Bosques-isla en los 'mares' de la campiña
Un paseo por nuestros 'oasis' forestales entre tierras de cultivo
Antes que los viñedos y los olivares, antes que el monte bajo y las dehesas, mucho antes de que las lomas y las tierras llanas se transformasen en cultivos y labrantíos, en el paisaje de nuestro entorno predominaban las formaciones vegetales propias del bosque mediterráneo. Pinares, encinares, alcornocales, quejigales, acebuchales, bosques de ribera… ocupaban aquí y allá, en función de las características del suelo y la humedad, cerros y lomas, valles y llanos.
Siglos de intervención humana sobre el medio natural, muy especialmente desde la romanización hasta nuestros días, han provocado cambios sustanciales en el territorio y el paisaje de la mano de las progresivas roturaciones y de la imparable extensión de la agricultura y la ganadería. Ello ha traído como consecuencia que en el marco de la campiña, los espacios forestales se fueran fragmentando, alterando y reduciendo hasta llegar, casi, a desaparecer.
Pese a todo, aún se conservan reductos de vegetación, "oasis" forestales, que como auténticos "bosques-isla" permanecen a duras penas entre el "mar" de terrenos agrícolas de nuestras campiñas. Mientras que en unos casos se trata de espacios naturales en los que sobreviven especies arbóreas y arbustivas autóctonas propias de nuestro entorno, en otros encontramos bosquetes fruto de repoblaciones llevadas a cabo en los últimos cincuenta años. El caso es que allí están, resistiendo a pesar de todo, para recordarnos que en esos paisajes en los que hoy vemos grandes extensiones de cereal hubo en otro tiempo encinares, que donde hoy prospera el viñedo, crecían bosques de acebuches y algarrobos, que los llanos donde se cultiva el algodón, estuvieron un día cubiertos de frondosos pinares.
Los bosques-isla, aunque reducidos a su mínima expresión, juegan un papel ecológico fundamental al actuar como reservas y refugio de la vegetación natural, la flora y la fauna silvestre de nuestro territorio, de cuyo antiguo esplendor son fieles testigos. Junto a ello, aportan a los paisajes tantas veces monótonos de los cultivos agrícolas y a la uniformidad de los horizontes de sembrados, una vistosa diversidad, variedad y contraste de formas y colores que los enriquecen y los hacen más atractivos.
Afortunadamente, de un tiempo a esta parte, se están considerando los recursos naturales y paisajísticos de nuestro entorno como un elemento importante a conservar, proteger y potenciar y, en territorios como nuestra campiña, se han empezado a reconocer los valores que aportan los "bosques-isla".
Una primera catalogación y estudio de los mismos se llevó a cabo con la publicación en 2001 de un estudio de gran interés que vio la luz también en formato libro: (1). En él se da cuenta de un primer inventario de estos espacios naturales, que representan auténticas "islas de vegetación rodeadas de un medio hostil y diferente, son restos interesantes de ecosistemas pretéritos que preservan en su interior las condiciones para la supervivencia de especies animales y vegetales que de otra forma ya habrían desaparecido. Su valor además se incrementa al poder servir de nexos de unión o corredores, junto con los bosques de ribera, que permitan los desplazamientos de las especies entre distintos espacios naturales protegidos" (2).
Este estudio llevado a cabo por los investigadores Carola Pérez Porras, Guillermo Ceballos y Abelardo Aparicio, aporta interesantes datos sobre 159 enclaves pertenecientes a 18 municipios de la provincia que comparten el territorio de las campiñas. De ellos, los alcornocales son los que ocupan mayor superficie (2.007 Ha), seguidos de los pinares y los acebuchales. Junto a las citadas, otras de las formaciones arbóreas descritas son los bosques mixtos (alcornoque, pino y acebuche), los encinares y finalmente los quejigales y los bosques de ribera, estas dos últimas menos representadas en los parajes campiñeses. De cada "bosque-isla" se aportan en el mencionado estudio interesantes datos sobre localización, superficie, flora y vegetación así como el listado de especies más significativas que hacen de esta publicación un valioso documento para el conocimiento de nuestro entorno.
En el término municipal de Jerez se catalogaron 30 bosques-isla entre los que encontramos una variada selección de las distintas formaciones forestales. Los más representados son los pinares de los que han sido incluidos 14 enclaves en la campiña, seguidos de los alcornocales (6) y los acebuchales (4).
Aunque desde el siglo XVIII hay constancia de la existencia de pinares en la campiña y en las proximidades de la ciudad, buena parte de ellos ya habían desaparecido a comienzos del siglo XX (3), manteniéndose algunos bosquetes aislados, pertenecientes en su mayor parte a la especie Pinus pinea(pino piñonero) y, en menor medida, a P. halepensis (pino carrasco). A lo largo del siglo pasado, y especialmente tras la creación de los poblados de colonización de la vega del Bajo Guadalete se repoblaron con pinos distintos espacios degradados. Este es el caso de varios enclaves próximos a Estella del Marqués donde, medio siglo después, encontramos hoy dos pequeños pinares. Uno junto a la Venta de La Cueva, colindante con la carretera de Cortes y otro a las afueras de esta población en la carretera de Lomopardo en terrenos baldíos muy alterados por antiguas canteras y caleras, recuperados hoy como espacio forestal. Ambos pinares, de pequeña extensión están en los márgenes del parque de Las Aguilillas.
Muy llamativos son también los pinares del Cerro de la Harina y de Cabeza de Santa María, en Torrecera, ambos sobre cerros de margas y yesos triásicos. El primero de ellos, en Torrecera la Vieja, despunta junto al Guadalete. El segundo, en las proximidades del cortijo del mismo nombre, sobresale entre olivares junto al arroyo Salado de Paterna en el Valle de Los Arquillos. En todos ellos la especie dominante es el pino carrasco, al igual que sucede en el pinar que crece en torno a la Potabilizadora de Cuartillos, donde también están presentes ejemplares de pino piñonero. En el parque periurbano de La Suara, hay también pinarillos de P. pinea, como en los llanos de Malabrigo y Los Isletes, próximos a aquel. En estos parajes encontramos uno de los pinares de mayor interés y extensión de la campiña, el de La Guita, con una superficie de casi 30 Ha, donde el pino piñonero se mezcla con encinas y alcornoques. Próximo a él están los pinares del Montecillo y el del Cerrado de Malabrigo, donde crecen estas mismas especies.
Al este de la ciudad encontramos los pinares-isla de la Sierra de San Cristóbal, o el de Las Quinientas, cuya densa arboleda cubre un cerro que se alza en los llanos del mismo nombre, junto a las antiguas caballerizas del cortijo. Ambos son de pino carrasco, a diferencia de los bosquetes de pinares de La Parra, en las proximidades del aeropuerto, donde el protagonista es el pino piñonero.
Los alcornocales, tan abundantes en la zona de los Montes de Propios, apenas forman masas puras en el territorio campiñés que puedan ser consideradas bosques-isla. Con todo destacan algunas manchas importantes, como las de Berlanguilla, donde se conservan varios bosquetes de alcornoques rodeados de cultivos de algarrobos. En los alrededores del cruce de la antigua Venta San Miguel, en la zona conocida como El Chaparrito, podemos encontrar también otros tres pequeños alcornocales catalogados.
El acebuche u olivo silvestre forma masas de gran superficie en las zonas del interior de la provincia, en los términos de Medina, Arcos o Vejer, donde llega a ser en muchos lugares la especie dominante. En Jerez hay también acebuchales de gran interés, que forman auténticos bosques-isla en distintos parajes de la campiña. Este es el caso del de La Guillena, en las faldas de la Sierra de Gibalbín próximo a la localidad sevillana de El Cuervo y a la laguna de Los Tollos, donde los árboles alcanzan gran desarrollo.
De menores dimensiones son los acebuchales de Torrecera o de Gigonza, donde en las proximidades del Castillo y de los antiguos Baños, se forman también masas forestales de gran densidad, como sucede en los Cejos del Inglés. Este último acebuchal se extiende en los cerros próximos a la Laguna de Medina presentando laderas donde el bosque se encuentra muy desarrollado, tal como puede verse desde las proximidades de la Ermita de la Ina o del Puente de las Carretas. De gran interés es también el bosque-isla de acebuches que crece en el Cerro del León, a orillas del Guadalete y junto a la barriada rural del Palomar de Zurita. Aunque no figura en el catálogo provincial, presenta árboles de gran tamaño y es una formación sobreviviente de los desmontes que en sus alrededores se produjeron con la extracción de gravas y arenas.
Los encinares ocuparon tiempo atrás grandes espacios en la campiña que se fueron aclarando con el paso de los siglos para su transformación en dehesas, hasta casi desaparecer. El viajero que recorra la carretera de Cortes entre Cuartillos y La Barca, puede hacerse una idea de lo que pudieron ser estos bosques y dehesas al contemplar los numerosos pies de encinas centenarias que se observan todavía entre los sembrados en tierras de Cuartillos, Las Majadillas, La Guareña o Magallanes. Sin embargo, son escasos los lugares en los que las encinas forman masas forestales de cierta entidad, como sucede en la dehesa de Garrapilos, junto a la Barca de la Florida, en terrenos que pertenecen en una buena parte a la Yeguada Militar. Con todo, la más sobresaliente de estas formaciones es sin duda el Encinar de Vicos, situado entre la Barca y el Cortijo de Vicos, donde las encinas llegan a formar un hermoso bosque de llanura y en el que encontramos ejemplares centenarios de hermoso porte.
Junto a los bosques-isla ya mencionados, donde una especie es predominante sobre las demás, encontramos también otros espacios forestales en la campiña, donde aparecen mezcladas varias de ellas, no formando masas puras. Se trata de bosques mixtos, como el que encontramos en el Cerrado de Malabrigo, de 88 Ha, entre La Barca y san José del Valle, situado en la orilla izquierda de la carretera. Se trata de una formación forestal en llanura donde junto a un alcornocal adehesado, sin matorral, crece un pinar de pino piñonero, estando también presentes otras especies arbóreas como encinas, olivos, alcornoques, espinos… El arroyo del Zumajo atraviesa este bosque mixto, y en sus orillas no faltan tampoco quejigos, sauces y en menor medida olmos.
Más conocidos por los lectores son los bosques-isla de La Suara y Las Aguilillas. Se trata de lo que podíamos denominar formaciones antrópicas, es decir, espacios forestales fruto de repoblaciones en lugares que estaban fuertemente degradados y que apenas conservaban restos de la vegetación natural.
La Suara, de 211 Ha, es un amplio espacio forestal situado en las cercanías de La Barca de la Florida, sobre una antigua terraza escalonada del río Guadalete. Repoblado a partir de los años 50 del pasado siglo, se trata de un eucaliptar-pinar en el que progresivamente van ganando espacio algunas de las especies propias del terreno como los acebuches o, en menor medida, los quejigos, estos últimos junto a los arroyos. En la actualidad La Suara hace las funciones de parque periurbano, sirviendo de zona de ocio a la ciudad de Jerez y a otras poblaciones vecinas.
Algo parecido sucede con el parque de Las Aguilillas, junto a Estella del Marqués, a 5 km de Jerez por la carretera de Cortes. En este bosque-isla, predomina en distintos sectores el pino carrasco, que forma una masa forestal en la que también están presentes los eucaliptos y, en menor medida, especies que formaban parte de la vegetación natural: coscoja, lentisco, acebuche, sanguino y palmito. Estos pinares, que por su proximidad a la ciudad son un espacio muy utilizado para paseos y comidas familiares, han sido objeto de tratamientos silvícolas de aclareo que pretenden la progresiva eliminación de los eucaliptos y la recuperación de las especies autóctonas. Bosques-Isla: pequeñas formaciones forestales en el "mar de la campiña, lugares tranquilos en los que pasear y disfrutar de la naturaleza muy cerca de la ciudad.
José y Agustín García Lázaro
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José y Agustín García Lázaro
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