Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Ramón Castro Thomas
HABLANDO EN EL DESIERTO
EL conocido delincuente De Juana sigue en huelga de hambre. Los países democráticos pueden dejar morir a quienes por decisión propia dejan de comer para hacer chantaje al Estado. No hay que tener compasión de un hombre libre que ha elegido una vida al margen de la Ley con la moral que le otorga el patriotismo. Es un afortunado. Ha escogido una forma de martirio por resistir en su fe en el señorío de Vizcaya, integrado por propia voluntad en Castilla desde la Edad Media, que le dará la inmortalidad de los asesinos, la fama de los infames o la gloria de los guerreros de la patria. Según. A los terroristas patriotas algo se les tuerce en la mente y se le encalla en el alma para adquirir aspecto patibulario. No inspiran piedad porque ellos no la conocen, ni nobleza de porte, porque quien busca víctimas va impregnándose de sustancia diabólica. No se espera de ellos nada digno. Dejarse morir quizá. Han llegado demasiado lejos por un camino errado y no pueden volver.
A De Juana se le ve una sonrisa de tarde en tarde, pero parece rictus de cansancio de sí mismo, de su pelea inútil, fruto de su pensamiento estéril. Los fanáticos en general carecen de sentido del humor. Tienen la seriedad del burro. Y los fanatismos patrióticos dan humor grosero y chulesco; fingen una altivez que creen orgullo, sin saber que el orgullo es sereno y distante, íntimo y decoroso; confunden la terquedad con la firmeza, y el amor propio, el orgullo de las mentes torcidas y de los pobres, con la conciencia de sí mismos y la fortaleza de espíritu. Son peligrosos porque confunden las lacras del alma con las virtudes. La virtus romana no significaba virtud exactamente, sino "madurez", inteligencia y sensatez de la edad madura. No se espera de De Juana y de los que son como él nada parecido: viven y mueren ya con sus contradicciones, sin posibilidad de rectificar una vida perdida en una causa injusta.
La Eta es vieja de ideas y métodos, de ideología, si la tiene, y astucia política. Este no es ya su tiempo, si alguna vez hubo un tiempo que fuera suyo. Para las personas cultivadas y de mente brillante todo tiempo es propio, ganan en sabiduría con la vejez y poseen una juventud mental que no acaba con la muerte, sino que pervive en sus discípulos. Para los tercos y fanáticos el tiempo se encoge, pronto es pasado, y la juventud, fugaz. La terquedad de vivir pensando que el pasado es el presente o que volverá un día a ser como fue, es la tragedia de las juventudes envejecidas, de quienes despilfarraron el pasado y se han quedado sin futuro. De Juana, y muchos de los suyos, sobrevive aún en su hambre con rentas sangrientas, en un laberinto del que Pío Caro Baroja escribió con maestría. Vive de mentiras perversas con sus monstruos justicieros. Déjesele morir, si es su voluntad, como mártir de la sinrazón
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