La Rayuela
Lola Quero
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Imaginaria
UNO de los grandes personajes de la cultura contemporánea fue Frank Zappa. Si lo definiera como músico de rock no sería exacto, así que no se vaya y sígame leyendo; me gusta caracterizarlo como el Mozart del siglo XX, y no es coña, es el único músico atado a una guitarra eléctrica que realmente entendía el lenguaje de la música clásica, o, más acertado, el único músico clásico que supo la esencia del rock; Stravinsky, Varèse, Bartók o Boulez han formado parte de su universo, y si le gusta la gran música: no son nombres menores.
Pero no va de música. Recientemente, y dos décadas y pico después, Manuel de la Fuente y Vicente Forés han traducido una especie de memorias suyas tituladas La verdadera historia de Frank Zappa, un libro interesantísimo que aborda cuestiones empresariales, religiosas, estéticas, profesionales, familiares, educativas… y políticas. Y aquí me voy acercando al objeto de este artículo. Zappa fue el azote de Reagan y el republicanismo americano que triunfa hoy en el mundo; y lo curioso es que describe su momento histórico y no es muy diferente del actual, habla contra los sindicatos pero admite que los patronos tienden a comportarse sin escrúpulos cuando nadie los vigila. Lo triste es que constatamos algo tan sencillo como que hay una falta de honradez generalizada en todas las orillas de la gestion… Mire donde uno mire, vemos aprovechados por doquier, el espabilado se ha hecho norma.
Hay causas y no merece la pena volver a enumerarlas. Pero, cito: "Cuando los líderes políticos no demuestran honradez y cuando la gente miente sin parar en los medios, todo el mundo se acostumbra a la "la gran mentira" como modo de vida. En ese momento, la honradez se convierte en una antigualla pintoresca porque ya nadie quiere ser honrado, porque quien lo sea puede perder la partida".
¿Les suena? Cuando vemos cómo los tertulianos televisivos defienden la basura generada por políticos que ahora se despegan de sus compañeros de montería y puticlubs, la Universidad de Cádiz o Bankia con sus tarjetitas, esos arzobispos renacentistas con chóferes y comidas incluidas protegiendo la imagen de la sacrosanta iglesia universal… sentimos asco y debemos reflexionar. La ambición humana no es un defecto, es nuestra naturaleza; Aristóteles, que no era tonto, decía que no somos mejores o peores por lo que somos sino por cómo nos comportamos respecto de lo que somos. Por ello, lo correcto es aprender a controlar con eso que llaman sabiduría, de ahí la importancia de la Educación.
Yo, que soy de colegio de curas, recuerdo siempre aquello de es más fácil que pase un camello por el ojo de una aguja que meter a un rico en el reino de los cielos. Ojalá sea verdad.
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