Luz Chavita, la jerezana que triunfó en el París de la Belle époque
El rebusco
Se retiró en 1905, después de una corta pero fulgurante carrera en los escenarios. En la actualidad, su nombre ha caído en un completo olvido.
EL paso del tiempo puede ser cruel para aquellos que en su momento disfrutaron de la fama y el reconocimiento del público. En el caso de la jerezana, Luz Chavita, su carrera como artista del baile y la danza fue intensa y apasionante, desde sus humildes orígenes alcanzó la gloria en los grandes escenarios europeos, retirándose del mundo del espectáculo, aún joven y rica, a la Andalucía que le vio nacer, Jerez, y donde inició su formación profesional, Sevilla.
Sin embargo, poco se sabe de su vida. Para reconstruirla no nos queda otro recurso que recurrir, aquí y allá, a las breves crónicas de los corresponsales de prensa instalados en París por aquellos años, así como algunas gacetillas donde se hacían eco de los éxitos de la exótica artista jerezana.
El que nos proporciona una información más completa, pero no por eso más fiable, es el periodista sevillano Genaro Cavestany, en su artículo publicado en El Correo Español, de la capital mexicana, el 7 de octubre de 1908. Esta su rendida descripción física, después de que le fuera presentada en la residencia del conde de Pradere: “una mujer de belleza tan admirable que quien una vez la haya visto, tendrá que proclamarla reina de la hermosura, y jamás sus divinos ojos y cuerpo de soberanas formas, al par majestuosas y provocadoras, podrán olvidarse”.
Por su parte, el incisivo Luis Bonafoux se hizo eco de sus inicios en su sección del Madrid Cómico, Españoles en París, el 4 de octubre de 1899 : “Si es gitana, la más gitana de cuantas bailaoras bailotean en París, bailándose mucho y con calórico, echando lumbre por los ojos, que son dos farolas”.
La jerezana alcanzaría el triunfo en ese París de entresiglos, que vivía exultante el periodo de la Belle Époque, y donde hacía furor los bailes españoles y andaluces, sobre todo un flamenco estilizado al gusto europeo: la Guerrero en el Folies Bergere, la Tortajada en el Olympia, la Bella Otero en el Credit Lyonnais y la Chavita, o Lulú, como también se la conoció en sus inicios, en el Scala.
Se hizo tan popular que sus admiradores compraban por cientos las tarjetas postales que los fotógrafos Leopold Reutlinger y Virgilio Alterocca distribuían de ella en distintas poses. Incluso su rostro aparecía en las cajetillas de cerillas.
En el París de la Belle Époque
Pero, ¿cuáles fueron sus inicios? Según los datos recogidos, falta aún comprobarlo fehacientemente en los padrones del Archivo local o en su partida de bautismo, Luz Chavita, cuyo verdadero nombre era Luisa Lacalle (o De la Calle), nació en Jerez en 1880. De familia humilde, pronto dio muestra de su facilidad para el baile. Es por ese motivo que asiste en Sevilla a las clases de su afamada paisana, Juana La Macarrona, revelando su genio.
En 1894, ya conocida en Madrid con los nombres artísticos Lulú y Luz, se traslada a París. Lleva una carta de recomendación para el conde de Pradere (Daniel Carballo y Prat), a la sazón Segundo Secretario de la Embajada y Gentil Hombre de Cámara del Rey, y que era conocido por ofrecer su protección a las jóvenes debutantes españolas que llegaban a la ciudad del Sena en busca del éxito.
Pradere, a su vez, la presentará a los directores de El Figaro, Messieurs Perivier y de Rodays, quienes la invitaron a bailar en una de las fiestas que el aristocrático diario de París daba periódicamente como obsequio a sus abonados. El éxito fue colosal.
Cavestany, en su artículo, escribe: “El distinguido público que poblaba los salones de El Figaro le hizo una calurosa ovación, y al día siguiente todos los diarios hablaban con entusiasmo de la nueva estrella, y los ilustrados publicaban su retrato de mil formas”.
Por aquellas fechas un incidente político, en el que intervino por rara coincidencia, aumentó su popularidad de un modo extraordinario. El día en que se daba a conocer en París en los salones de El Figaro se estaba en pleno periodo dreyfuista.
El Figaro había tomado partido por Dreyfus y ofrecido publicar unos papeles importantes que afectaba al Gobierno existente entonces. El Prefecto de Policía envió una patrulla para apoderarse de aquellos papeles.
Llegaron al lugar en los momentos en que Luz Chavita bailaba sus primeras sevillanas, boleros y tangos, lo que demoró la inspección y dio tiempo a poner los documentos a buen resguardo y utilizarlos para el proceso de revisión del famoso caso. Chavita salvó aquel día a El Figaro y El Figaro le pagó tributándole aplausos y elogios, además merecidos, durante toda su brillante carrera.
Antes de su presentación oficial, fue aconsejada para asistir a la Academia de baile de la célebre coreógrafa Madame Mariquita, con la finalidad de perfeccionar los bailes de género que imperaban por aquellos años, además de adquirir otras habilidades necesarias para los teatros que la solicitaban.
Un par de años después debutaría en la Scala, y de este teatro pasó al prestigioso escenario del Folies-Bergere. Posteriormente hizo una excursión por Europa visitando Londres, Berlín, Viena, Budapest y otras importantes poblaciones.
A su regreso a París, después de actuar en El Alcázar de Marsella, la contrató la empresa de la Ópera Cómica, en el periodo de la dirección de Albert Carré, una de las épocas más brillantes de ese sala teatral.
Retiro dorado en Jerez y Sevilla
Durante esos años pudo hacerse de una gran fortuna que, con un espíritu práctico que no han tenido muchas artistas de su talento profesional, invirtió en valores y como participante comanditaria en un banco parisino.
En Sevilla llegaría a comprar una casa en la calle Santa Clara, en la que introdujo todos los adelantos y refinamientos de las habitaciones de París, y que más tarde vendió a mejor precio comprando otra mayor aún en la calle de Goyonetta.
Tampoco olvidó a su Jerez natal, donde llegó a ser propietaria, y eficiente administradora, de una gran finca de labor dedicada al cultivo del viñedo.
Pasaría el resto de su vida, desconocemos la fecha de su fallecimiento, entre Sevilla, manteniendo de forma esporádica su relación con el que fuera su protector, y algo más que amigo, el conde de Pradere, y Jerez, en la que hizo hecho construir una pequeña casa en la que, completamente sola, no tenía más distracción que los libros, periódicos y revistas que se hacía enviar desde París.
Cavestany remata la semblanza de esta singular mujer con este comentario: “Se propone hacer su marca de vinos de Jerez ‘Luz Chavita”. Y lo conseguirá en cuanto los vinos que tiene almacenados tengan la antigüedad exigida para ser vendidos como vinos generosos, hasta cuya fecha no quiere que sus vinos traspasen la frontera.
¿Quién de sus admiradores no pedirá esta marca para recordar con éxtasis su deliciosa finura en la Ópera Cómica?
Su vida como artista, aplaudida en los teatros de variedades de Europa, fue corta, pero puede ser considerada, junto a Isabelita Ruiz y Lola Flores, como tres de las grandes del baile y la danza.
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