En el cortijo de El Peral con Rafael de Riego
En torno a Jerez
Un recuerdo de los sucesos de 1820
EL viajero que en dirección a la Sierra de Cádiz toma la autovía de Arcos, puede observar poco antes de llegar a esta población, a la izquierda de la carretera, una curiosa construcción: el cortijo de El Peral. Si nos desviamos, aunque sólo sea por unos momentos, para acercarnos hasta su entrada, próxima a la última rotonda que da acceso a Arcos, veremos que un cartel anuncia la venta de "garbanzos". Pero en El Peral, no sólo hay garbanzos. Junto a una de las muestras más notables de la arquitectura tradicional agraria de la campiña, El Peral encierra entre sus muros mucha historia. Vamos a conocerlo.
Lo primero que llama la atención en este cortijo son sus curiosas y llamativas torres almenadas. Dispuestas en ambos extremos de su fachada principal, flanqueando su entrada, dan a toda la construcción un cierto aspecto de fortaleza. Se trata de las torres de contrapeso de un antiguo molino de aceite, que contaban con sendas prensas de viga, ya que El Peral fue durante muchos años una hacienda de olivar, aunque ahora esté rodeado de cultivos de cereal y girasol y los olivos más cercanos los hayamos dejado en las cercanas laderas de Macharaví.
Estas particulares torres, tienen troneras en su parte baja y en su cuerpo superior curiosos palomares con aberturas y saeteras, rematados por merlones de albardillas piramidales, que a modo de almenas con tejadillos, nos recuerdan vagamente, cuando las contemplamos por primera vez desde la lejanía, a las torres de un castillo. Los palomares, resultan aún más llamativos ya que se han pintado de almagre, ese peculiar tono rojizo que nos recuerda al óxido de hierro o a la arcilla (1).
Entre las torres se encuentra la vivienda de los caseros y la entrada principal del cortijo, presidida por un viejo azulejo devocional con la imagen el Sagrado Corazón, que da acceso a un primer patio empedrado de planta cuadrada. El patio tiene a ambos lados las naves de la antigua almazara que arrancan de las torres, donde se encontraban las prensas de viga y las bodegas de aceite.
En torno a un segundo patio, que se abre a continuación del primero, se organizan otras dependencias de la hacienda entre las que destacan las antiguas cuadras y establos, techados con bóvedas de arista en piedra de cantería que descansan sobre pilares. Sobre las cuadras se construyeron los graneros, a lo que se accedía desde el patio interior a través de una curiosa rampa. A este "patio de labor" se abren también las nuevas caballerizas y almacenes de aperos y maquinarias, así como otras dependencias que acogieron las gañanías, a ambos lados de la puerta trasera del edificio, que da al campo.
En uno de sus laterales, el cortijo conserva aún los altos muros de una de las naves de prensa, construidos en algunos de sus lienzos con tapial y en otros con grandes sillares de cantería perfectamente escuadrados, por lo que debió tratarse de una edificación de gran solidez. Como elementos curiosos, en el exterior del cortijo se conservan las grandes piedras bajas o soleras del molino, conocidas como alfarjes, así como uno de los rulos que giraban sobre ellas triturando la aceituna. Junto a ellas llaman también la atención los antiguos comederos y bebederos para el ganado labrados en grandes bloques de piedra.
Las tierras de El Peral aparecen ya reseñadas a finales del siglo XVII como "dehesa de baldío". A mediados del XVIII cuentan ya con olivares y se menciona también la existencia aquí de un molino de dos piedras propiedad del colegio de Santa Catalina de Arcos. Pero será en el siglo XIX cuando El Peral cobre mayor protagonismo. Por aquí pasó la escritora Francisca Larrea en 1826, cuando su propietario era D. Francisco Martel, rico hacendado propietario también de otras posesiones en Bornos y en la campiña de Jerez, tal y como ella misma apunta en su Diario. Madoz incluye a El Peral entre las haciendas de olivar de Arcos en 1845 (2). El Nomenclátor de 1900 hace referencia a El Peral como un cortijo de cinco edificaciones (3). Sin embargo, será de la mano de Rafael de Riego, en 1820, cuando este cortijo-hacienda escriba sus páginas más singulares. Recordemos brevemente aquellos días.
Al objeto de hacer frente a los movimientos independentistas de las colonias americanas, se fueron concentrando en Andalucía a lo largo de 1819, contingentes militares en espera de ser embarcados a Ultramar. El cuerpo expedicionario estaba al mando del Capitán General de Andalucía, Félix Calleja del Rey, Conde de Calderón, quien tenía poderes de General en Jefe de las fuerzas españolas en América.
Ante el descontento muy extendido en amplios sectores de la milicia por la situación política, un grupo de oficiales habían decidido aprovechar esta ocasión para organizar un pronunciamiento con el que obligar a Fernando VII a proclamar la Constitución de 1812 y situar a los liberales en el gobierno. Uno de ellos era el teniente coronel Rafael de Riego, quien al frente del Batallón de Asturias, acuartelado en la localidad sevillana de Las Cabezas de San Juan, encabezó la rebelión liberal frente a los absolutistas el 1 de enero de 1820, proclamando la Constitución de 1812. El Pronunciamiento de Riego, se inicia de manera solemne con la emisión de un bando que promulga la Constitución Liberal de 1812, derogada hasta entonces: "… Las órdenes de un rey ingrato que asfixiaba a su pueblo con onerosos impuestos, intentaba además llevar a miles de jóvenes a una guerra estéril, sumiendo en la miseria y en el luto a sus familias. Ante esta situación he resuelto negar obediencia a esa inicua orden y declarar la constitución de 1812 como válida para salvar la Patria y para apaciguar a nuestros hermanos de América y hacer felices a nuestros compatriotas. ¡Viva la Constitución!". En la plaza del ayuntamiento de Las Cabezas de San Juan, antes de partir hacia Arcos, Riego arenga a sus tropas, pasado el mediodía y justifica su acción: "Es de precisión para que España se salve que el rey Nuestro Señor jure la Ley constitucional de 1812, afirmación legítima y civil de los derechos y deberes de los españoles. ¡Viva la Constitución!".
Los hermanos De Las Cuevas, en su monografía sobre Arcos, nos dicen lo que vino después: "A las tres de la tarde del 1-1-1820, con el Batallón de Asturias, emprende la marcha desde Las Cabezas. Llovía a todo llover. A las 2 de la mañana, en El Peral, enciende hogueras para secarse; en el barro, perdiéronse muchas botas. Riego montaba un caballo blanco" (4
Cruzando con su batallón los caminos embarrados durante casi doce horas, Riego atraviesa las colinas de las campiñas de Las Cabezas, Espera y Arcos. Se había dirigido a esta ciudad, junto a otros jefes militares que acudirían procedentes de poblaciones cercanas, ya que allí se encontraba el General Félix Calleja, Jefe de las fuerzas expedicionarias, a quien debían ganar para la causa o detener. Los almacenes y las naves de prensa del molino de El Peral albergaron a su fatigada tropa que utilizó las amplias dependencias de la hacienda para reponer fuerzas, guarecerse de la lluvia y secar sus ropas. Al día siguiente, tras pasar la noche en El Peral, se entregarán a Riego en Arcos el general Calleja, los generales Fournas y Sánchez Salvador y el Brigadier Gavani, siendo trasladados a El Peral, que se convertirá por unas semanas en centro de operaciones de Riego y en prisión improvisada de quienes no quisieron secundar el pronunciamiento liberal. Tras proclamar la Constitución en Arcos, Riego enviará una columna a Medina y se traslada el mismo, al frente de 300 hombres, a Bornos, donde el Batallón de Aragón se une a su causa (5).
El pronunciamiento se extenderá progresivamente por otras ciudades hasta que el 10 de marzo de 1820, los acontecimientos obligan a Fernando VII a mostrar su apoyo a la Constitución de 1812 con aquel famoso "Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional". Comenzará así el Trienio Liberal que había encendido su primera llama una noche lluviosa de enero en las hogueras que Riego manda hacer en El Peral para que pudieran secarse sus fatigadas tropas. Después vendrían los Cien Mil Hijos de San Luis y la ejecución de nuestro personaje, acusado de alta traición, apenas tres años después de los hechos de Las Cabezas y El Peral.
Cada vez que pasamos por El Peral, nos gusta recordar que aquí estuvo Riego, el máximo exponente de quienes defendían las libertades civiles en nuestro país y que en reconocimiento a ello, su retrato ocupa un lugar destacado en las Cortes Generales.
En El Peral nada recuerda su paso. Bien podría ponerse una placa, un monolito o, tal vez, sembrarse un olivo en su memoria, a propósito que dentro sólo de cuatro años se cumplirá el segundo centenario de aquellos hechos. Pese al olvido, quedan las palomas. Las mismas palomas que cada tarde regresan a sus hermosos palomares pintados de almagre. Y las torres… que continúan allí, altivas, alzando sus almenas como faros en el mar de trigales de la campiña.
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