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Españoles de ida y vuelta

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La historia de la familia Rodríguez es un ejemplo vivo del vínculo que unen a España e Iberoamérica. El abuelo marchó a Argentina en 1905 y se asentó allí; muchos de los nietos han emigrado a Málaga y han regresado a sus raíces

Tomás Monago

06 de octubre 2008 - 00:00

No debía de ser fácil ser hijo de soltera en la España de 1905. Y menos en la Galicia profunda, en un pequeño pueblecito costero de La Coruña llamado Laxe. José Rodríguez tenía 13 años entonces. Empujado por su madre, se introdujo como polizón en un barco rumbo a Buenos Aires. En aquella época, España era un país pobre, sumido en una crisis profunda tras el desastre del 98, mientras que Argentina era algo así como la tierra prometida.

Rodríguez tuvo la suerte de encontrar en Buenos Aires a oriundos de su pueblo que lo acogieron y le dieron trabajo. Con 18 años se casó con Martha Fuhr, hija de un primo segundo suyo. Y se trasladó a Carhue, un pueblecito cercano a la capital, para fundar una fábrica de alpargatas. Trabajó a destajo. Conforme iba teniendo hijos, hasta ocho, los iba empleando en el taller. Comenzaban a trabajar con cinco años y todos, aunque no de origen, eran españoles. Como don Roberto, un hombre que visitó por primera vez España en 2003, “porque tenía un problema grave de varices en las piernas y me dijeron que allí la asistencia era gratuita”.

No fue la única razón y ni siquiera la más importante. Cinco de los ocho hijos que tuvo vivían ya en Málaga, a donde habían emigrado por culpa de la crisis en Argentina. La historia de la familia Rodríguez es de ida y vuelta: de emigración de españoles oriundos a Argentina y de argentinos de origen a España. En todos los casos, el país de destino fue el más rico.

Graciela Rodríguez es hija de Roberto y nieta de Miguel. Vino en 2002, sin papeles, pero con la ayuda de su familia. “Al principio, mis hermanos me acogieron y me dieron de comer; después fui trabajando en ferias, cocinando hamburguesas. Fueron dos años y medio y 18 ó 19 horas diarias”. En su país natal trabajaba como enfermera. “Allí eran sólo seis horas diarias, mientras que aquí se trabaja demasiado; hay que echar demasiadas horas para poder vivir, pero me he ido adaptando. Una de mis hijas, María Soledad, con 24 años, trabajó un tiempo, con el objetivo de ahorrar, y se vuelve a Argentina en un mes”. Graciela echa de menos aquellas tardes en las que quedaba con las amigas a tomar algo, tres por semana. “Ahora no, ahora llego a casa cansada y sólo quiero dormir”. Más diferencias: “Allá los cursos de todo son gratis y aquí cuestan mil euros o dos mil; la Universidad tampoco cuesta nada y sólo hay que hacer una selectividad para entrar enMedicina; aquí, y lo he hablado con muchos amigos, tienes todas las cosas materiales que nunca tuvimos; en Argentina no las tienes, pero al menos están los afectos”.

Don Roberto, su padre, aguantó en España quince meses: los nueve que pasó en el Hospital Civil de Málaga y otros seis de recuperación. Finalmente, venció la morriña. Si se hubiera quedado unos meses más hubiera percibido una pensión por invalidez, como español que es. Pero prefirió continuar con la labor que había dejado en Argentina: la regencia de una pequeña pizzería en el mismo pueblo en el que su padre fundó la fabrica de alpargatas. “Tenemos el horno, la saladora... No ganamos mucho dinero, pero somos felices”, afirma Roberto Rodríguez, que, pese a todo, no se llevó un mal recuerdo de su otro país. “Hice muchos amigos, y recuerdo con especial cariño a las enfermeras del Hospital Civil de Málaga. Todavía me sigo carteando con ellas, nos enviamos correos. Un día estuve en el castillo de Gibralfaro, y me impresionó mucho; me parece increíble que hace 800 años los árabes tuvieran tal capacidad para la arquitectura. También estuve en Marbella, Granada, Priego...”. ¿Y el pueblo de sus orígenes? ¿No fue a conocerlo? “No pude, no me daban las piernas, aunque de todas formas la casa paterna ya no existe”.

Con Graciela, son cinco los hijos de Roberto que han hecho vida en Málaga. Tres de ellos trabajan en el negocio de la pintura de altura, con Roberto Rodríguez, el primero que llegó a España, como dueño. Tuvo suerte, o visión, porque arribó en 1999, justo un año antes de que estallara el corralito. Dice su hermana Graciela que se anticipó a lo que iba a ocurrir. Después fueron llegando sus hermanos, uno a uno, acuciados por la crisis económica, y con ellos sus hijos. De los tres que tiene Graciela, dos se quisieron volver a Argentina, pero la más joven, Priscila Luciana, sí se quiso quedar en Málaga. Tiene 15 años, y su vida está aquí. Sus amigos están en Andalucía. “A ella sí que no se le ha pegado el acento argentino, lo tiene andaluz y muy andaluz”, dice Graciela, que confiesa que de Priscila va a depender si ella misma se queda en España en el futuro o no. Paradojas: su hija no tiene aún la nacionalidad española y sin embargo se siente como tal, mientras que su padre sí es español con todas las de la ley. “Es verdad qué he ido a España, pero nunca sentí deseos de ir. Me siento esencialmente argentino, pero tengo un gran cariño por España; y me hubiera gustado conocer a mi abuela. Tengo el recuerdo de que le enviábamos dinero a nuestros parientes gallegos”. Nunca supo, por otro lado, mucho más de su otro país. Su padre, “un hombre bueno”, era también muy poco comunicativo, sobre todo cuando se trataba de hablar de su pasado: “Mi madre me decía que nuestro abuelo era muy rico, pero mi padre nunca quiso tocar el tema”.

Si el pasado, el de su padre, fue duro, el presente, el de su nieta, también. Lo de Graciela para conseguir el permiso de residencia fue una odisea. “Cuando reunimos un poco de dinero mi pareja y yo alquilamos nuestro primer piso, pero de lo carísimo que era me arrancaron la cabeza casi. Después entré a trabajar en una casa familiar y se ofrecieron a hacerme los trámites. Fui a una ONG a informarme y me dijeron que no hacía falta que fuera a Argentina, y cuando al año me respondieron me dijeron que faltaba el sello de la embajada española en Buenos Aires. Claro, se supone que yo tenía que estar allí, porque teóricamente no constaba que estaba en España”. Al poco tiempo, la empresa de su hermano le hizo una oferta en el sector de limpiadora. Y vuelta a empezar. “Me denegaron el trámite porque lo vi en internet, pero a mí nunca me llegó la carta. En Extranjería nunca me dijeron nada, y nunca llegué a recibir esa carta”. A la tercera fue la vencida. “Volví a presentar los papeles. Esta vez aportamos la partida de nacimiento de mi abuela y los conseguí en agosto del año pasado, al menos por dos años”. Espera, sin embargo, obtener antes la nacionalidad y ya tiene turno para presentar la solicitud en mayo del año que viene. Tendrá que esperar, dos años como mínimo. “Nosotros en Argentina decimos que somos un 40% españoles, un 40% italianos y el resto de todos lados. Sería un orgullo.Aquí nos quieren. Os caemos bien y somos responsables con nuestros trabajos. Cuando nos hablan de inmigrantes siempre nos dicen: ¡ah, pero tu eres de aquí!, y se ríen”.

En don Roberto, argentino de origen, quedan huellas de sus ancestros. En la comida: no le gusta la carne, tan apreciada en su país, y sin embargo adora el pescado, tan típico del pueblo de su padre y de Málaga, el lugar en el que vivió 15 meses. “¡Los boquerones fritos, qué cosa rica!”, dice. Su bisnieto Augusto Rodríguez nació en España y es español y malagueño de origen. Un viaje de ida y vuelta.

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