Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Ramón Castro Thomas
HABLANDO EN EL DESIERTO
L O primero que se debía aclarar cada 10 de diciembre es que la Declaración de los Derechos Humanos, si es que llama así, no es una conquista de la izquierda sino del liberalismo, del más brillante y humanista pensamiento conservador. La declaración no es tampoco una ley, es un código moral como los Diez Mandamientos de la Ley de Dios: una persona particular puede adoptar sinceramente el cristianismo o el judaísmo como norma de vida e incumplir por debilidad los mandamientos, o por pensar que algunos de ellos son medidas políticas más que morales. Un Estado puede adherirse a los derechos recomendados por la Naciones Unidas y luego cumplirlos o no, o cumplirlos en parte, según las circunstancias de cada país. Aclarar también que no se refieren y benefician sólo a la progresía andante ni a las minorías organizadas que intentan hacer valer sus derechos conculcando los de las mayorías.
Los derechos humanos son de todo el mundo y de cada individuo en particular. La libertad personal no debe sacrificarse nunca a favor de las colectivas, sino que ha de buscarse la forma de conciliarlas. Sin libertad individual, la colectiva es la de masas amorfas y sin criterio o la de grupos quejumbrosos que hacen de unas recomendaciones morales una política injusta: todo para los débiles y nada para los fuertes. La dictadura de los débiles es tan rechazable como cualquier otra. Los derechos humanos no llegaron como verdad revelada, sino que, como los Mandamientos y tantos otros códigos morales, recogen un sentir humano natural ya explicado por los filósofos del siglo XVIII: la repugnancia, la piedad innata, ante el sufrimiento de un semejante. Los fanatismos humanos de todas clases pervierten este sentimiento noble, compartido con muchas especies animales.
Se dio una guía de derechos a los que las naciones deberían aspirar, pero como aspiramos a la perfección y al Cielo de los Bienaventurados. Se proclamaron los derechos humanos elementales, no el igualitarismo; la igualdad ante la ley, no la efectiva. Lo que nunca se proclamó fue que los fuertes se dejaran amagar por los débiles, ni que las minorías gobernaran a las mayorías. No se dio una cinta métrica para que todos nos dispusiéramos a medir lo mismo o a medir según el antojo del Procusto en el gobierno. Sin embargo, cada 10 de diciembre los actos de conmemoración del Día de los Derechos Humanos se los intenta apropiar una izquierda bajo palabra como si hubiera sido una conquista suya. En la tradición de la izquierda no encontramos ejemplos de respeto por tales derechos, ni en los países donde aún perviven dictaduras comunistas. En el humanismo cristiano de raíces clásicas y en la moral tradicional es donde hay que buscar los cimientos de las modernas conquistas sociales.
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