Yo te digo mi verdad
Manuel Muñoz Fossati
Promesas presidenciales
TRIBUNA LIBRE
EN 1934, en un contexto marcado por la depresión económica causada por el crack bursátil de 1929 en Estados Unidos y la inestabilidad política existente en España por el fracaso de la República, un sacerdote llamado Josemaría Escrivá escribe en el punto nº 301 del que será su libro más conocido y difundido, "Camino", que "estas crisis mundiales son crisis de santos". Me parece que este diagnóstico se puede aplicar perfectamente a la situación actual de crisis económica, financiera y política, especialmente en la vieja Europa, y precisamente porque hemos renunciado a lo que es una de nuestras señas de identidad: el humanismo cristiano como fuente de las virtudes y de los valores que deben presidir las relaciones sociales y económicas.
Juan Pablo II denominará a San Josemaría Escrivá "el santo de lo ordinario" en la audiencia a los participantes en su canonización, hace poco menos de 10 años. Santidad que no implica tan solo que alguien se proponga ser "alma de oración y eucaristía", como él propone, sino que -como consecuencia necesaria de ese trato personal con Jesucristo, Verbo Encarnado por amor al hombre- exige ser un ciudadano ejemplar en el cumplimiento de sus deberes familiares, profesionales y sociales, procurando trabajar bien, con respeto exquisito a la ética profesional y con un afán de servicio a la sociedad entera. Ahora que tanto se oye hablar de los derechos propios del Estado del bienestar que hemos pensado que era gratis, quizá ha llegado el momento de pensar en cómo podemos recuperar la mentalidad del cumplimiento del deber; la economía sumergida, el fraude fiscal o el uso para fines privados de fondos públicos son una muestra de que, sin necesidad de convertirnos en "alemanes", no podemos seguir viviendo de la tradicional picaresca española.
De igual modo, extender la cultura del esfuerzo -en cristiano, vencer la pereza de una vida cómoda, marcada en nuestra juventud por una laxa exigencia académica, y por la cultura del consumismo electrónico e internauta que nos envuelve-, para disponerse a dejarse los codos durante la formación profesional o académica, y a trabajar más y con mayor productividad. Además, debemos empeñarnos en la derrota de la corrupción que parece invadir la clase política y financiera de nuestro país, aunque haya que decir que, al igual que la gran mayoría de los sacerdotes no son pederastas, no todos los políticos y los gestores bancarios son unos "trincones", ni todos los andaluces somos sEREs parásitos; en definitiva, es necesario colocar en un primer plano la honradez como virtud necesaria para regenerar toda nuestra sociedad.
En este sentido, es totalmente actual el resumen del mensaje que el Fundador del Opus Dei lanza a los cuatro vientos, para creyentes y no creyentes: "santificar el trabajo, santificarse en el trabajo, santificar a los demás en el trabajo". Trabajar a conciencia es incompatible con la chapuza y la faena de aliño para salir de cualquier modo de una tarea profesional; ser buena persona en el ambiente laboral exige veracidad en el trato con el cliente, compañero o jefe; y necesitamos no ir a nuestro propio y egoísta interés, sino darnos cuenta de que, para bien y para mal, no somos robinsones aislados, sino miembros de una sociedad que es más justa y más humana si cada uno lo es en su propio ámbito, siendo realmente solidario con los que le rodean (en cristiano, diríamos "vivir la caridad", sirviendo a los demás sin esperar nada a cambio).
Y si en un lugar por encima del resto hay que ser solidarios, es en el propio hogar. Para detener lo que un psiquiatra tan prestigioso como Enrique Rojas ha denominado como la gran epidemia del siglo XXI, las crisis matrimoniales, la mejor receta puede encontrarse en ese consejo de san Josemaría a los cónyuges: "queréos con vuestros defectos", aprendiendo a "comprender, a disculpar, a perdonar, a convivir".
Pienso que las enseñanzas de san Josemaría pueden alumbrar y ayudar a recorrer los próximos meses y años con un ánimo optimista, que no ingenuo, fundamentado en el hecho irrefutable de que la persona humana no es fruto del azar o de la casualidad, sino del amor de un ser Creador que además es un Padre que nos quiere con locura, aunque a veces las dificultades de la vida parezcan impedirnos ver esa realidad. "No me olvides que los demás necesitan a su alrededor caras sonrientes"; los cristianos no podemos ser cenizos, sino personas que, confiando en su Padre Dios, den motivos para luchar en esta guerra contra nuestros miedos, adicciones y egoísmos, y conseguir un mundo donde haya no solo más pan, sino la alegría que procede de estar en paz con Dios y con los demás.
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