Medicina contra el olvido

Miguel Flores, Capullo de Jerez, el pasado viernes sobre las tablas del Villamarta durante el fin de fiesta del homenaje a Borrico de Jerez.
Miguel Flores, Capullo de Jerez, el pasado viernes sobre las tablas del Villamarta durante el fin de fiesta del homenaje a Borrico de Jerez.

Cante: Capullo de Jerez, Juan Moneo 'El Torta', Luis el Zambo, Juana la del Pipa, Juanillorro. Guitarra: Pedro Carrasco 'Niño Jero' y Manuel Parrilla. Palmas: Gregorio y Chícharo. Narrador: Luis de Pacote. Dirección artística: Alfredo Benítez, José María Castaño, Gonzalo López. Textos narración: José María Castaño. Diseño de iluminación: Antonio Valiente. Sonido: Fali Pipio. Producción: Dezza Producciones y BBK. Lugar: Teatro Villamarta. Fecha: 22 de octubre. Hora: 20:30. Aforo: Algo más de tres cuartos de entrada.

Los artistas de espaldas al público, mirando como perdidos al infinito, y Tío Gregorio, con pasitos lentos en trance, dándose una breve pataíta al toque de Morao en la Canariera. Así concluye el homenaje. Así se cierra el círculo cien años después del nacimiento de a quien con mucha malaje apodaron el Borrico, y lejos de rebuznar, decía y recreaba el cante de una forma como no alumbrará otro. Observamos por la cámara oscura del recuerdo retratos y estampas no vividas pero imaginadas. Un Jerez en sepia, mohoso, un pueblo carcomido que abrigaba un flamenco primitivo, extravirgen, aunque con un futuro siempre cuestionado: "El cante ha cambiado por completo; yo no sé si hay madera en la gente joven…", sostenía el propio Gregorio en una entrevista publicada a principios de los 80 en la revista El Candil, pocos años antes de su muerte. Hoy sigue la misma incertidumbre pero marcada por el virus de la amnesia, de lo superficial, lo epidérmico, de la novedad. No hay nada que envejezca antes que la novedad…

No fue una hagiografía lo que vimos el pasado viernes en Villamarta, sino una aproximación biográfica en toda regla. Lo mismo estuvieron los vicios y defectos, ese Gregorio Fernández Vargas bebedor, resignado y abandonado a su suerte, que las muchas virtudes de un genio tardío, de uno de esos creadores que sólo son encumbrados al final de sus días o cuando desaparecen definitivamente. En su caso, con un monumento a la belleza de lo jondo como fue Canta Jerez. El admirable esfuerzo por perpetuar la figura del Borrico de Jerez, a ratos olvidado, a ratos minusvalorado, es la incansable lucha por recordar de dónde venimos y adónde vamos. Qué fue el flamenco y qué quiere ser en el presente y el futuro. Sólo por ese meritorio ensayo, tan poco frecuente hoy, ya mereció la pena el espectáculo coordinado por José Mari Castaño, siempre arremangado en pos del rescate de aquel flamenco ajado por el tiempo y la desmemoria.

Y además hubo esa singular matemática flamenca en la que uno y uno raras veces son dos, y donde mucho menos casi siempre acaba siendo mucho más. Lo austero de la puesta en escena, con un proscenio convertido en suerte de Volapié de otro tiempo, y lo escueto del guión, teatralizado y declamado por el polifacético e histriónico Luis de Pacote, que hizo de Luis de Pacote, contrastaron con el despilfarro de las voces y el toque de los nombres que prestaron su arte al tributo a uno de los grandes e inmortales que ha dado la escuela jerezana del cante.

Especial ardor en su pulsación puso un inmenso Pedro Carrasco Niño Jero, que demostró que hoy por hoy hay pocos que sepan acompañar el cante de forma tan gitana, sobria y emocionante como él. Sus falsetas por seguiriyas a solas con Capullo, a punto de hacer llorar al clavijero, arrancaron varias ovaciones. Solemnes, como escuchando al silencio, los acordes dieron pie a un quejumbroso Miguel Flores evocando con hondura a Paco la Luz, tronco del que descendió el Borrico. A diferencia del resto, el de La Asunción se fue a negro entre fandangos de Juan el Camas y El Gloria. Periquín se quedó sollozando en los momentos finales, cuando vinieron tantos y tantos recuerdos a la cabeza junto a su pare Manuel y el tío Gregorio.

Con un concepto artístico ágil y aseado, los cantaores fueron sucediéndose con un par de cantes cada uno sólo separados por las notas biográficas que apuntaba el narrador. Como una misa flamenca con homilías en honor a Tío Gregorio. La bulería pa' escuchar Mira si soy buen gitano, con aportaciones personales del maestro y clavada con los nudillos por Luis El Zambo, dio paso a una de esas letras míticas. Aquellos martinetes atribuibles, quizás, al loco Mateo, en los que el metal del santiaguero sonó como último eslabón perdido. Como cierre, bulerías. Bulerías cortas, rotundas, rimas festeras con olor a calles Nueva y Cantarería, como muchas de aquellas letras que paladeara Borrico. Junto a la voz cavernosa y desgarrada de Juana la del Pipa, quizás fueron los artistas que mejor pudieron rememorar aquella época que vivió el hijo de El Tati, los menos contaminados por lo que, bueno o malo, vendría después. De la quebradiza voz de Juana, como si de un disco de pizarra se tratara, partieron unas letras por soleares de Joaquín el de la Paula que allanaron, no sin fatigas, el camino hasta desembocar nuevamente en las bulerías que manaron de una garganta rugosa, áspera, pero plena de soniquete y sabiduría. Más que eficiente fue el pulso de Manuel Parrilla para aguantar el frenesí de Juana y una verdadera demostración de que hoy en día podrá haber muchos guitarristas pero no abundan los buenos tocaores.

No faltaron, al inicio del programa, los tangos afrijonados del Borrico, desgraciaíto nací, en la voz claramente 'aborricada' de Juanillorro, que probablemente interpretó a ese Tío Gregorio joven, que aprehendía el cante en los tabancos, en los cortijos, en las ventas del González Hontoria, y que aún no sabía si era imitador de cuanto había bebido o tenía ya estilo propio definido. Y tampoco faltó ese puntito de sal que aportó Juan Moneo, vestido de mirlo blanco, con inagotables ganas de cantarle al Chato de la Isla, a Sellé, a esos permanentes recuerdos 'camaroneros'… Borrico cantaba un "poquito" por alegrías pero El Torta se vació. Entre aplausos, gustándose, insistió para que Periquín se aferrara al mástil y él pudiera rematar con el juguetillo de los titirimundis. Momentos después entró por fiesta acolchado por las enérgicas notas de Niño Jero. Arriba en el Monte Calvario, la niña de Joaquín de la Paula, Esa es la verdad… Todo el aire de Tío Gregorio en el eco de un Torta dolorido, rebuscándose las tripas en unas bulerías aceleradas que apenas pasaron de los tres minutos. Un cante de una intensidad que condensa en escasos 180 segundos el recuerdo de las mejores fiestas hasta el amanecer de Santiago a la Plazuela. Con el Borrico en babuchas, con las medias botellas secas como la mojama, con el compás que hacía bailar a los cojos, con el dueño del tabanco que sólo veía la hora de bajar la persiana... Bulerías rápidas como el picotazo de una inyección en la columna que te llega al alma, que te duele a rabiar, pero que sabes que te curará. Eso fue la síntesis del espectáculo. Pura medicina contra el olvido. ¿Ahora es el momento? Siempre es ahora.

stats