Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Ramón Castro Thomas
La tribuna
HACE poco, contemplando en la Feria de Madrid una larguísima cola ante la que firmaba libros un autor de éxito, comenté a un profesor de literatura con el que me encontraba, hombre con mucho mundo, recién jubilado de tareas docentes en una universidad norteamericana, mi asombro ante el hecho de que habiendo tal variedad de libros y siendo las personas tan distintas, tantos se empeñaran en leer lo mismo que los demás. Me contestó con cierta sorna que sí, que había muchos libros, pero que las personas no eran ni por asomo tan distintas como yo las suponía. No pude por menos que convenir en que tenía razón.
Casi siempre se examina el fenómeno del best seller (que tiene en nuestra idioma la algo equívoca traducción del más vendido o, incluso, el súper vendido) desde el lado de la obra, centrándose la reflexión en su mayor o menor calidad y llegando inevitablemente a la conclusión de que el éxito no hace malo a un libro ni, supongo, tampoco lo convierte en bueno. Más interesante resulta preguntarse por el impulso a la uniformidad de esos lectores, que encuentra en la paciente fila india de la firma su máxima expresión.
Hoy el máximo argumento publicitario de una obra literaria no reside en su contenido sino en su difusión, no hay "gancho" más atractivo que pregonar una enorme cifra de ejemplares, cuanto más enorme mejor; la campaña de la última novela de Ruiz Zafón, por citar el ejemplo más reciente, ha estado basada sobre todo en esa cifra estruendosa de un millón de copias de la que ha alardeado insistentemente su editorial. Lo que atrae al "público", como briznas de hierro a un imán, es esa confluencia gigantesca en la que puede asimilarse a otros. Seguramente muchos de ellos no tienen otra manera de valorar el mérito de una obra, a falta de juicio propio con el que apreciarla y podría pensarse que con más información, esa elección de lecturas sería más amplia, pero no hay que desdeñar el poderoso factor que supone esa atracción por la cantidad que impulsa a tantos a leer lo más leído.
Como muestra Elías Canetti en Masa y poder, frente al instinto individualista que anima a distinguirse, a singularizarse siguiendo un camino propio, está el instinto de masa que busca, y siempre encuentra, la corroboración del grupo, mientras más numeroso mejor. Hay siempre en la masa un sentimiento de igualdad, de equiparación, que satisface anulando distingos y distancias, situando a todos sus participantes en el mismo plano. Fundirse en la muchedumbre evita la necesidad de un criterio propio, siempre dificultoso de obtener, abona la pereza eliminando la necesidad de selección, prescindiendo por tanto de la formación del gusto, ofrece una certeza más allá de cualquier duda; ¿cómo pueden estar equivocados si se cuentan por millones? Lo que digan unos cuantos, por mucho que sepan, ¿qué puede valer frente a eso?
Novelas entretenidas hay muchas, actuales o heredadas de otros tiempos, mejores o peores o más o menos eficaces con respecto a su loable objetivo de distraer, mas eso no importa tanto como el anhelo de la mayoría de precipitarse sobre las súper vendidas del momento, de coincidir todos a una como los que saltan a consuno en un concierto entusiasmados por ser cincuenta, cien, doscientos mil. Sin duda esta necesidad es potenciada por la industria editorial con todos los medios a su alcance, pues en ella encuentra fantásticos márgenes de beneficio, pero si esa fascinación por la cantidad, indiferente a cualquier apreciación cualitativa, no estuviera firmemente instalada en la psicología colectiva, tales esfuerzos publicitarios no pasarían de la mera propaganda.
Ir como Vicente donde va la gente, es un reclamo irresistible para la mayoría, no en balde vivimos en una sociedad de masas y como fenómeno de masa, a pesar de la soledad en que transcurre toda lectura, es factible examinar lo que se ha llamado últimamente "literatura espectáculo", tal vez más comprensible desde los presupuestos de la sociología que desde los de la crítica literaria. No tiene esto por qué ser perjudicial; siguiendo la terminología de Canetti sería una masa de multiplicación, mucho más benigna que otras, basada en la desbordante capacidad productiva de la sociedad de consumo, pero sí resulta, al menos para el arte de la literatura si es que éste existe todavía, bastante limitado.
Lo cierto es, como decía mi amigo el profesor, que las gentes ni son distintas ni quieren serlo; al contrario, lo que desean es formar parte de una masa homogénea, en igualitario pie de cola con los demás.
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