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Frankenstein ya no asusta

Los barones temieron que Pedro Sánchez buscase en dos reuniones secretas un acuerdo para sumar a ERC La crisis de liderazgo en el PSOE se pospone hasta después de las elecciones, Susana Díaz esperará La repetición de los comicios apenas cambiará el resultado, aunque apunta a una alianza entre PP y C's

Frankenstein ya no asusta
Juan M. Marqués Perales

10 de abril 2016 - 05:04

EN una de las noches más oscuras de la humanidad -la explosión de un volcán en Oceanía había dejado a Europa sin verano- y una de las más fructíferas de la literatura, Mary Shelley, su esposo Percy, Lord Byron y John Polidori se retaron a escribir una historia tenebrosa en una vieja mansión del lago Leman. La de Mary Shelley fue Frankenstein, el monstruo con vida pero sin ánima que la popularización posterior ha transformado en un cabeza cuadrada hecho a base de retales, de uno y de otros, pero sin ton ni son.

Frankenstein, así es como llamaban en el sector crítico del PSOE a la fórmula del Gobierno de coalición formado por los socialistas, Podemos y Unidad Popular con el apoyo pasivo, mediante abstención, de PNV, ERC y Democracia y Libertad. Una coalición que, ciertamente, asustaba a los barones críticos por cuanto su estabilidad era muy incierta y por el compromiso que acarreaba con los independentistas catalanes. "Parece que el Frankenstein no va a salir, aunque yo prefiero guardar cautela estas dos próximas semanas". Un dirigente del PSOE andaluz respondía de este modo el viernes pasado, después de escuchar al portavoz socialista Antonio Hernando, quien harto de los plantes de Pablo Iglesias, dio por rota la vía de un Gobierno de coalición sólo con Podemos.

Hernando, mano derecha de Pedro Sánchez, cumplió su palabra: el acuerdo, la base común, con el que negociaban los socialistas era el de Ciudadanos, y si Podemos lo rechazaba, cerraban el paso al Gobierno de coalición. Pedro Sánchez no se va a tirar en brazos de Pablo Iglesias después de haber firmado un acuerdo con Albert Rivera. O era con los naranjas o no era. Las elecciones del 26-J están más cerca.

Sin embargo, la semana estuvo repleta de sobresaltos. En la sede del PSOE andaluz y en el Palacio de San Telmo se encendieron las alarmas cuando se filtró que Sánchez se había reunido el 15 de marzo en secreto con Oriol Junqueras, el líder de ERC, para sondearle sobre su investidura. Susana Díaz no sabía del encuentro, como ninguno de los barones territoriales, pero tampoco se lo comentó cuando esta semana hablaron sobre otro asunto. A la mesa con Junqueras asistió también el primer secretario del PSC, Miquel Iceta, quien también en secreto se reunió el jueves con el líder de En Comú Podem, Xavi Doménech. Tampoco sabía nada ninguno de los barones. A simple vista, parecía como si Sánchez hubiese trasladado a Cataluña una negociación B para hablar con los soberanistas de algo que le había prohibido el comité federal: el derecho a la autodeterminación. O similar, se llamase salida a la canadiense o referéndum vestido de consulta y envuelto en una crema de laxitud. Miquel Iceta es un tipo muy imaginativo.

El comité federal del día 30 de enero había acotado las negociaciones, pero de algún modo los hombres de Sánchez estaban rebasando estos límites. Esto es lo que pensaban en el PSOE andaluz, que comenzaron a comprender por qué Sánchez en una reunión anodina del comité federal del sábado 2 de abril se refirió en varias ocasiones a que ellos no trazaban "líneas rojas". "¿Líneas rojas al independentismo?", se pregunta una fuente de la dirección andaluza.

Lo que temieron en la sede de San Vicente es que se llegase a un pacto "en diferido" con los soberanistas, de tal modo que, primero, se garantizase la investidura de Sánchez y después se hablase de la solución a la cuestión catalana. No ha sido así; finalmente, el candidato socialista ha sabido poner el freno, pero las dos reuniones secretas evidenciaron que había un riesgo. Hay quien sostiene que Sánchez sabía que si proponía un acuerdo con Podemos con las abstención de ERC iba a poner al grupo parlamentario en el Congreso al borde de la quiebra, porque habría diputados que se negarían a apoyarle. Eso hubiese supuesto la quiebra en el partido. Como a Andalucía, el acuerdo no gustaba en Extremadura ni en Aragón ni en Castilla-La Mancha ni en Asturias. Fuentes socialistas indican que, después de este tránsito, ahora también hay secretarios provinciales de Castilla y León, una mayoría, que quieren que Susana Díaz sea la próxima secretaria general, así como casi todos los gallegos.

Pero la presidenta andaluza no se va a presentar como aspirante a candidata de las elecciones generales del 26-J; eso se ha descartado, aunque algunos notables han insistido hasta hace una semana. Lo que sí estuvo a punto de ocurrir es que ella hubiese dado el paso en el congreso federal si éste no se movía del mes de mayo. Bastantes territorios la iban a apoyar, así como Zapatero, Rubalcaba, Bono, José Blanco y Madina. Finalmente, Ferraz trasladó el congreso hasta después de que haya Gobierno, quizás porque sabía que no contaba con todas las fuerzas. Ahora, cuando parece que las elecciones de junio son irremediables, Sánchez vuelve a contar con otra oportunidad, si mejora los resultados podría hacer frente a un congreso donde sí tendrá rival para disputar la Secretaría General. Es posible que sea Díaz, aunque la presidenta prefiere esperar; de momento, se deberá dedicar a una complicada campaña electoral.

Sánchez se va a presentar a la campaña con un relato: ha sido él quien más ha hecho por impedir las elecciones, Rajoy declinó ante el Rey, pero el resultado indica que el PSOE no puede pactar con Podemos, algo que será utilizado por Iglesias en estas semanas. Si sigue sin sumar con Ciudadanos, y el PSOE sigue rechazando al PP, Sánchez se tendrá que volver a ver con el líder de Podemos después de las elecciones. Lo que ahora creen en la dirección andaluza es que se produzca un fenómeno de frustración entre los electores socialistas. Después de 67 días, desde que el Rey le hizo el encargo, Sánchez se ha mostrado como un entusiasta que confiaba en el acuerdo de las fuerzas progresistas.

Si en las tres semanas que restan hasta el 2 de mayo, el PP no consigue forjar un acuerdo de investidura, y parece imposible porque sigue necesitando la abstención de los socialistas, España celebrará elecciones el 26 de junio. Los sondeos no indican grandes cambios, se trata de una segunda vuelta de facto en la que ganarán aquellos que menos abstención registren entre sus electores de diciembre de 2015. Al PP le puede favorecer el voto útil, y Podemos va a bajar en la mayor parte del país, a excepción de las comunidades con presencia soberanista, caso de Cataluña, País Vasco y Galicia. Todo apunta a que lo que se decide es la fuerza de una alianza entre el PP y Ciudadanos que estaría cerca de la mayoría absoluta. Algunos notables socialistas sostienen que si Rajoy vuelve a ganar unas elecciones, -"si sale indultado", dicen- habría que abstenerse en la investidura.

El momento que el PSOE escoja para celebrar este congreso federal es una de las claves. Si Sánchez obtiene un mal resultado, los barones críticos podrían forzar el congreso en verano, de tal modo que un nuevo secretario general fuese el que condicionase las negociaciones del Gobierno. En principio, el comité federal decidió que éste no se convocaría hasta que España contase con un Ejecutivo, pero un rapapolvo electoral cambiaría de nuevo las fechas. Todo se aceleraría, y una nueva persona, quizás Díaz, fuera la que se encargase de la negociación, pero no por un Frankenstein.

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