El horror cósmico
de libros
La ficha
'Los sauces'. Algernon Blackwood. Trad. Óscar Mariscal. Hermida Editores. Madrid, 2016. 100 páginas. 15,90 euros.
En el imaginario del terror, el nombre de Algernon Blackwood (1869-1951) aparece asociado a los de lord Dunsany o Arthur Machen, que dejaron atrás los elementos góticos de la tradición fantástica para inaugurar el denominado horror cósmico, donde lo sobrenatural no tiene que ver con fantasmas, maldiciones o encantamientos, sino con la soterrada e inquietante pervivencia de un orden primigenio, la existencia de otros seres u otros mundos o las percepciones anómalas de la conciencia. Miembro de la Orden Hermética del Alba Dorada -a la que pertenecieron el citado Machen, el gran Yeats o el inefable Aleister Crowley-, Blackwood fue un narrador muy prolífico e incluso sus admiradores, como fue el caso de Lovecraft, le reprocharon su irregularidad y una cierta incontinencia, pero algunos de sus cuentos se han convertido en clásicos del género. Traducida por Óscar Mariscal para Hermida, la edición exenta de Los sauces -el más citado y celebrado de aquellos, junto a El Wendigo o La casa vacía- se abre precisamente con unos pasajes extraídos de la correspondencia del solitario de Providence donde este, que elogia el arte y la sobriedad del relato y su capacidad para mostrar sin decir, lo califica como el "mejor cuento preternatural jamás escrito".
Basado en el viaje real en canoa que Blackwood emprendió con un amigo -llamado "el sueco"- por las islas del Danubio, Los sauces (1907) describe el cambiante paisaje de los marjales donde las periódicas crecidas del río convierten el terreno en una vasta y solitaria extensión de agua. Los viajeros van a parar a una de las islas efímeras que aparecen y desaparecen, arenales superpoblados por los arbustos del título cuya cercanía se revela cada vez más ominosa. Es un espacio de 'frontera' en el que los "espíritus elementales" de la naturaleza arremeten, de modo impreciso pero claramente amenazador, contra la presencia humana. Fuerzas extrañas, como las llamó Lugones, parecen exigir a los intrusos la necesidad de un sacrificio.
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