"Todas las viejas historias tienen algo en común"

josé maría garcía lópez. escritor

El autor publica 'Las grullas de Hokkaido', una colección de relatos encadenados con el imaginario japonés como referente

El escritor José María García López.
El escritor José María García López. / Jesús Marín
Pilar Vera

28 de mayo 2018 - 08:31

Cádiz/ Las grullas de Hokkaido(La isla de Siltolá), el último título de José María García López, presenta una estructura definida como novel in stories: una serie de relatos dentro de un hilo narrativo común, el de la búsqueda y convocatoria, a través de distintos cuentos y a lo largo de quince años, de una niña que desaparece. "Cuando lo escribí aún no había ido a Japón, y ahora tengo la impresión de que hubiera contado cosas de otra forma -explica-. Apenas hay escenarios concretos, por ejemplo, pero por otro lado me alegro, porque eso afianza la sensación de ausencia".

"Uno de los retos que pretendía con este libro era escribir adecuándome a un tono que fuera infantil, desde una perspectiva adulta, a lo largo de los quince años que dura esa búsqueda de la niña -continúa José María García López-. Es un intento de escribir como nunca había hecho, para una mentalidad infantil, medio fantástica, legendaria, mezclando elementos de las historias japonesas. La maduración no es tanto de la niña sino del propio buscador. El narrador no cuenta las historias a otro, sino un poco la historia del país, la literatura, el cine, el paisaje... las historias que le cuentan a él. Todo ello, con el objetivo de reproducir el espíritu y la tradición profunda de este país".

Todas las historias cuentan con esa "impregnación japonesa", todas parten de algún relato o anécdota ya conocidos, y en todas se da un quiebro final hacia otro sitio que no es el esperado. "Es una versión de lo que hace Marguerite Yourcenar en Cuentos orientales, o de Borges en Historia universal de la infamia: historias que, puestas en manos, de gente con talento cobran otra dimensión. Como el mismo Benítez Reyes, que en Vidas improbables escribía a la manera de Leopardi, de Shakespeare, de Elliot". "El otro reto de este libro -prosigue- era escribir un libro japonés que no chirriara. Ese criterio sí que era bastante útil: que la atmósfera, la espiritualidad, pudieran interpretarse sin problema como propiamente japonesas".

"Todas las historias primitivas lejanas tienen algo en común -continúa el escritor-. Aparecen, por ejemplo, muchos pescadores en los cuentos japoneses, porque es normal que aparezcan las formas primitivas de supervivencia: pescadores, madera, bosques... son elementos inevitables. Y luego está la evocación misteriosa, los seres fantásticos, las fábulas, las fuerzas de la naturaleza que hablan, que es una tradición muy japonesa pero que también aparece aquí en el Conde Lucanor, por ejemplo. Entre otros motivos, las similitudes entre lo occidental y lo oriental no son extrañas porque muchos elementos de nuestra tradición narrativa se remontan al Mahabhárata o a antiguas leyendas chinas o hindúes".

Quizá el principal rasgo diferencial de los relatos tradicionales japoneses esté -apunta García López-, en que "presentan una psicología menos desarrollada: los hechos ocurren como con sordina; no importa tanto lo que se siente como lo que se hace. No son tan expresionistas, no nos tocan tanto de una forma medular: su contacto es más bien como el de una niebla lejana, un aire furtivo, como diría Rilke. Y, por supuesto, influye profundamente la diferencia entre religiones, entre la percepción del mundo que dan el catolicismo y el sintoísmo".

El conjunto de creencias que es el sintoísmo, con unas divinidades que son más bien fuerzas de la naturaleza, se traduce en una especie de respecto sobrenatural por el medio natural y sus criaturas -como puede verse en La capucha zorruna, una de las historias más conocidas-. "Y luego está la actitud contemplativa y resignada, ese sufrimiento contenido, que tiene que ver con el budismo. Todo es mucho más disperso, en lo social también: cuando se habla de seres humanos, se está hablando más bien en sentido comunitario o del país".

De las fábulas más clásicas, Las grullas de Hokkaido llegan hasta el siglo XX, con relatos situados en el arco de la II Guerra Mundial: "Estuve pensando mucho, por ejemplo, si incluir la famosa historia de Sadako Sasaki y sus mil grullas de origami, que se ha convertido en un símbolo del dolor y la destrucción que causaron las dos bombas atómicas, sobre todo -explica García López-, porque es la historia más conocida, y también porque tiene una dimensión melodramática, de satisfacción del deber cumplido, de esos homenajes que todos hacemos fácilmente al sufrimiento ajeno: somos muy buenos, nos apiadamos de algo, y ya se soluciona. Pues no. No estoy diciendo que todo el que vaya a Hiroshima o al lugar del homenaje de las grullas, lo esté haciendo desde la hipocresía: creo que los sentimientos son sinceros, pero hacen falta más cosas para luchar contra horrores así, lo hemos estado viviendo desde la II Guerra Mundial hasta nuestros días, a pesar de organismos como Naciones Unidas o el Consejo de Seguridad. ¿Por qué las armas químicas han de ser peores que las nucleares, o incluso que las convencionales? Merecía la pena hacer esa reflexión, y por eso decidí incluirlo".

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