Iconografía cósmica
L a vinculación de Pepe Barroso con La Línea es grande y viene de lejos. Fue de los artistas cercanos al gran Manolo Alés y su carrera tiene mucho que ver con los espacios que abonó el recordado Manolo. Por eso, empezar a escribir sobre esta exposición en el Museo Cruz Herrera tiene que llevarnos, a la fuerza, a empezar acudiendo a la memoria de aquel que permanece vivo en el corazón de cuantos lo conocimos y tuviera algo que ver con el arte de la provincia de Cádiz.
La pintura de Pepe Barroso está aderezada de un hálito de sabiduría que trasciende mucho más allá de las líneas básicas de la representación. Hay que empezar partiendo de que en su obra, desde un principio, se adivinaba una estrechísima relación con el mundo clásico, con todo aquello que hace transitar por el mundo de la belleza, por los principios de la filosofía, por aquellos planteamientos en los que todo se rige desde unos postulados conceptuales que ponen en valor sistemas de una gran racionalidad. Hemos coincidido muchas veces con el trabajo de Pepe Barroso y siempre hemos admirado su poderosa base conceptual, aquella que nos lleva a contactar con los grandes del clasicismo, con sus ideas, con unos fundamentos henchidos de rigurosidad, de justas referencias a la geometría, a las matemáticas, a la física y, últimamente, a la astronomía. Desde todo ello, el pintor campogibraltareño suscribía su particularísima y bien sustentada teoría plástica. En ella se hace presente una pintura suscrita desde los máximos valores artísticos, planteada con todos los valores de la gran pintura de siempre - dibujo conformador elegante y definitorio, estructura compositiva clara, argumentos coloristas sujetos a las necesidades, clarificadora atmósfera constitutiva y sabio ritmo creativo -, creada con mucho oficio y generadora de una dimensión estética de muchos enteros.
En esta comparecencia en el Museo linense nos volvemos a encontrar con las dos situaciones que sustentan su habitual pintura; dos situaciones que yuxtaponen, con sabia contundencia pictórica, un continente sujeto a la ilustración que él despoja de las veleidades artísticas al uso para centrarse en los justos postulados de una pintura eterna, sin tiempo ni edad; junto al esclarecedor continente se implica un contenido culto, sabedor de los esquemas que formulan, en este caso, los enigmas de los agujeros negros, que él plantea desde una fórmula pictórica llena de sentido metafórico, con el carácter formal del artista que sabe lo que hace, que maneja, con intensidad, los registros de la creación y que genera una realidad donde se funden la solvencia de una pintura generada con verdad y los esquemas conceptuales de una cosmografía sin límites.
Pepe Barroso sitúa sus escena en torno a una especie de agujero que plantea un escenario estelar al que rodea de una iconografía donde el clasicismo, en fondo y forma, surge, una vez más, con toda la potencia pictórica que hace gala un pintor siempre buscando la verdad de un arte que, aquí, más que nunca, no tiene límites, ni físicos ni conceptuales.
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