El microscopio
Una nota que da la nota
HABLANDO EN EL DESIERTO
JUNTO con el llamado Glorioso Movimiento Nacional, hay otros muchos que han perdido el norte, porque en esencia son iguales: quieren perpetuidad. El feminismo va por andurriales lingüísticos; el marxismo es una reliquia filosófico-religiosa, como cristianismo laico; los nacionalismos "estrechitos de cintura" andan por vericuetos que los alejan del Romanticismo; las guerrillas de la selva y los piratas de los mares parecen menos sin Stevenson ni Salgari; el terrorismo necesita sobrevivir para vivir bien en dictaduras y capitalismos que los justifiquen. Todos fracasarían en cuanto obtuvieran el poder, como los extraordinarios maoístas de Nepal. Cuando un movimiento comprensible en un momento histórico pierde su cometido, se convierte en una cofradía de malhechores, caso del terrorismo, o en una terquedad para seguir en el candelero (apagado por los soplos de los nuevos aires), caso del feminismo.
Siempre se dijo que no hay mayor terquedad que la de quien no tiene razón. El feminismo es uno de esos frentes que la izquierda mantiene contra toda utilidad, salvo política, para seguir pareciendo izquierda. No nos engañe nadie para no desengañarnos luego: cuando un movimiento nuevo y renovador obtiene el poder se convierte en el nuevo conservadurismo con vocación de perpetuidad y lealtades inquebrantables. Es así en política, pero también arte, en literatura y en pensamiento. Marx mandaría a la cárcel a sus actuales discípulos. Las sufragistas de finales del siglo XIX amonestarían a las actuales feministas para que demostraran lo que saben hacer en bien del progreso de la humanidad. Al perderle el respeto a la gramática han perdido el sentido del ridículo. Al conseguir leyes que maltratan a los hombres, hacen alarde de injusticia. No creen en la igualdad, sino en que el hombre es superior y hay que humillarlo. Al pretender dar lecciones sobre lo que sea masculinidad, han entrado en la alta teología y dentro de nada nos dirán el sexo de la Santísima Trinidad.
Las lenguas son asexuadas. Hurgar en la entrepierna de la gramática es como hacerlo en una pepona de cartón, pero a las feministas igualitarias no les importa: quieren estar ahí, fingir que tiene una función social. Mientras mantienen el cargo tienen palestra para su incultura; debemos darle su sitio legal, que no legítimo, en espera de que pierdan el puesto y pasen a ser analfabetas funcionales desconocidas, que suele ser el destino de la inmensa mayoría de los cargos públicos tengan el sexo que tengan. Aquí de lo que se trata no es de una reclamación sexista, sino de destruir la herramienta del pensamiento, que es peligrosa, la del entendimiento, la comprensión y la convivencia, sospechosos todos de conformismo tradicional. La política se desenvuelve mejor en la confusión de las tinieblas que en la luz del bien discurrir.
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