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El caballo en el hipódromo, en el enganche, en el coso…
Aquel pura sangre inglés era el rey de la yeguada. De nombre ‘Camprodon’, acaparaba todos los cuidados de su preparador, de los mozos de cuadra y era el orgullo de su propietario jerezano, que lo había adquirido en una subasta cerca de Ascot, pujando –se dijo– contra un representante de su graciosa Majestad británica, para que volviera a Jerez donde había nacido. Su jockey francés, Claudio Carudel, estaba seguro de que conseguiría aquel año buenos triunfos para sus colores. Ahora quedaban sólo cuatro o cinco cuadras de carreras en el Marco del jerez. Mas llegó a haber hasta veintitrés cuadras con colores para las mismas, inscritas en abril de 1954. Ni una más, ni una menos.
Pero el hipódromo de Chapín hacía varios años que había dejado de tener su actividad. La tribuna de columnas y techumbre de hierro forjado, traída desde la verde Irlanda por el conde de Garvey, había sido trasladada al de Pineda en Sevilla. Garvey fue ya una personalidad en la directiva del ‘Stud-book español’ de 1896 o Registro-Matrícula de Caballos de Pura Sangre, donde sus caballos superan la decena. Y era en la capital del Guadalquivir donde en febrero debutaba la cuadra que nos ocupa; la segunda cita la tenía en la primavera madrileña, en el hipódromo de La Zarzuela. La tercera copa la ganaría en el de Lasarte, durante la Semana Grande de San Sebastián. Y en segunda tanda de las carreras de la playa de Sanlúcar de Barrameda terminaría su temporada. En los palcos se celebraría con manzanilla y nardos a orillas del Guadalquivir y frente al Coto de Doñana, que fue el paraíso de los Garvey y Medina por generaciones.
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