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Ignacio Martínez
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HABLANDO EN EL DESIERTO
COMO la política se va pareciendo cada día más a la teología, el arte y la ciencia de explicar lo inexplicable, van acuñándose neologismos y frases confusas para esconder la realidad, eludiendo los nombres tradicionales de las cosas. Así, a un retroceso económico se le llama "desaceleración", porque parece que sigue acelerado pero un poco menos. A la intolerancia con ciertos delitos se le dice "tolerancia cero" para que parezca que sigue siendo tolerancia. "Segmento de ocio" es el recreo, el "viario" son las calles, "residuos sólidos" es la basura y "movilidad" es el tráfico. No sé si ya habrá un diccionario para explicar todas estas cursilerías innecesarias. La gran diferencia que hay entre la teología y la política es que aquélla crea palabras para aclarar conceptos complicados, y ésta para oscurecer lo que siempre estuvo claro. El único valor manifiesto de la política es la compasión que nos muestra al no hablarnos con claridad.
Una de las defensas más insistentes que se hace de la Educación para la Ciudadanía es que trata de educar a los más jóvenes en "valores democráticos". Es contradictorio y, por tanto, no es verdad. En una democracia los valores son todos con el único freno de las leyes. La democracia no está para que todo el mundo se haga de izquierda y se apunte a cualquier extravagancia, sino, entre otras muchas cosas, para que quien no se sienta demócrata pueda decirlo con argumentos pacíficos, o quienes crean en una sociedad jerárquica, como la de la Iglesia, o en las dictaduras socialistas, hoy casi extinguidas. Una democracia con orejeras no es una democracia, tampoco es una dictadura, sino un régimen detestable donde habrá ciudadanos de diferentes categorías e instituciones apoyadas y perseguidas. La democracia se defiende sola si es fuerte y hace leyes para defenderse cuando es débil.
Se ha dado un paso más: la defensa de los valores republicanos. Si los valores democráticos son todos, los republicanos no existen. Una república es un sistema político que tiene mil manera de desarrollarse, buenas y malas, igual que una monarquía. Poner como ejemplo de valores republicanos los de la autocombustible II República Española es reescribir una historia en la que no creerá nadie, salvo aquellos ingenuos que pongan el sentimentalismo por encima de la razón. Quien quiera tener información veraz sobre la breve vida de la última república no se hallará sin ella. Se ha escrito mucho y bien, y mucho y mal. El buen criterio del lector, si lo tiene, le hará buscar por qué un régimen que ilusionó a la inmensa mayoría y que lo tuvo todo a su favor, degenera y se pudre hasta ser causa de una guerra civil. Hay quien prefiere un culpable: Franco, y zanjar la cuestión; pero también hay quien cree en la trasmigración de las almas y no se le podrá decir nada en contrario.
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