Contrapunto ascético que nos llega desde La Plazuela
Amor y sacrificio
La hermandad jesuita de Madre de Dios llena de silencio y de oración la tarde del Lunes Santo.
SÍ. Ya sé que voy a caer en el tópico. Pero es que esta tarde-noche de Lunes Santo es una jornada de contrastes: la de la alegría y el sabor a barrio que llegan desde La Constancia y La Plata, la elegancia y solemnidad deviene de la otrora Colegial y del sabor a clasicismo que procede de San Marcos, nos viene, desde la Parroquia de Madre de Dios, una cofradía de inconfundible aroma ignaciano que, como cada año, pone el contrapunto severo, austero y ascético al Lunes Santo jerezano.
Amor y Sacrificio fue la de siempre, lo diferente de este día. Sigue al lado de los principios que le diera el Padre Antonio de Viú allá por los años cuarenta, sin que se haya movido un ápice de ellos. Austeridad, silencio, oración y penitencia son las notas que caracterizan a esta corporación. Decía el pasado Domingo de Ramos el buen Papa Francisco, jesuita como esta corporación, en su homilía "Humildad quiere decir también servicio, dejar espacio a Dios". Y es precisamente eso lo que transmiten los hermanos de Amor y Sacrificio: humildad y búsqueda en la vida para dejar espacio al único que puede colmar los anhelos del ser humano.
Todos los rincones de la Plazuela, con el monumento a la gran Paquera de Jerez oteando el horizonte, estaban ocupados y la multitud ya se extendía esperando la salida de la sencilla cruz de guía arbórea que abre paso a un amplísimo y cada vez más numeroso cortejo de nazarenos (unos 400 aproximadamente) de mirada al frente, capuz negro sin capirote, medalla al cuello y cirios negros a la cadera. Numerosas cruces de penitencia y pies descalzos y, como única música, cientos y cientos de avemarías, el rezo del Rosario en un cortejo cuya sola presencia infunden el respeto y el silencio quienes lo contemplan. Presentes en esta oración los cristianos perseguidos en diversas partes del mundo y, también, una hermana de la cofradía que se encuentra grave tras un accidente de tráfico.
Ese silencio se rompe con el aplauso de la muchedumbre a la hora de cruzar la Dolorosa que tallara Carlos Monteverde cielo el angosto dintel de Madre de Dios y con las primeras saetas, hondo y desgarrador quejío que se hace oración. La Madre de Amor y Sacrificio con la corona de espinas del Hijo en sus manos y con el manto negro y amplio cayendo por detrás, con su alfombra de azahares y alhelíes a sus pies, colocadas amorosamente por las hermanas de la cofradía en la mañana del Lunes Santo.
A medida que la luz del sol va dejando paso a la noche, el ambiente que rodea a la cofradía de Madre de Dios se va volviendo cada vez más recogido y silencioso, sobre todo en calles como Bizcocheros o Caracuel.
De recogida, cuando ya va buscando su templo, con el espectacular paso por un marco incomparable como la Alameda Vieja, el paso por el barrio de San Miguel es sencillamente sobrecogedor.
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