Santiago Cordero
¡A comerse el turrón!
HABLANDO EN EL DESIERTO
CON la llegada del buen tiempo los desnudistas militantes retoman la bandera de sus reclamaciones y reanudan la lucha, no para defender un naturismo que debe tener cien años o más, sino para practicarlo en playas donde hay bañistas que prefieren usar bañadores y no quieren unirse al desnudo igualitario. El fin secreto de los partidarios del desnudo rampante es obligarnos a todos a aparecer en público como vinimos al mundo y prohibir los bañadores. Prohibir ya no es conservador. Con el tiempo, lo que fue un movimiento aristocrático, de clases altas, cultas y bien educadas, practicado en recintos cerrados y protegidos de las miradas ajenas, se ha convertido en uno de los frentes de la izquierda paranoica. Los mismos que batallan por la desnudez que nos iguala en el nacimiento, son partidarios del uso impuesto del burka y otras velaciones que desigualan. El progresismo debería encontrar pronto un camino coherente.
A quien escribe el desnudismo le es bastante indiferente y lo ha practicado en diferentes sitios reservados o tolerados. No le parece ni de izquierda ni de derechas ni un progresismo, ni siquiera una modernidad: le parece aburrido por la monotonía de la desnudez, anticuado porque sus defensores más exaltados no son jóvenes, y retrógrado porque la mayoría de la gente es fea y la fealdad nunca fue un progreso. Puestos a elegir, mejor el burka, que promete esconder una belleza desconocida y misteriosa para aventuras literarias de raptos y prisiones en torres del oriente exótico y lujoso. La realidad es prosaica: el burka y demás formas de velarse no hacen sino tapar un cuerpo desnudo, y el desnudo es natural, corriente y prosaico. El hombre inventó pronto la ropa, además de para abrigarse, para distinguirse de los otros y llamar la atención. Su cerebro privilegiado lo llevó a inventar el erotismo del vestido porque la desnudez ya estaba inventada y era repetitiva e igualitaria.
Las ideas y costumbres, incluso modas, que nacen en las capas más altas de la sociedad acaban por llegar al pueblo tarde y desvirtuadas, cuando ya quienes les dieron nacimiento las han abandonado e inventado otras. Al hacerse popular, el desnudismo ha adquirido, como las mochilas y las bicicletas, ideología de izquierda, pero de una izquierda reaccionaria en cuanto pretender invadir el territorio de quienes no quieren desnudarse, igual de reaccionaria que cuando aboga por las pudorosas mujeres veladas del poder islamista. Las ideologías, si es que todavía queda alguna clara, la modernidad y el progresismo, de estar en alguna parte están en el cerebro, no en la afición a vestirse o desnudarse, ni en usar mochila o montar en bicicleta. Los cerebros andan contaminados por adoctrinamientos contradictorios; pero, si la indigencia mental no es irreversible, a pensar con orden, que es una señal de progreso, se aprende.
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