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Diario de las artes
LOS especialísimos planteamientos existenciales de Cuba y La India generan los más infinitos motivos estéticos. El artista, con una mínima capacidad para captar lo circundante, dispone de un sinnúmero de perspectivas visuales para aprehender una realidad impactante que forma parte del bello y decadente entramado vital de los espacios geográficos. Muchos lo han hecho ya. Sin embargo, la fotografía de Adrián Fatou da un paso adelante, no se queda en el mínimo reportaje fotográfico, sino que se adentra por un estudio que roza lo antropológico al tiempo que positiva una bella imagen llena de artisticidad. El paisaje, su gente, los convulsos y particulares ambientes sociales donde se manifiesta una vida con tantos contrastes que las hacen única e irrepetible, bella en su decadencia, inquietante en sus máximos extremos, así como de una poderosísima plasticidad que permite todo tipo de enfoque artístico, son los motivos de una muestra absolutamente seria tanto en el continente como en el contenido.
Adrián Fatou lleva varios años empeñado en recorrer países tan remotos que asustan. Ya lo vimos viajar, en solitario, por Birmania, de donde extrajo una poderosa galería de imágenes que ejercían una contundencia tanto formal como significativa. Ahora, en esta exposición que vuelve -tras muchos meses de nula oferta- a abrir los espacios de una de las salas emblemáticas de esta ciudad, nos sitúa en las coordenadas de estos países con similares postulados y similares y acusadas diferencias. Adrián se introduce absolutamente en ambos y de las dos extrae infinitas circunstancias estéticas y plásticas.
Cuba, esa perla decadente con una sociedad degradada por las imposiciones dictatoriales, ofrece al objetivo de Adrián Fatou muchos argumentos para componer, al tiempo que un bello tratado fotográfico, una metáfora de la existencia cubana, de su realidad, de su particular y esplendoroso pasado que sigue estando presente ya en un ocaso residual, del transcurrir pausado, sin excesivos diáfanos horizontes, de una sociedad que espera y ansía un mañana distinto pero con su ancestral indolencia y forzado estoicismo de los que esperan algo viendo tranquilamente como esa futuro se hace presente. De la serie de Cuba me interesan sobremanera las fotografías viradas desde una misma perspectiva con distintos desenlaces escénicos y abiertas propuestas semánticas. También, aquellas que transcriben la imagen del paso agónico del tiempo en una ciudad y en una gente donde todo transcurre a una velocidad menor.
La serie sobre La India nos descubre una sociedad, si no decadente, sí en decadencia humana. Son extraordinarios los personajes, pero me entusiasma el grupo donde se pone de manifiesto la ruindad social y la explotación humana de los cargadores de carbón de Benarés. El impactante medio de vida ha curtido y forjado una sociedad de desheredados cuya existencia y permanencia es todo un logro entre tanta miseria a la que se asume y casi se hace, si no digna, sí resignable.
La exposición se completa con la colección de las doscientas páginas de Diario de Jerez de las que es autor el fotógrafo jerezano y que han servido para llevar semanalmente al lector interesado la realidad de una fotografía, que es una de las facetas más significativas del arte contemporáneo. Una espléndida muestra que sirve para reabrir un espacio expositivo que jamás debió cerrar sus puertas. La gran fotografía se nos hace presente como testimonio de un arte en abierta expansión que, a la vez, asume su lección de antropológico manifiesto.
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