La Zaranda obtiene el Nacional de Teatro tras 33 años de compromiso

Cultura premia la labor de la compañía jerezana, que mezcla una "decidida puesta en escena con la tradición ibérica del esperpento" · El grupo acoge el premio con "humildad" después de un "peregrinaje lejos del ruido"

La Zaranda obtiene el Nacional de Teatro tras 33 años de compromiso
La Zaranda obtiene el Nacional de Teatro tras 33 años de compromiso
Francisco Sánchez Múgica / Jerez

26 de noviembre 2010 - 01:00

Los 'malditos' al fin tienen su homenaje. Brindaron con vinagre de Jerez y perdonaron la tristeza por los que ya no están. "No sé nada de lo que pasó antes, vale lo que pasa ahora". Los comienzos de La Zaranda, como defienden sus componentes, se remontan al albor de cada día. Es el rito de la inestabilidad en Andalucía la Baja, la liturgia de un teatro que existe cuando sucede. La compañía teatral jerezana, a punto de alcanzar sus 33 años de existencia, vivió ayer un nuevo día. Pero no fue un día cualquiera. Una llamada de la ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde, informaba al filo de la una y media de la tarde a Francisco Sánchez, conocido en los círculos teatrales como Paco de La Zaranda, de la concesión del Premio Nacional de Teatro 2010, dotado con 30.000 euros y con la aureola de ser el galardón más trascendente de las artes escénicas en España.

La compañía recibe el reconocimiento estatal con "humildad" y con la mente puesta en "seguir trabajando para que el teatro sea una pasión útil", como aseguraron en un escueto comunicado, abrumados por las llamadas con felicitaciones y enhorabuenas llegadas de medio mundo. "Un premio a la trayectoria no es un fin sino un impulso, el de unos creadores que lejos del ruido han defendido, tras un largo peregrinaje, una manera de hacer teatro, que no ha sido el que la época con sus ajetreos comerciales y cacharrerías de novedades han entendido como espectáculo", aseveran en su breve nota. Y añaden: "Compartimos este premio con todos los que han sido compañeros en el camino y son ya parte de Zaranda. Tantos amigos que confiaron, apoyaron y fueron un estímulo. Muchos que ya no están aquí para compartir con nosotros y a quien tanto debemos".

Según explicó el Ministerio de Cultura, el jurado, presidido por el director general del Instituto de las Artes Escénicas y de la Música (Inaem), Félix Palomero, le ha concedido esta distinción por "su capacidad de conjugar una decidida y comprometida puesta en escena y un texto global que entronca con la tradición ibérica del esperpento, a través de un lenguaje contemporáneo de gran carga poética, puesto de manifiesto en 2009 en el espectáculo Futuros difuntos". Pero más que contemporáneo, el verbo zarandiano es anacrónico y universal, crudo y lírico, barroco y alegórico. Más de tres décadas velando por la ceremonia sagrada que para ellos significa el hecho teatral, miles de kilómetros recorridos con sus trastos en baúles, horas de aplausos en una treintena de países de tres continentes, el efusivo abrazo de Latinoamérica (su otra patria) y unas venas por la que corre la sangre del arte insobornable. Son las constantes vitales de La Zaranda, que parte de lo local, del lenguaje jondo de su tierra, a lo universal.

"Muéstrame un ladrillo de tu aldea y me mostrarás el mundo", sintetiza el director del grupo cuando alguien le pregunta por el concepto de teatro artesanal que cada dos veranos elaboran en su vetusta nave jerezana de San José Obrero. Porque en el fondo son obreros de aquel espacio vacío de Brook, legatarios del teatro de la muerte de Kantor y espejos cóncavos y convexos de los textos de Valle-Inclán. Referencias que, por manidas, no dejan de estar incrustadas en el ADN de este laboratorio teatral. Pero, al final, y lo más importante, siempre fueron y siguen siendo ellos mismos. Personales e incatalogables.

Con once producciones propias a sus espaldas -acaban de estrenar su último montaje en el prestigioso festival Temporada Alta de Cataluña Nadie lo quiere creer. La patria de los espectros-, La Zaranda halla al fin el aliento gubernamental, más allá de la crítica y el público, que suelen acudir en comunión a vivir y experimentar sus singulares espectáculos, hechos de retales, de símbolos, de cultura ancestral, de pintura de Velázquez, Solana y Zurbarán. Como una zaranda que "preserva lo esencial y desecha lo inservible". "El teatro es viejísimo, como los vinos y los besos", espeta Paco de La Zaranda. "De mueblajes / nada caseros enseres sin lustre / los pobrecitos tan humildes / incorporados en conjuntos mixtos / son los huesos de un teatro", les dedicaba Carlos Edmundo de Ory, el poeta gaditano desaparecido hace dos semanas, postista y zarandiano. Más allá de la muerte y la vida, de la vida y la muerte, los malditos rieron los últimos. De ayer ya no me acuerdo, sólo vale ahora. Porque, al fin y al cabo, mañana será otro día. El primero hasta que la vida eterna se acabe.

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