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La niebla de nuestras vidas

Tribuna libre

29 de enero 2011 - 01:00

GUARDANDO las distancias, generacionales, que no la literarias, 'Bancos de niebla' (Editorial Paréntesis, Colección Umbral), la última y reciente novela de Juan Carlos Palma, con Cristóbal uno de esos últimos guardianes de los mejores deseos que se guardan en papel en la cara oculta de la luna, para la ocasión de la Luna Nueva, recuerda al Francisco Umbral de las primeras prosas, al joven que soñó 'Las ninfas' a la sombra de las acequias castellanas. Juan Carlos puede que sepan pertenece a este Sur nuestro, aunque el timbre de su voz no lo recuerde, y por eso entre sus nieblas reviven los paisajes que se arriman lo mismo al mar que al río en las tierras de Sanlúcar de Barrameda, aunque sea sucintamente, porque no les engañaré si les digo que los suyos casi podrían localizarse en cualquier rincón de España.

'Bancos de niebla' es un libro para nostálgicos de aquellos tiempos en los que los rudimentarios juegos del Spectrum, unas máquinas que ya son prehistoria, colmaban el sueño tecnológico de las primeras generaciones españolas que tuvieron un ordenador o una consola a mano, unos años en los que por la edad del autor y de los protagonistas amar era todavía la aventura y el desconcierto de los primeros besos más furtivos, soñados o reales, pero siempre anclados a la imaginación más sensible y hasta calenturienta, si así lo prefieren, tan propia de la adolescencia.

Pero a pesar de esa nota dominante, entre las líneas y en la historia que hila la novela, al fondo pero muy nítidamente, se reconoce una de las claves de su desenlace como atando de manera inexorable la vida de los personajes a problemas escolares que ahora de cuando en cuando airean los medios de comunicación apoyándose en expresiones anglosajonas, como si todo se redescubriera cuando se proclama en inglés, pero que como aquí se recuerda ya estaban ahí de mucho antes, casi desde siempre, porque no es nuevo que el hombre en cuanto puede es un lobo para el hombre, y que para desgracia de la mayoría, quien puede convertirse en matón, en acosador, no pierde la oportunidad de hacerlo. Y de soslayo advierte Palma otra verdad que muchas veces duele y no se reconoce: casi siempre quienes tienen el poder dan la cara por los poderosos, o por los acosadores, que son siempre los mismos.

'Bancos de niebla' quizá sea un libro de perdedores y nostálgicos, una lanza de sinceridad por todos los que estuvieron a punto de naufragar o que naufragaron en aquellos días en los que todo era una promesa. Quizá la novela sea necesariamente una obra para nostálgicos, pero sin olvidar que cada tiempo tiene inevitablemente sus incondicionales, pero es también como decíamos una oportunidad para recordarnos que casi nada es nuevo y que casi todo ya estaba inventado incluso mucho antes de convertirse en desagradable actualidad. Otra cosa es que nos cueste reconocer por dónde se quiebran nuestras vidas hace ya mucho tiempo.

Por los años sobre los que planea, trascendentales para la historia contemporánea de nuestro país, el relato podría hasta tener su dosis política aunque solo fuese a ojos de quienes no comprenden o miran desde lejos un quehacer que solo mucho más tarde entenderemos que siempre nos será incomprensible, seguramente porque, como ya sabíamos y se ha pespunteado desde 'Wikileaks', responde a intereses casi siempre inconfesables. Pero no se preocupen, no es el caso, y el que fuera un posible recurso se desdeña a favor de la vida en sentido singular en una novela breve y hasta ligera, aspecto este último que también es de agradecer en un tiempo en el que las editoriales por estrategias de comercialización y venta prefieren los excesos de papel, olvidando que, como he comentado tantas veces con mi amigo José Antonio G. Machuca, la que dicen la mejor novela del pasado siglo XX, 'La metamorfosis' de Franz Kafka, no llega a las cien páginas. Pero en fin, eran otros tiempos. 'Bancos de niebla' se centra en el intramundo que se va encadenando en quienes alguna vez fuimos adolescentes y que a pesar de las adversidades nos fuimos descubriendo, o mejor, descubrimos lo que sería vivir, y hasta morir, porque siempre hubo, en esos años que decimos, algún muerto inesperado y a destiempo, como en la novela que reseñamos, porque hay edades en las que llena tanto vivir, que todo lo demás sin serlo, parece distante y ajeno.

Y aunque posiblemente no hacía falta que se dijese, porque en eso quizá consistió siempre la literatura, terminaremos recordando la nota final con la que Palma se despide: "La presente novela está inspirada vagamente en un suceso real. Los personajes, lugares, hechos y pensamientos que se narran han sido removidos en la neblinosa pócima de la ficción." La neblinosa pócima de la ficción, la vida misma. Así que ya lo saben: mientras pasa la crisis, lean y recuerden, por lo menos ahora que todavía pueden.

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