Lectores sin remedio
Cultura
EN la gran planicie que forman las Mesas de Bolaños, entre sembrados de cereal e imponentes "molinos de viento", se encuentra el Cortijo de Frías, rodeado por todas partes de la quietud del campo. Allí aguarda al viajero que, procedente de la autovía de los Barrios o desde Jerez, se ha acercado a este lugar tomando la carretera que une El Portal con la Fábrica de Cemento. Al pie de esta vía y a la altura del cortijo de Roalabota, un camino que asciende suavemente entre trigales y aerogeneradores, nos lleva hasta este singular rincón de la campiña que se asoma también a la Bahía.
Estos parajes del alfoz jerezano fueron tiempo atrás vastas dehesas de encinas entre las que discurría el antiguo camino de Vejer. Aunque en sus proximidades se encuentran cortijos como el de Roalabota -con nombre de resonancias árabes y del que ya se tiene noticia documentada en el siglo XVI-, el actual caserío de Frías tiene un origen más reciente, en el XIX.
En todo caso, el enclave en el que se asienta está cargado de historia y en las tierras de Frías, así como en las cercanas de El Tesorillo, Barja, Las Quinientas o Bolaños han aparecido vestigios de la época romana. En este último, colindante con Frías, algunos investigadores plantean el posible emplazamiento de centuriaciones ligadas al "Portus Gaditanus" (1). Y es que, las magníficas vistas que se dominan desde Frías -tanto de la campiña como de la Bahía de Cádiz-, la proximidad de las marismas y del estuario del Guadalete, la cercanía a un ramal de la antigua Vía Augusta romana y a los caminos medievales que se dirigían hacia el sur, fueron motivos de peso que facilitaron la colonización de estos terrazgos desde la antigüedad.
En las laderas que desde Frías y Bolaños, descienden hasta la Cañada de la Isla que bordea las marismas del Guadalete hasta Puerto Real, se han localizado restos de antiguos alfares romanos que darían salida a su producción en los embarcaderos del cercano estuario (2). El arqueólogo y epigrafista alemán Emil Hubner, quien estudió las marcas halladas en los restos de ánforas olearias acumuladas durante siglos en el conocido "monte Testaccio" de Roma, relacionó algunas de estas marcas alfareras de mediados del siglo II d.C. con dos topónimos de esta zona. Así, asoció Barcufia y Barcufiense Lucidi, al cercano cortijo de Barja, mientras que Frigidum y Frigidense, los vinculó a la dehesa de Frías (3). Aunque esta interpretación ha sido puesta en cuestión (4), de lo que no cabe duda es de la importante presencia romana en estas tierras.
Pese a todo, no está claro el origen del topónimo que las bautiza, que bien pudiera derivar de un antropónimo castellano. No en balde, el historiador Agustín Muñoz y Gómez, al estudiar la procedencia del nombre de la jerezana calle Frías, nos recuerda que "el apellido Frías resulta ya en el libro del Repartimiento de casas de 1266, en que se asigna la casa núm. 60 de la collación de San Dionisio a Nicolás de Frías, escribano, y la núm. 226 á Pedro Martínez de Frías". Junto a ellos existe constancia documental (1674) de "…D. Luis de Frías Ponce de León, hijo de D. Álvaro de Frías y de Dª Leonor Ponce de León. Desde 1827, existe en el callejero jerezano la calle Frías, cuyo nombre procede de los herederos del mencionado Luis de Frías" (5). Tal vez, sea de este personaje del que proceda también el nombre de este rincón de la campiña que, sea como fuere, encontramos ya en la cartografía del siglo XIX. Así, en el Plano del Término Municipal de Jerez de Lechuga y Florido (1897), en los Planos del Catastro de Rústica (1899) y en el Plano Parcelario de López Cepero (1904), figuran ya reflejados la Dehesa, Pozos, Casa y Coto de Frías (6). Pero volvamos a nuestro tiempo y acerquémonos hasta Frías...
Después de haber dejado atrás Roa La Bota, al pie de la carretera, una singular puerta nos señala ya el camino de acceso hacia las instalaciones del cortijo al que llegamos tras subir una pequeña cuesta que nos deja en una extensa planicie elevada conocida como Mesas de Bolaños. Colindante con el de Frías se encuentra el cortijo de Bolaños. Tiempo atrás constituían una misma propiedad dedicada al cultivo de cereal y a la ganadería de lidia. En la actualidad, se conservan en Frías el caserío principal donde se ubicaba la residencia señorial y muchas de las antiguas dependencias, almacenes de aperos y graneros; mientras que las cuadras de caballos, la vieja gañanía y otras estancias quedaron en Bolaños, tras la separación. En los últimos años, en Frías se han adaptado buena parte de sus estancias como establecimiento hostelero abierto al turismo rural y a la celebración de eventos.
Entre los elementos más singulares del cortijo destacan el silo para cereal, cilíndrico y de bóveda semiesférica, levantado a finales del XIX o principios del XX, similar a los que se conservan en el cortijo de Casinas (en las proximidades de la Junta de los Ríos) o en el de Alcántara. Igualmente llamativa es la torre almenada que se utilizó como mirador y que se ubica en uno de los ángulos del patio, a la que se accede por una escalera exterior. El resto de las edificaciones (señorío, puerta de entrada, dependencias…) fueron construidas en diferentes momentos de los siglos XIX y XX y se organizan en torno a un patio central que conserva la original armonía de la arquitectura popular y tradicional del campo andaluz, con cierto sabor historicista (7) En el patio hay también una pequeña capilla y un panel cerámico de la Virgen de la Merced realizado en los talleres trianeros. Alrededor de otro gran patio de labranza se distribuyen las cuadras de caballos, cocheras, almacenes de aperos… Uno de ellos ha sido remodelado como sala de celebraciones donde se llevan a cabo habitualmente todo tipo de eventos.
Como recuerdo de que Frías fue décadas atrás un cortijo muy vinculado a la ganadería, aún se conservan en sus alrededores grandes pozos y abrevaderos. Frente a la entrada principal hay también una pequeña plaza de toros que se utiliza en la actualidad para tientas, capeas y espectáculos ecuestres y taurinos. Tal vez, para mantener viva la memoria de la antigua ocupación ganadera del cortijo, se instalaron en la fachada principal azulejos con motivos camperos y taurinos, obra de distintos talleres alfareros sevillanos, que pueden contemplarse entre las ventanas.
Pero sin duda, lo que más nos llama la atención es el cuidado jardín que se extiende delante de la entrada principal del caserío. Rodeado de setos y palmeras, el jardín de 12.000 m2, cuenta con amplias praderas de césped salpicadas de macizos de flores y macetones para los que se han aprovechado los antiguos bebederos para el ganado labrados en arenisca. El jardín ofrece hermosos rincones donde crecen también una gran variedad de árboles, arbustos y trepadoras que alternan entre los setos y parterres. Otro espacio entre la arboleda, ha sido habilitado como terraza y comedor al aire libre, sombreado por moreras, palmeras, cipreses, higueras… En uno de los extremos del jardín se encuentra la piscina, rodeada también de vegetación. ¡Un pequeño paraíso con vistas al campo… y a la bahía!
Pero aún hay más. Y es que este singular cortijo tiene también raíces flamencas. El conocido escritor jerezano Manuel Ríos Ruiz, menciona en su antología poética "La memoria alucinada" (8), al Cortijo de Frías, en el que su padre trabajó y al que ayudaba en su niñez en las faenas del campo. En otro de sus escritos rescata la memoria de José Junquera, casero del cortijo y cantaor flamenco, del que dice Ríos Ruiz: "José Junquera era el casero del Cortijo de Frías, allá en los años cuarenta y tantos. Estaba casado con Anica Montoya, hermana de La Bolola. Era un bizcocho como persona, un gitano señor de Santiago que admiraba a Venturita y a Miguel del Pino, a Manolo Caracol y a Melchor de Marchena. Como sabía que me gustaba leer cuanto caía en mis manos, me guardaba los periódicos que los señores o sus chóferes se dejaban en el salón de las copas, después de las batidas de perdices o de las carreras de liebres con los galgos. Más lo que mantengo más vivo en mi memoria de la persona de José Junquera, es su cante por soleá. Le recuerdo sentado en el patio del cortijo, al ponerse el sol, cantando en soledad, mandando el cante al cielo con la mano y la mirada, cual sacerdote ejerciendo un rito, creando un ámbito de solemnidad que a mi espíritu de zagal le dejaba un mensaje lírico y musical emocionante, algo que me injertó cierto sentido de la verdadera jondura flamenca." (9)
Ríos Ruiz, tiene también un recuerdo al Cortijo de Frías en su obra "Ayer y hoy del cante flamenco" y así, en su dedicatoria, reconoce la importancia que tuvo para él los cantes que escuchó en Frías en su niñez y que le marcaron para siempre: "A la memoria de los gañanes gitanos que trabajaron en el Cortijo de Frías, en la campiña de Jerez de la Frontera, especialmente a José Junquera (el casero), Manuel Junquera (el sobajanero), José el Charamusco (el alambrista) y El Tito (el pelaor de ovejas), porque en sus voces cantaoras, allá en los años de 1943 a 1948, empecé a conocer el cante y a distinguir los estilos"(10).
Una historia que se remonta a los tiempos de la presencia romana, una singular arquitectura popular, unos hermosos jardines que rodean las estancias del cortijo, unas raíces flamencas… se dan cita en Frías. Y junto a todo ello, las vistas de la Bahía, de la campiña, de la sierra de San Cristóbal… Y el campo, la quietud del campo.
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http://www.entornoajerez.com/
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