La imagen del vino de Jerez
Jerez, tiempos pasados Historias, curiosidades, recuerdos y anécdotas
Si en Jerez existe alguien con verdadero espíritu de coleccionista, enamorado de nuestra ciudad y, sobre todo, de nuestros vinos, ese es José Saldaña Trigo, el hombre que más sabe de etiquetas del mundo; que ha montado un museo de las mismas y que ha escrito un libro de verdadero lujo.Pepe Saldaña, ante un expositor de sus etiquetas de vinos de Jerez, en una foto tomada de su libro sobre las mismas
José Saldaña y este cronista somos amigos, desde que estudiamos en la escuela San José de los Hermanos de la Salle, hace ya la tira de años, y juntos hemos vivido, cuando jóvenes, muchas vicisitudes, solos o en compañía de otros amigos, como el desaparecido Eduardo Pereiras, que también fuera coleccionista de muchas cosas, además de ser considerado como el mejor fotógrafo jerezano del siglo XX.
Y, como era de cajón, en honor a esa amistad, Pepe Saldaña ha tenido la gentileza de regalarme su último libro 'La imagen del vino de Jerez. Historia gráfica de las bodegas de Jerez de la frontera, siglos XIX y XX', que ha tenido la gentileza de dedicarme, escribiendo en su primera página: "A mi amigo desde los 8 años, del colegio San José, Juan de la Plata".
A decir verdad, debo declarar que, independientemente de los conocimientos que dicho libro encierra, fruto de muchos años de coleccionista y de pertinaz investigación, este es el libro más bonito que, en mi larga vida, me he echado a la cara. Un libro de gran tamaño que, independientemente de su rico contenido, su continente no le va a la saga, porque está editado con todo lujo, y las etiquetas y fotografías que en el mismo aparecen han sido reproducidas a todo color. O sea, con sus colores originales.
Claro que aquí hay que elogiar, también, el trabajo de la imprenta, gracias a una magnífica edición de la Consejería de Agricultura y Pesca de la Junta de Andalucía, que ha sabido darle a este libro de Pepe Saldaña el formato, el papel, los tipos de impresión, la calidad en definitiva que el volumen reclamaba. Por lo que no es aventurado decir que nos encontramos ante toda una joya bibliográfica del mayor calibre.
Y, desde luego, después de haber montado dos exposiciones con sus etiquetas, en la Expo 92 y en las bodegas Garvey, podemos afirmar que este libro es el mejor expositor que hayan podido tener estos "trajes de gala del vino de Jerez", como Saldaña, que ha sido sastre antes que escritor ocasional, califica esos pequeños trozos de papel coloreados con pinturas, fotografías de personajes o dibujos, que visten para su paseo por el mundo, las botellas de vino de las bodegas de Jerez; desde la de mejor solera y más famosa firma bodeguera, a la más modesta y pequeña de todas ellas.
Pero Pepe Saldaña, que se autodefine como coleccionista y nunca como escritor, que dice que no lo es para nada, tal es su modestia, ya está trabajando en otro libro, en una especie de memorias, donde me dice que hablará de todo lo divino y humano, porque el hecho de haber estado tras el mostrador de una tienda de sastrería y confecciones, como la que el tuvo, durante muchos años, en la calle Santa María, le dio ocasión de conocer a muchísima gente de todas clases y esferas sociales. "Cuando alguien entraba en mi tienda, ya sabía yo el dinero que traía y si pensaba comprar o no", me dice este viejo amigo con el que estos días he paseado por Jerez, nos hemos tomado unas copas y nos hemos fotografiados juntos, recordando antiguas anécdotas y andanzas de nuestra juventud.
Por cierto que a Saldaña, antes de que cerrara su tienda, para jubilarse, le compré yo, en las rebajas por liquidación de su negocio, por poco y nada, el mejor abrigo que haya podido venderse en una tienda de Jerez. Un abrigo austriaco, de color verde oscuro, de cachemir, que abriga tanto, tanto, que tan solo lo habré usado en media docena de ocasiones, en mi vida; pero que guardo como oro en paño, para cuando vengan tiempos verdaderamente gélidos.
Pero hoy, al par que de tiempos pasados y divertidos, Pepe Saldaña me ha traído otros muchos recuerdos; incluso de su hermano el inolvidable Arcadio, que fuera alto ejecutivo de las bodegas de González Byass y también amigo de juventud, cuando ambos pertenecíamos al desaparecido Centro Cultural Jerezano de la cuesta Castellanos y, en sus últimos años, como compañero académico de la Real Academia de San Dionisio, de Ciencias, Artes y Letras.
Pepe Saldaña el hombre que no solo colecciona etiquetas, sino otras muchas cosas, como viejas cajas de cerillas, sellos, monedas, antiguas barajas de cartas, buenos cuadros, pequeños objetos de plata y hasta tarros vacíos de perfumes de mujer, es un hombre afable, sencillo, simpático y modesto, de cuyo próximo libro de recuerdos piensa dedicar los ingresos de su venta a obras de carácter benéfico; porque él, según me dice, no necesita dinero, ya que vive muy bien con lo que tiene. Y no hay más rico que el que menos necesita. Su libro ya está en los mejores anaqueles de las bibliotecas privadas de su querida tierra jerezana. Toda una joya.
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