Adiós a un 'self made man'

Muere Antonio Paéz Lobato

El 'Rey del Vinagre' fallece a los 93 años. Es uno de los ejemplos más perfectos que ha dado el Marco de Jerez del hombre hecho a sí mismo.

Adiós a un 'self made man'
Adiós a un 'self made man'
Manuel Moure

24 de agosto 2016 - 07:30

El ‘rey del vinagre’, Antonio Páez Lobato, falleció ayer de madrugada en Jerez a los 93 años de edad por razones relacionadas con su avanzada edad. El bodeguero, tonelero y hombre de negocios en suma será enterrado hoy tras la misa de corpore insepulto que tendrá lugar en las instalaciones del Tanatorio de Jerez a las 9,30 horas de la mañana. La noticia de su fallecimiento causó honda sensación en la ciudad, especialmente en el sector bodeguero.

Antonio Páez Lobato nació el 23 de febrero de 1923 en la calle Sevilla, cuando ésta daba acceso a una zona de campo y residencias señoriales presidida por el primitivo Convento de Capuchinos. En la casa del número 39 mantuvo durante décadas una pequeña bodeguita, bar y despacho de vinos llamado ‘Los Palitos’, que fue muy frecuentado por la juventud jerezana de los pasados años 80. Fue fundado por su padre Francisco Páez Sánchez, quien abrió en 1910 la denominada Sociedad Recreativa de Vinos ‘Los Palitos’. Antonio, tercero de siete hermanos, empezó a ayudar en el negocio familiar desde temprana edad.

Desde muy niño toda su vida estuvo dedicada al vino. En el entorno familiar cuentan que con apenas 9 años ya ayudaba a su familia en el despacho de vinos y que se subía a un cajón de madera para lavar los vasos sucios que el trajín del negocio, que también funcionaba como tabanco, iba generando.

Los primeros pasos de Antonio Páez Lobato se dirigieron al entorno de la hostelería. Fue un perfecto ejemplo del hombre hecho a sí mismo. Empezó desde abajo, trabajando primero como asalariado y más tarde como propietario. Pese a todo, no tardó mucho en ampliar horizontes. Poseedor de un espíritu inquieto era capaz de compaginar las más diversas actividades, entre las que estuvo la correduría de vinos y otros productos relacionados con su gran pasión, el mundo bodeguero. Tuvo la oportunidad de recorrer gran parte de España lo que le sirvió para entender cómo se hacían vinos en otras zonas y cuáles eran otras formas de negocio.

De los principios hosteleros pasó a dedicarse a la tonelería. Fueron unos inicios duros que comenzaron a fructificar cuando bodegas del Marco de Jerez y de La Rioja comenzaron a solicitar las primeras partidas de botas y barricas. Empezó cuando la década de los 50 estaba a punto de llegar a los calendarios. El trabajo desarrollado durante décadas favoreció que la cartera de clientes se extendiera también a otras regiones vitivinícolas españolas como Ribera de Duero, Toro, Extremadura así como extranjeras, casos de Japón, Irlanda, Reino Unido, Estados Unidos y Portugal con la venta de barricas para la crianza de whisky. Pese a todo, él mismo reconocía que estos inicios fueron “especialmente duros” pues “el costo de la materia prima era de mucha envergadura” y hasta mediados los años 50 tuvo que conformarse con servir pequeñas partidas de barricas

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De forma simultánea, Antonio Páez no se olvidaba del vinagre, ese producto olvidado en muchas bodegas del Marco de Jerez. Toda la experiencia adquirida le valió para constituir en 1945 las Bodegas Páez Morilla donde comienza su historia de éxito: la comercialización, por primera vez, del vinagre de Jerez. Para el desarrollo de su primigenia empresa usó la solera que ya tenía en el despacho de vinos de ‘Los Palitos’, añadiendo otras que se seleccionaron y adquirieron en diferentes firmas de la zona, casos de Williams & Humbert, Sandeman; Bodegas O’Neale, González Byass o las Bodegas Alfonso Lacave Ruiz-Tagle, entre otras. El vinagre, hasta que él llegó al trono, era arrinconado en las bodegas, era olvidado porque se consideraba el fracaso del bodeguero. En muchas ocasiones se ofrecía para retirarlo, convirtiéndose en la primera persona que se dedicó a la crianza, almacenaje y venta de este producto netamente jerezano que hoy en día es recomendado por los mejores chefs del mundo como un condimento de primerísima calidad. Su figura incluso fue clave para que el sector volviera los ojos a ese hijo olvidado y creara el Consejo Regulador de la Denominación de Origen Vinagre de Jerez. Todo ello es algo que Jerez le debe al indudable arrojo de un joven que con tan sólo 22 años fue capaz de comercializar un producto hasta entonces casi denostado y que hoy en día figura en los portafolios de la mayor parte de las bodegas del Marco de Jerez. Razones por las cuales a Antonio Páez se le conoció en el Marco como el ‘Rey del Vinagre’.

Años más tarde, y sin olvidar la gran pasión que sentía por el vino, adquirió en el término municipal de Arcos la viña ‘La Vicaria’ donde decidió hacer algo que años más tarde otros también hicieron: elaborar en la zona otros vinos que se salieran de los tópicos.

Así, en 1981 lanza al mercado ‘Tierra Blanca’, un blanco andaluz que ha tenido y tiene gran aceptación, al que siguieron ‘Tierra Blanca’ en su versión semidulce y el primer vino tinto de crianza de la provincia embotellado, ‘Viña Lucía’.

En lo familiar, cabe destacar que Antonio Páez Lobato contrajo matrimonio con el amor de su vida, Josefa Morilla Nuño, con tan sólo 23 años, una edad que hoy en día puede parecer temprana pero que no lo era ni mucho menos a mediados de la década de los años 40. La relación dio por fruto nueve hijos, Guadalupe (fallecida), Pepe, Luisa, Mercedes, María Antonia, Antonio, Carmen, Esperanza y Yolanda. El fallecimiento de su esposa fue un durísimo golpe que acaeció en abril del año 2000, tras cincuenta y cuatro años de feliz matrimonio. Además de sus hijos, Páez Lobato deja una treintena de nietos y biznietos.

Mientras la edad se lo permitió visitó a diario sus bodegas, pues siempre se caracterizó por su carácter abierto y extrovertido y sobre todo por ser un trabajador incansable.

Siempre recordaba que cuando dedicó sus días al vinagre “no faltaban quienes me decían que estaba loco, pero mi padre siempre tuvo esa idea en la cabeza y al final le hice caso y comencé en este negocio”.

Otra de sus grandes pasiones fue el fútbol. No en vano fue uno de los fundadores del Xerez y hasta que la edad se lo permitió fue habitual verle tanto en el campo donde jugaba el equipo de local como en los desplazamientos. Fue uno de esos aficionados de décadas que vio jugar al equipo en lugares tan dispares como la Venta de San José, La Plata, Estadio Domecq, en el exilio de Sanlúcar, en La Juventud y ahora en el Estadio de Chapín. No en vano, en sus años mozos despuntó como futbolista en el equipo llamado ‘del Hospicio’.

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