Fantasmagorías
OPINIÓN. EN EL BOLSILLO
Papá, ¿los fantasmas existen?” Quizá a usted también alguien le ha preguntado eso alguna vez, con una candidez que le habrá provocado ternura y hasta risa, sin caer en que quien eso pregunta –mi hija menor, por ejemplo– lo hace, inocente, presa del miedo y la angustia. Los fantasmas, sostengo con certeza, no existen, y así se lo hago saber a ella que, por el momento, se fía ciegamente de mí. Y se relaja un poco, lo suficiente para conciliar el sueño. Por ese miedo a lo que no se ve, los fantasmas dan mucho juego, no sólo a los productores de películas y a los novelistas góticos, sino a malvados primos mayores y a educadores perezosos. Y a la oficina de turismo de Escocia, país que presume no sólo de tener monstruos en los lagos, sino también de contar con un fantasma por casa. También los magnates inmobiliarios sacan provecho de los fantasmas. Esta semana hemos sabido que Anwar Rashid, un millonario de origen hindú, ha devuelto su mansión al banco –sorprendente posibilidad, por otra parte, ya le gustaría a alguno poder hacer eso por aquí– porque había fantasmas que él y su familia no podían ver, pero que “estaban allí”. Poseído yo por el improbable espíritu de Sherlock Holmes, me fui a Google, y he descubierto que hay un tal Anwar Rashid que, además de otros negocios, produce películas. A ver si el fantasma no va a ser originario de Bombay y está haciendo la pre-promoción de una de esas pelis surrealistas indias de Bollywood, quizá con Krisna luchando y bailoteando con fantasmas británicos... Sea el mismo Rashid o no, más personajes fantasmagóricos han sacado tajada de la noticia. Por ejemplo, un émulo de la vidente rechoncha con gafas de Poltergeist, de nombre Lee Roberts, director de una tal Red de Investigación Paranormal Ashfield, ha encontrado también su minuto de gloria: “Clifton Hall [el casoplón en cuestión] es el único lugar en el que realmente he tenido miedo, incluso con luz”. Fantasmas más o menos corpóreos, y miedo: es el sino de los tiempos que corren.
Uno de los espectros más feos que se ciernen sobre nuestra realidad es el de la crisis financiera, el de la escasez de crédito y la falta de liquidez. Para eso que se llama el sistema económico, el dinero es como el agua para la agricultura. No hay pasta para prestar, así que la quietud acecha, por no decir la parálisis. ¿Qué ha pasado? ¿Se ha agotado el dinero? Tengo algunos amigos bancarios, y me dicen que es verdad, que no se conceden préstamos, y que la cosa va a estar así dos años como mínimo. Aunque, agradadores, dicen que a mí sí me lo darían, no voy a tener más remedio quen posponer mis proyectos de inversión. Hasta luego, casita en la sierra; haremos turismo rural.
Que no se den créditos tiene mucho que ver con que se ha dado demasiado crédito. Y con los fantasmas. Como no se dan créditos, no me desprendo del dinero que tengo, y como nadie se desprende de su liquidez, pues no hay dinero en el mercado financiero: el calcetín y el zurrón lo más llenos posible, por lo que pueda pasar. Una pescadilla que se muerde la cola. Un círculo vicioso: los embalses están llenos, pero las canalizaciones están cerradas. El miedo al fantasma de la depresión económica prolongada hace que la casas se queden vacías.
Si el sueño de la razón produce monstruos –confieso que nunca he entendido muy bien el título del grabado de Goya, perio viene pintiparada aquí–, el ejercicio del poder produce fantasmas. Como le pasó a Aznar y le pasa a Zapatero. De pronto, empiezan a levitar, y se desplazan como si caminaran sobre las aguas, se escuchan y se gustan, ponen acentitos raros y los pies en la mesa, con cara de iluminados pronuncian frases de una simplicidad tremenda con tono de estar elaborando una crítica definitiva al principio de incertidumbre de Heisenberg. O, directamente, se convierten en unos fantasmones de libro. Nuestro presidente, algo ninguneado por los maleducados próceres del todavía vigente imperio, ha dicho sin fatiga alguna en Estados Unidos que España le va a dar borricate en renta per cápita a Francia de un momento a otro, y que nuestro sistema financiero –una isla, un paraíso– “es el más sólido del mundo”... ¡Óle los fantasmas!
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