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CATAVINO DE PAPEL
DÍAS pasado falleció a los noventa y dos años de edad el prestigioso fotógrafo Irving Penn, residente en Nueva York. Se hizo famoso durante la segunda guerra mundial, publicando en contraste con los horrores del momento retratos femeninos en la revista "Vogue", como mas tarde haría de la célebre modelo Kate Moss, a quien inmortalizó en blanco y negro, con una pose tan elegante como sensual en su desnudo. Después de la contienda, Irving Penn se dedicó viajar por los cinco continentes, llevando a cabo en España un excelente trabajo sobre los gitanos extremeños y su mundo. Y al llegar a Francia, retrató originalmente a Pablo Picasso con sombrero de ala ancha y de semiperfil, retrato que se ha reproducido muchísimas veces en prensa, revistas y libros. Ahora cuando cualquiera es fotógrafo con su teléfono móvil con cámara, por lo que la fotografía se ha convertido en un gran entretenimiento para tantas personas, rebajando su interés al cifrarlo simplemente en la avanzada tecnología, la muerte de Irving Penn, nos incita a reivindicar la fotografía de arte, el enaltecimiento que alcanzaría el invento que en mil ochocientos treinta y uno pusieron el circulación José Nicéforo Niepce, Juan Luis Mande Daguerre, Guillermo Enrique Fox Talbot, J. B. Readi, Hipólito Baryard y Juan Herschel, porque como certificó un filósofo el arte es el devenir y el acaecer de la verdad. Y la verdad es que esa definición profunda y lírica nos vale, nos conforta, cuando contemplamos la obra de un fotógrafo con sensibilidad, con válidos argumentos para su quehacer gustoso, con claridad de ideas de lo sugeridor y de lo cabalmente estético, de la genuina composición artística, de la instantánea digna de la prevalencia. Un ejemplo de estas cualidades y calidades, se pueden comprobar en la actual exposición "Encuentros. 25 años de arte en Jerez", en dos magnas obras de Juan Salido Freyre. Ante ellas pensamos que el verdadero fotógrafo a líos con la técnica -película, luz, distancia, laboratorio y ácidos- es capaz de hacer ceniza de los brillos, los colibrís del sol, captar la emanación de la tierra, los entresijos del hombre, para quedarse con el puro gránulo, con la brisa y manto de arena que es el mundo, los cuerpos que lo pueblan, junto al sentimiento que todo ser acumula en la mirada, en el gesto, hasta en la voz que se presiente o el horizonte que se depura. Nuestra admiración no tiene lindes por cuantos fotógrafos ponen en el objetivo mucho más que le retina, porque nos dan, nos brindan, nos dejan el rastro de la subcutánea fidelidad de una época, de un rostro coetáneo tan lírico como dramático, escondido y brillando allí, aquí, donde el devenir y el acaecer tiene su entrañable razón, en cada cara o árbol sobre el aire, molécula o célula arriba y abajo, para lid de su objetivo. La muerte de Irving Penn, nos ha traído al recuerdo el universo mágico de la fotografía de arte. Hay que reivindicarla más que nunca.
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