Francisco Bejarano /

Día de la Justicia Social

HABLANDO EN EL DESIERTO

20 de febrero 2012 - 01:00

LAS Naciones Unidas proclaman jornadas institucionales, preferentemente de beneficencia, porque no les cuesta ningún trabajo y constituyen la versión laica de las misiones. Si se dedican a algo tan impreciso como la justicia social, mucho mejor. Luego elaboran un organigrama con las personas que van a llevar adelante los pretendidos objetivos del día instituido, lo dotan de un presupuesto económico e instan a los gobiernos a que hagan lo propio en cada país. La ONU puede, porque es rica, y los distintos gobiernos aceptan con más o menos ganas, pues el concepto de justicia social es vago y se acomoda a cualquier régimen e ideología. Se imprimen carteles y folletos, se dan conferencias, se inaugura monumentos a la justicia social y unos partidos políticos denuncian a otros por no defenderla. Como no es algo concreto que no ofrezca dudas, ni pone en entredicho a nadie ni sirve para nada, las Naciones Unidas y los gobiernos del mundo están encantados con que hoy se celebre este día mundial.

Desde que por primera se pidiera en público justicia social, que no sabemos cuándo fue, aunque es de sospechar que tal como se entiende hoy sea reclamación histórica reciente, se ha ido concentrando, más que ampliando, y nublando, más que aclarando, de tal modo que se ha convertido en el misterio de la eucaristía del progresismo. ¡De rodilla! Pasa la justicia social, tituló Louis Pauwels una de sus crónicas en Le Figaro, en la que citaba a Hayek, premio Nobel de economía, cuando dice que los intentos de realizar la justicia social fracasan en todas partes, porque el nombre mismo no quiere decir absolutamente nada, aunque todo el mundo lo use de manera irreflexiva cuando no fraudulenta. Si oímos hablar de ella desde los gobiernos, según Pauwels, tengamos por seguro que se empleará dinero público para fomentar una especie de devoción religiosa contra la que no podemos hacer demasiado. Renunciaremos a nuestra condición de hombres libres para financiar políticas que nos repugnan y que de ninguna manera apoyaríamos de propia voluntad.

A pesar de ser una aspiración antigua que ya leemos en los profetas bíblicos, la justicia social parece invento de hace poco y, gracias al pensamiento débil, propagado por los movimientos llamados progresistas. A la ONU le da igual que sea realizable o no, ni siquiera en qué consiste y qué quiere decir. Lo más sensato en este día señalado de religiosidad laicista, valga la paradoja, es una actitud hipócrita, pues la hipocresía es necesaria a veces para evitar conflictos y, por ello, para el buen orden social: decir que somos partidarios de una vaga justicia social, aunque desconozcamos el contenido del concepto, y en la intimidad de nuestro pensamiento, y con algunos íntimos, negarle toda posibilidad de existencia, como otras cosas que no existen y pasan por realidades palpables.

stats