La ciudad y los días
Carlos Colón
Las tenias de la política
La tribuna
EL cambio se produce por la interacción de fuerzas. Las internas del individuo y el grupo y las externas del entorno; las que nos retienen para que mantengamos la posición cómoda y conocida y aquellas que nos empujan a preguntarnos, a querer mejorar y buscar nuevas situaciones.
El cambio nos introduce en la zona de incertidumbre, ya que nos obliga a pisar superficies cuya resistencia y composición no conocemos, pero sin él no evolucionaríamos. De hecho, el aprendizaje, el instrumento fundamental de nuestra evolución como especie, es esencialmente cambio. En palabras de Umberto Eco, ésta es la verdadera felicidad, la inquietud por saber.
La resistencia al cambio viene por el intento de mantener el equilibrio conocido. No importa que sea inestable, insatisfactorio o claramente contrario para los intereses de gran parte del grupo humano. La necesidad de mantenernos conformes a las normas conocidas y la cultura del grupo sirve como aglutinador entre los ladrillos del muro que, de otra forma, se caería con la brisa más leve.
El desarrollo normativo en asuntos de Derecho Civil de Aragón, Valencia y Cataluña en sus áreas físicas de competencia ha escenificado una nueva discriminación sobre los ciudadanos de nuestro país: la discriminación por razón geográfica. Así, en estos momentos un niño de Aras de los Olmos puede disfrutar de custodia compartida mientras que otro de Santa Cruz de Moya, en sus mismas circunstancias, le resulta casi imposible lograrla por mor de los dieciséis kilómetros que les separan. El ejecutivo y el judicial, apoyados por sus equipos técnicos asesores, han decidido que esos dieciséis kilómetros marcan una diferencia abisal que hace razonable, lógica y legal semejante discriminación.
En esto va el Tribunal Supremo y desmonta el chiringuito intelectual, que con tanto esfuerzo estos poderes, apoyados por la izquierda radical y el feminismo más reaccionario, han estado apuntalando, anatematizando la custodia compartida durante la última década con los más vergonzosos y peregrinos argumentos. Así, en los últimos quince años he tenido que soportar, con una sonrisa en los labios, escuchar a mis colegas psicólogas en los juzgados afirmar sin sonrojo cuestiones como que una madre tiene un instinto especial para criar a los niños, la custodia compartida desestabiliza a los niños o los padres que piden la custodia compartida son maltratadores o pedófilos.
Los aires de cambio en la norma, con la declaración el año pasado del ministro de Justicia de plantear una ley a nivel estatal y la afirmación reciente del Tribunal Supremo de que la custodia compartida es la medida deseable para los hijos, nos va a ofrecer un escenario impagable para contemplar unos personajes recurrentes en este país: los chaquetas nuevas. De la noche a la mañana contemplo atónito cómo los camisas viejas del antiguo régimen se prestan a vestir chaquetas nuevas, brotando por doquier cual setas (lo digo por el tamaño intelectual) al arrullo del rocío fresco. ¿Dónde estaban todos estos defensores de la custodia compartida hace diez años? ¿Y hace un mes? La tendencia a apostar al caballo ganador tiene larga tradición en nuestro país, repartiéndose por igual independientemente del pelaje del lomo ideológico del animal. Otra cuestión es innovar, arriesgarse, adelantarse o, simplemente, pensar.
Una segunda cuestión la plantearé con un ejemplo. Los ciegos no han mejorado en su limitación sensorial porque ahora se les llame invidentes, del mismo modo que un inválido no tiene mayor autonomía motriz desde que los maestros del neolenguaje los incluyeron en el grupo de personas con movilidad reducida. Con esto quiero señalar que al cambio normativo ha de seguirle un cambio en la cultura y la forma de entender la crianza de los hijos, si no queremos que una norma justa, que les aportaría el mayor bienestar, fracase. La falta de exégesis en cualquier tema es un riesgo que puede hacer naufragar la más noble empresa.
No quiero finalizar esta exposición sin cometer una maldad, inocente e incruenta. Teniendo en cuenta que la custodia compartida como modelo preferente tiene una historia de décadas en nuestro entorno social y cultura, ¿por qué el Tribunal Supremo la apoya ahora y ayer no? Si volvemos al razonamiento del principio de este artículo recordaremos que las fuerzas presentes en un momento dado son responsables de los cambios, pero esto no quiere decir que tengan la misma potencia independientemente de donde se presenten. Yo les invitaría a preguntarse cuántos miembros de la política y la judicatura han sufrido en los últimos años las decisiones arbitrarias y discriminatorias sobre la custodia de sus hijos en los juzgados y tribunales de familia de este país. Apuesto a que una gran mayoría. Bastó que un perro mordiera al hijo de un personaje público para que cambiara la norma.
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