discurre la carretera que une Jerez y El Puerto de Santa María. La famosa Cuesta de Matajaca era uno de los tramos de mayor dificultad de la antigua Trocha del Puerto, camino que transitaban los arrieros y los viajeros a lomos de mulas y caballos ya que en sus tramos de mayor pendiente, no era apto para carretas por las anfractuosidades de la ruta. Recordemos que el Camino Real, el primer camino carrozable entre ambas poblaciones (esto es, destinado al tránsito de vehículos) se trazó en el siglo XVIII y discurría por las playas de San Telmo, El Portal y el Puerto de las Cruces, para evitar la temible "Cuesta de Matajaca". Será el mismo itinerario que siga a comienzos del XIX la primera Carretera Nacional de Madrid a Cádiz y aún habrá que esperar hasta el siglo XX para que La Trocha y las pendientes de la cuesta de Matajaca se reformen y permitan el tránsito de carretas y de los primeros vehículos a motor.
Madoz en su Diccionario Geográfico, describiendo los caminos entre Jerez y El Puerto en 1843, y después de señalar que el principal es el que pasaba por El Portal, se refiere al paraje de Matajaca y apunta que "…también hay otro camino carretero, aunque sin concluir, desde el Puerto a Jerez, que pasa por el puerto de Buena-vista, y disminuye la distancia en unos ¾ de legua"…. con lo cual se conseguiría tener la comunicación directa más corta entre estas dos poblaciones; evitando el considerable rodeo que da la carretera general, con el objeto de que pase por El Portal… Esta obra fue propuesta a la Dirección general de caminos y aprobada por el Gobierno, bajo el presupuesto de 1.036.700 rs. en que se reguló su costo; pero hasta ahora no se ha puesto en ejecución por carecer sin duda de los fondos necesarios para ello" (1). Que estas cuestas "mataran jacas", exhaustas por el esfuerzo del transporte de cargas por las empinadas pendientes, puede que sea una exagerada forma de recordar las dificultades del camino que, sea como fuera, perduran hoy día en la toponimia y dan nombre a la cuesta, a un cortijo y a una hacienda, Olivar de Matajaca, que el viajero puede contemplar a la izquierda de la carretera, en dirección a El Puerto de Santa María, poco antes de superar el puerto de Buenavista.
Este topónimo bautiza también a otros rincones de la campiña. Así lo atestigua la Casa de Matajacas, en el Pago de Añina, próxima a la Casa del Mármol y a la antigua Casa de Postas que se encontraba en el antiguo Camino de Bonanza, hoy conocido como carretera de las Viñas o del Calvario y que en este paraje presenta también una pronunciada cuesta. Y es que las desdichadas "jacas", han trabajado como mulas y parecen haberse llevado la peor parte en los trabajos agrícolas. Y así, cuando no acababan extenuadas por la fatiga… perecían al cruzar los peligrosos vados de algunos arroyos, como nos lo recuerda el curioso topónimo de arroyo de Ahogajaca, al oeste de Medina, cruzado por la Cañada Real que desde esta ciudad se dirige a Puerto Real.
Pero si las jacas salen mal paradas en nuestra geografía, no se quedan atrás los rocines. Eso es lo que se desprende del curioso topónimo de arroyo de Mata Rocines (que da también nombre a un antiguo puente de rosca de ladrillo), pequeño curso fluvial afluente del Guadalete, que discurre a los pies de la cuesta de Matajaca y de la Sierra de San Cristóbal y que en la actualidad es conocido como arroyo del Carrillo.
Las vacas y bueyes son también "víctimas" en la toponimia de las dificultades que les imponen nuestros ríos y montes. Así lo atestiguan el Regajo de Matavacas, que nace a los pies mismos de la Torre de Gibalbín y tras cruzar las tierras del cortijo de La Guillena, se dirige hacia las marismas de Lebrija con crecidas torrenciales en época de grandes lluvias. Algo parecido sucede con el modesto Arroyo de Matavaca (hoy conocido como del Palmetín), que cruza las tierras del cortijo del Parralejo antes de unir sus aguas a las del embalse de Guadalcacín. Sobre este arroyo se construyó el puente del Palmetín sobre el que pasa el acueducto de los Hurones. El Cerro de Matabueyes, junto la Cañada Real de Salinillas, que une San José del Valle con Peña Arpada, en las proximidades de Gigonza, es también otro ejemplo de estos topónimos que pueden tener su origen en las duras condiciones del terreno para los animales de labor y para la realización de las tareas agrícolas.
Otros topónimos compuestos también con "mata", tienen sin embargo una significación distinta a los anteriores. Recordemos que una acepción de "mata" es la que se refiere a una porción de terreno poblada de árboles de una misma especie. Este es el caso de la Mata del Olivar, próxima a Torrox y Gibalcón, parajes que siglos atrás estuvieron poblados de olivar y que, en la actualidad, están volviendo a recuperarse para este cultivo, tal como ya puede verse en las laderas de la Sierra de San Cristóbal y del cercano pago de Parpalana. Con ese mismo significado de "abundancia de una especie vegetal" hay que interpretar también los nombres de las hazas de Matacardilllos y Matacardos, en tierras ambas del cortijo de Santo Domingo, junto a la Cañada del Calderín y que, imaginamos, debieron ser en tiempos pasados, tierras incultivadas cubiertas de cardos como los que hoy vemos en los colindantes Llanos de Mirabal donde pastorean rebaños de ovejas. Algo parecido sucede con otro topónimo con el que se conoce un paraje situado junto al campo de golf y la autovía de El Puerto: Matacardillo. Este mismo nombre se recoge en distintas fuentes (mapa del IGN, por ejemplo) como Mataescardillo. Tiempo atrás sobre estas lomas crecía un gran viñedo y aún se conserva la casa de Viña, presidiendo un cerro que, en su origen, debió ser una tierra donde abundaban los omnipresentes cardos.
Con un significado distinto a los anteriores, recordamos también los topónimos de Matasanos y Matamoros. El primero da nombre a un famoso pozo que estuvo enclavado en el antiguo descansadero de Las Pachecas, junto a la desecada Laguna de la Isleta. Hoy ya no quedan rastros de él, aunque aún se conserva parte del vaso de esta laguna, delatada por los tarajes y carrizos, en las proximidades de la fábrica de cementos. En su día fue desecada con drenajes al parcelarse este rincón de la campiña a partir de 1956 por el Instituto Nacional de Colonización. Hay que pensar que el pozo de Matasanos fuese bautizado con ese nombre por el mal sabor de sus aguas. Matamoros -aunque hoy resulte "políticamente incorrecto"- da nombre a una conocida viña del pago de Almocadén, junto a la carretera de Trebujena, frente a El Majuelo. Se alza sobre un cerro próximo al cortijo de Romanito desde el que se domina la marisma de Asta.
En nuestra próxima salida recorreremos otros parajes con llamativos y curiosos nombres. No se la pierdan.
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