En las cumbres del Albarracín
En torno a Jerez
Paisajes con historia (y 2)
El domingo pasado iniciamos un recorrido por el Monte Albarracín, que separa las localidades serranas de El Bosque y Benamahoma. Habíamos salido de esta última población y, tras caminar por un bosque mixto de encinas, algarrobos y quejigos, habíamos llegado a la casa de Las Zahurdas. Desde aquí, tras cruzar una zona de prados retomamos el sendero de ascenso hacia las cumbres, apto para la gran mayoría de públicos.
Desde la loma que se sitúa sobre la casa de las Zahurdas, bajamos ahora hacia la pequeña vaguada que nos separa de la base del monte Albarracín, faldeando por las laderas, para ir perdiendo altura progresivamente. Estos parajes, despejados de vegetación, son la cabecera de un pequeño arroyo que se excava entre las faldas del Cerro Ponce (a la derecha) y del Albarracinejo (a la izquierda) y cuyo cauce se precipita, descendiendo con fuerte pendiente, hasta el cercano río Tavizna al que se une a los pies del cerro del castillo de Aznalmara, en las cercanías del Molino de la Angostura. Conocido también como Molino del Escopetazo, aún pueden verse sus restos escondidos entre la garganta que contemplamos desde aquí casi a vista de pájaro (1). Al caminante interesado le apuntamos que este descenso es muy trabajoso, por lo acusado de la pendiente y lo cerrado de la vegetación, pudiendo hacerse esta misma ruta, con mayor comodidad, por la senda que desde los LLanos del Berral sigue el valle del arroyo de los Charcones. Este camino nos deja, en un punto situado apenas 300 m aguas arriba en la orilla derecha del Tavizna y a él volveremos en otra ocasión.
En el “Llano de los Fósiles”: un recuerdo a Juan Gavala Laborde
En la vaguada nos llaman la atención entre los prados, montones de piedras hoy desordenados, que fueron retiradas antaño para facilitar el crecimiento de la hierba: son los majanos. Delatan una antigua práctica que vemos en otros rincones de la sierra cuando en tiempos pasados, se rozaban hasta los más pequeños rellanos y laderas, despejándolas de vegetación y de piedras para sembrar cereal o fomentar los pastos. En este lugar afloran también entre los prados, estratos verticales de calizas tabulares liásicas, que se asemejan en algunos puntos a paredones rocosos o a restos de muros ciclópeos que poderosos plegamientos se encargaron un día de tallar.
Estos parajes, conocidos por algunos senderistas como Llano de los Fósiles, bien merecerían bautizarse con el nombre del insigne geólogo Juan Gavala Laborde, quien los recorre a mediados de la segunda década del siglo pasado. En 1918 publica su Descripción geográfica y geológica de la Serranía de Grazalema y describe en las faldas del Albarracín, entre otras muchas especies fósiles, la presencia de belemnites que halla en las "calizas titónicas, rojas con manchas de color hueso", que asoman también cerca de la cumbre. En la base del cerro, por estos rincones, apunta la existencia de "calizas margosas con sílex del Lías medio… cargadas de pedernal", y en la que también se encuentran fósiles de "…braquiópodos, entre otros la " (2).
Camino de las cumbres entre encinas, algarrobos… y pinsapos
Caminando entre estos estratos, nos hemos desviando ligeramente hacia la izquierda de la base del monte, hasta un punto donde se aprecian las huellas de la erosión en la ladera. Aunque podemos trepar hacia la cumbre desde otros rincones, desde este lugar que indicamos nos será más fácil acceder por la falda del monte zigzagueando por un sendero que, a veces, se desdibuja entre la vegetación. Ascendemos aquí entre grandes encinas y entre algarrobos que crecen en las empinadas rampas que conducen hasta el collado que separa las cumbres de Cerro Ponce, a la derecha, y Albarracín, a la izquierda. En nuestro camino hemos encontrado ejemplares aislados de pinsapos, alguno de los cuales presenta un soberbio porte, como se aprecia en las fotografías. Ello demuestra que el área de expansión de los pinsapos en esta serranía es más extensa de lo que en principio se creía, tal como señala un completo estudio del Departamento de Ingeniería Forestal de la Universidad de Córdoba en el que, por cierto, también se incluyen estos ejemplares (3).
Llegamos así al collado, donde se separan los términos de El Bosque y Grazalema, encontrándonos con una valla que lo divide en sentido longitudinal y que presenta algunas angarillas por las que podemos cruzar al otro lado, hacia la vertiente occidental de la sierra que desciende hacia El Boque. La mejor opción es caminar en paralelo a esta alambrada, llegando así hasta la base de la cumbre a la que accederemos fácilmente trepando entre bloques de caliza. El vértice geodésico, que vemos a lo lejos, tumbado por la corrosión de su estructura, nos servirá de orientación.
En la cumbre del Albarracín: un sorprendente paisaje
Una vez arriba aprovecharemos para descansar. Un buen rato de reposo nos permitirá disfrutar de las magníficas vistas panorámicas que nos aguardan. Para ello, lo mejor es sentarnos junto al caído vértice, el punto más elevado de este monte, y contemplar sin prisas el soberbio espectáculo que se nos brinda hacia los cuatro puntos cardinales.
Siguiendo el sentido de las agujas del reloj, al norte se divisan en la lejanía los relieves de la Sierra de San Pablo, en Montellano, con el pueblo a su izquierda y de la Sierra de Esparteros, en Morón. Más cerca de nosotros, en esta misma dirección, destacan los de la sierras de El Labradillo, Margarita y Zafalgar. Hacia el este, el horizonte lo cierran las cumbres de El Torreón, en la Sierra del Pinar, que desde aquí se nos antoja más abrupta que nunca, flanqueada a sus lados por los puertos del Pinar y del Boyar. El Reloj y el Simancón, máximas alturas de la sierra del Endrinal, son también visibles en dirección este, seguidas por la Sierra del Caíllo y las de Las Viñas y Ubrique, que junto a la de Los Pinos, en Cortes, cierran este murallón montañoso. El caserío de Benaocaz parece desde aquí camuflado entre el roquedo calizo de estas sierras.
Algo más al sur, la vista se nos pierde hacia las tierras del Parque Natural de los Alcornocales, donde sobresale a lo lejos el pico del Aljibe. Más cerca de nosotros, descubrimos las inconfundibles cimas de La Silla y, por todas partes, las colas del embalse de Los Hurones que rodean la base de algunos cerros (Cabeza de Santa María, Pendones, La Caldera) como si fueran islotes. El caserío de Ubrique también se nos muestra, en parte, en dirección sureste.
Siguiendo nuestro recorrido visual, veremos al suroeste la cumbre horizontal y alargada de la Sierra de Las Cabras, los Montes de Jerez, San José del Valle, escoltado por el mogote alargado de la Sierra del Valle, los parques eólicos de Paterna, Medina, Jerez… En esta misma dirección, llama también la atención la lámina de agua del embalse de Guadalcacín, o los relieves de Sierra de Aznar y Sierra Valleja, con las cicatrices de sus canteras. En el horizonte se adivinan las lomas de la campiña y tras ellas, como difuminada, la ciudad de Jerez.
Hacia el este, descubrimos también el embalse de Bornos y un buen número de pueblos del curso medio del Guadalete. Arcos sobresale en su escarpe rocoso, Bornos a los pies de la sierra del Calvario, sobre la lámina del pantano, Espera, encaramada en el cerro de Fatetar, el Coto de Bornos, o Villamartín (donde se aprecia la trama ortogonal en la que se dispone su caserío), son algunas de las muchas poblaciones que se divisan desde la cumbre del Albarracín. Más cerca de nosotros, apenas se aprecian algunas casas de Prado del Rey, oculto tras Cerro Verdugo, pero se identifica muy bien el cerro de Cabeza de Hortales, donde se conservan las ruinas de la antigua Iptuci. Y a nuestros pies, protegidas sus espaldas por el Albarracín, el caserío de El Bosque se nos muestra, a vista de pájaro, como la mejor de las estampas. Cuanto más lo contemplamos, más nos sorprende este paisaje…
Estas vertientes occidentales del Albarracín, albergan un frondoso pinar. A partir de 1957 se emprendieron tareas de repoblación ya que, en estas laderas más cercanas y accesibles a la población de El Bosque, se había perdido buena parte de la cobertura vegetal de la mano del hacha, el carboneo y el pastoreo. Más de 600.000 pinos (en especial Pinus halepensis y en menor medida manchas de Pinus pinea) se plantaron entonces (4). En la actualidad, las tareas forestales van orientadas a la progresiva sustitución de estos árboles por la vegetación natural que, poco a poco se ha ido regenerando con vigor. Desde el vértice del Albarracín, se divisa la pista forestal que, desde la carretera de EL Bosque a Benamahoma, asciende por el pinar hasta las pistas de lanzamiento de ala delta y parapente que quedan a unos cientos de metros la cumbre. Este camino, a través de la pista, es utilizado también por mucho senderistas para llegar hasta aquí. Otros prefieren hacer la travesía completa, desde Benamahoma a El Bosque, en la que se invierten entre 5 y 6 horas.
Una sorpresa en la cumbre con vistas a la historia
Antes de tomar el camino de regreso aún nos aguarda una última sorpresa. De la mano de una curiosa inscripción grabada de la piedra, junto al vértice geodésico, nos asomamos también a los paisajes de la historia. Mientras descansamos a los pies del monolito, hoy semidestruido y casi caído, que indica la altura del monte (977 m), llama nuestra atención lo que parece ser una cruz (que por su forma nos recuerda a las cruces de Malta), grabada en la roca, junto la que pueden leerse unas cifras: 156?. A nuestro juicio se trata de un hito de los que en el siglo XIX se colocaron en muchos lugares para marcar la divisoria de los términos municipales y aún de las fincas situadas en el monte. Nuestro amigo Pedro Sánchez Gil localizó en su día uno similar en otro cerro cercano.
No tenemos respuesta cierta a estas suposiciones, aunque no creemos que guarde relación con la fundación de El Bosque. Pese a todo, siempre que subimos al Albarracín y divisamos a vista de pájaro su caserío, nos gusta recordar la historia de este pueblo serrano y, en especial, sus orígenes. Aquellos años del primer tercio del siglo XVI en los que residían temporalmente aquí los Duques de Arcos, en una casa de campo que utilizaban como base de sus cacerías en "El Bosque de Benamahoma". Conocido inicialmente como Marchenilla y posteriormente como Santa María de Guadalupe, este enclave rústico daría lugar en el s. XIX al actual pueblo de El Bosque. Los hermanos De las Cuevas, atribuyen la creación de este lugar al tercer Duque de Arcos, D. Luis Cristóbal Ponce de León, muerto en 1573.
En estrecha relación con esta noble familia está también el nombre de otra de las cumbres que corona la sierra de Albarracín, el cercano Cerro Ponce (957 m), al que llegamos atravesando el collado. El historiador arcense, Miguel Mancheño y Olivares cuenta en su obra Apuntes para una Historia de Arcos (1896) que, en 1445, siendo conocedor Pedro Ponce de León que Mohamad aben Ozmin, rey de Granada, amenazaba la serranía, "salió con los vecinos de Arcos contra el enemigo, cuya retaguardia alcanzó entre Cardela y Garciago, villas de los moros próximas a Ubrique, y le causó grandes pérdidas, recuperando muchos cautivos y multitud de ganados. El sitio en que alcanzó y derrotó a los moros se llamó desde , que aún se conserva". Aunque nosotros pensamos que este lugar habría que localizarlo más al sureste, en las cercanías de Benajú y La Fantasía, otros autores creen que pudiera corresponderse con la falda sur Monte Albarracín que miran hacia el río Tavizna, donde se alza el Cerro Ponce, en las proximidades del que fue enclave musulmán de Aznalmara y no lejos de la fortaleza de Cardela (5).
Mayores dificultades entraña conocer el origen del topónimo Albarracín. Los hermanos De las Cuevas, en su libro sobre El Bosque (1979) se preguntan "¿Y por qué el denominarlo Albarracín? ¿Y Albarracinejo la otra cara, la del Campo de las Encinas, la de Grazalema? No lo sabemos." Eso mismo afirmamos nosotros, que como muchos lectores conocemos la existencia de este topónimo en otras provincias como Almería y Jaén. Al parecer del arabista Elías Terés, todos ellos tienen su origen en el Albarracín turolense que debe su nombre al apellido de uno de sus gobernadores, (6). En una reciente publicación, el arqueólogo e historiador Luis Iglesias García plantea la posible vinculación del topónimo Arrecines, un cortijo situado entre Montecorto, Los Villalones y Acinipo con el linaje beréber de los Banu Razin "… que aparecen también entre El Bosque y Aznalmara" (7). ¿Deberá a ellos también su nombre nuestro monte Albarracín? Nos hacemos estas preguntas mientras regresamos, camino de Benamahoma, pensando sobre todo en que cualquier paraje de esta serranía guarda hermosos rincones que visitar para disfrutar de la naturaleza y de la historia.
José y Agustín García Lázaro
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José y Agustín García Lázaro
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