Visto y Oído
Broncano
Tribuna libre
Domingo 4 de marzo, después de más de ochenta y tres años, los jerezanos y los visitantes de nuestra ciudad han podido venerar o simplemente observar una reliquia o, sin más, una pieza arqueológica con tres siglos y medio de antigüedad, como mínimo. No importa que sean cristianos o no. Basta con que les interese la cultura y el patrimonio.
En efecto, durante todo el día de ayer quedó expuesta en la Basílica de la Merced, inmersa en la celebración del Jubileo Mercedario, la copia de la Sábana Santa que en el templo se custodia, al menos insisto, desde 1686. No pocas páginas, en el propio Diario de Jerez (25-11-2007; 25-5-2008; 24-6-2008; 7-10-2008; 18-10-2015; 19-2-2016; 17-12-2016; 2-1-2017) entre otros medios y actividades, le hemos venido dedicando a la cuestión. Siempre con la imprescindible y diligente ayuda del comendador fray Felipe Ortuno, han sido periodistas de pro como Arantxa Cala o Manuel Sotelino quienes se han hecho eco de las investigaciones de Jesús Caballero Ragel, de Juan Antonio Moreno Arana y, sobre todo, de nuestro recordado Alberto Manuel Cuadrado Román, que tantas horas dedicó al estudio de la reliquia hasta sintetizar todos sus conocimientos sindonológicos en un artículo de la revista Asidonense 6 (2011), pp. 305-326, publicada por los dos Institutos Superiores de nuestra diócesis, afiliados a la Universidad Pontificia de Salamanca. Gracias a sus desvelos, el Centro Español de Sindonología pudo saber de la copia mercedaria, hasta entonces desconocida para sus miembros. Alberto, que hoy disfrutaría como un niño con esa cultísima curiosidad y esa bonhomía que lo caracterizaban, ya habrá desentrañado el auténtico misterio de la Sábana Santa, ese que ni siquiera el carbono-14 aclaró, y estará velando por su hija Febe, que hoy se educa en el IES Santa Isabel de Hungría, por tanto, entre las mismas paredes que han guardado durante siglos esta copia de la Sacra Sindone de Turín.
Toda la literatura a disposición de los lectores me exime de referirles con detalle la historia y avatares de este singular tesoro patrimonial. Resumiré diciéndoles que, según las acreditadas conclusiones de Alberto Cuadrado, podíamos estar razonablemente seguros de que esta copia de la Sábana Santa se hizo cuando la original se encontraba en Chambéry y que en 1571 fue entregada al padre Hinestrosa entre otras reliquias (pelos de la Magdalena, huesos de los Santos Inocentes y dientes de las Once Mil Vírgenes, nada menos), todas provenientes de Flandes y, en concreto, del convento de Santa Clara de Bruselas. El problema de que no se consigne en el catálogo de dichas reliquias podía deberse a que la pieza llegó en 1572 a Jerez pero con destino a América. Bartolomé Gutiérrez, docto sastre, inspirado poeta y fiable historiador, que quizá tuviera más noticias que nosotros al respecto, nos informa de este pretendido viaje a Indias que no llegó a su fin. Y además de él, están las citas de Rallón (que sólo menciona las reliquias sin citar la sábana), Portillo, Grandallana, Chamorro, Comino, Fariñas, Guede o Lastra, todos los cuales nos hablan del sudario y también del arca que lo encierra.
Luego está la cuestión del testamento de 1686 de fray Ángel Alberto, documento conocido por los anteriores historiógrafos, pero últimamente rescatado y revalorizado por Juan Antonio Moreno Arana. Fray Ángel la dona ese año al convento como propiedad suya que era y con una serie de condiciones estrictas, lo que casa bastante bien con una singularidad de nuestra pieza, que no todas las copias tienen, su autenticación en el dorso de una esquina por el Custodio de la Sacra Sindone turinesa: "D. Girolamo Nasy. Custode (…) SSmo. Sudario facio fede haver fatto toca(…) propria mano dla originale il presente Sudario. Torino 20 agosto 1682".
Y además allí está cosido un trocito de tela que, aunque no parece que pertenezca a la Sábana Santa original, sí pudo usarse como 'testigo' del acto.
Con estos datos podría pensarse que la copia es de esos años, sin apelar al viaje de Hinestrosa (que supondría un regreso de la pieza a Italia para ser 'tocada'), pero lo cierto es que nuestro lienzo no lleva reproducidos los célebres 'parches triangulares' que remiendan el desaguisado que produjo el incendio de 1532 cuando todavía estaba en la Sainte Chapelle de la francesa Chambéry. Esto nos llevaría para la confección de la réplica, como poco, a los años previos a 1532 y posteriores a 1506, cuando el célebre Papa Julio II dio por bula el permiso para hacer copias del Santo Sudario (aunque, a fuerza de ser sinceros, debo decirles que parece haber algunas copias posteriores al incendio en las que no se reflejan las partes quemadas). Y todo esto sin contar con otra característica nada normal: el dibujo está recubierto por una pasta anaranjada, quizá para protegerlo del contacto de fieles y de objetos.
Muchos misterios, y no pocas incógnitas, pero desde luego, si la madrileña Torres de la Alameda o la sevillana Badolatosa, o nuestra vecina Sanlúcar de Barrameda (en la Basílica de la Caridad) o la jiennense Noalejo, o Silos o El Escorial o Guadalupe (hasta la veintena de copias que existen en España) proclaman la posesión de uno de estos tejidos, igualmente nosotros podemos y debemos enorgullecernos de esta histórica tela.
Sabemos que la reliquia se manifestaba el 22 de agosto o el día de San Bartolomé en la tarde (que era entonces la fiesta de 'Nuestra Señora de las Mercedes'), el 24 de agosto (octava de la Asunción) o el Viernes de Concilio, o sea el Viernes de Dolores, o el Jueves Santo por la mañana. Contamos con un ritual de la exposición y reserva mecanografiado (seguramente en una de aquellas viejas y a veces añoradas máquinas Olivetti de nuestra juventud) en unas cuartillas que se custodian en la sacristía:
"... el Preste y los Ministros se retiran al lado de la epístola... el Preste se pone Estola y Capa Pluvial de color morado, y los ministros estola también morada para diaconar. Van al centro del Altar, y hecha genuflesión (sic), se arrodillan, el diácono, se levanta y va a la credencia del Evangelio, y toma con ambas manos la urna (…). (Oración). Acabada esta oración, suben, el preste y ministros al altar; el preste saca de la urna la Sábana Santa, la desenvuelve y atan las extremidades de la misma a dos varas. Dos ministros inferiores, o dos acólitos, sostienen tirante la Sabana Santa, y con ella bajan al comulgatorio, el preste y los ministros, van delante, y en el centro del comulgatorio, recogen los objetos piadosos que les entregan los fieles, los tocan a la Sabana Santa, y los devuelven".
La propia urna o arca 'dorada y estofada' del siglo XVII, que también mencionan las fuentes históricas, es en sí misma una maravilla, digna de estudio y de explicación incluso heráldica, porque, como Alberto Cuadrado aclaró, fue adornada ya en el siglo XIX con los blasones de un matrimonio de Grandes de España, los Heredia.
Tenemos constancia de que a lo largo de los siglos XIX y XX la reliquia se exponía en las fechas indicadas y asimismo conocemos la última reseña escrita en la prensa de la ciudad, el día 15 de agosto de 1934. Se trata de un artículo firmado por Isabel García Pérez. Desde entonces el silencio: y no nos extraña con la que estaba cayendo en aquellas fechas, como ustedes comprenderán.
Pero les confesaré que en mis adentros rumiaba yo la idea de que me faltaba algo. Silencio no debía significar olvido de una ceremonia que, sin duda y a tenor de los comentarios periodísticos, constituía una solemnidad importante y muy concurrida. Necesariamente alguien debía recordar algo al respecto. Pero nada sabían de la sábana mercedaria ni mis padres, Manuel y Antonia, ni mi tío Eugenio, los tres nonagenarios, y por tanto con nada más que siete u ocho años en 1934. Quizá ahora ustedes descubran algún otro testigo, porque eso fue lo que me ocurrió a mí a finales del 2016. Gracias al párroco de San Pedro, D. José Hachero, me enteré de que quizá una feligresa que ya había sobrepasado el siglo de vida, podía certificar nuestras palabras. ¡Y vaya si lo hizo!
Como escribí luego en un artículo en este mismo Diario, doña Dolores Figueroa Mayo, con una sonrisa cautivadora y con una memoria y claridad mental sorprendentes, recordaba con prodigiosa exactitud la ceremonia. Se acordaba bien de que, como en aquella última cita del periódico El Guadalete podía leerse, la manifestación se hacía el último día de la novena y que no había procesión de la Virgen, lo que en efecto está documentado (en 1940 volvió a salir la Virgen en procesión).
Pero doña Dolores revivía con admirable precisión todo: por ejemplo, que no eran los frailes los que se encargaban de la ceremonia. ¡Claro!, no estaban en Jerez desde agosto de 1835 (cuando la exclaustración y desamortización) y no volvieron hasta julio de 1940. Evocaba que, con mucha unción, tras el rezo de la novena, los cantos y el sermón, la sábana se desplegaba atada a dos varas y que el pueblo pasaba muy devotamente sin que se permitiera a nadie tocarlo, para evitar su deterioro. Y de nuevo con pasmosa facilidad afirmaba que el sacerdote se llamaba don Rafael. Y sí, así era, se trataba de don Rafael Serrano Calderón, el entonces capellán de la Merced, importante personalidad, canónigo y organista de la Colegial
La memoria y la devoción de doña Dolores, además del peso de la historia, nos sirve de acicate para valorar esta reliquia que es nuestra y que tantos jerezanos ya sintieron como suya a lo largo de los siglos en el templo de su patrona.
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