Griñán y la otra casa común de la izquierda
El secretario general considera que el pacto con IU les hace humildes, les viene bien y aspira a la agitación social
La primera persona que felicitó ayer a José Antonio Griñán después de ser reelegido secretario general fue Concha Caballero, ex dirigente de IU y persona muy implicada ahora con los variados movimientos de los indignados. No militante del PSOE. A Griñán -es sabido- le gusta lo que ella representa, una forma libre de pensar, ejercida desde una izquierda con menos ataduras y muy pegada a las nuevas tecnologías ahora que el Twitter o el Facebook se han convertido para los movimientos extraparlamentarios en lo que en su día fueron las vietnamitas para los opositores al franquismo: impresoras clandestinas que parían panfletos por calles y plazas desde los pisos escondidos. Es más, Griñán es un fan de la web de Attac.
Durante el congreso, críticos como el cordobés Joaquín Dobladez, pero también el gaditano Rafael Quirós, reprocharon a Griñán que IU le esté marcando la agenda política y que su vicepresidente, Diego Valderas, se haya convertido en un referente para los sindicatos y los movimientos ciudadanos. Pero Griñán considera que eso no le perjudica; es más, considera que IU les está enriqueciendo, porque los hace más humilde ante una izquierda que rebosa las siglas de los partidos tradicionales. Ésa es su idea para un nuevo PSOE: un partido que sepa conectar con esos movimientos; no para fagocitarlos en una nueva casa común de la izquierda, sino para formar parte de ella.
En definitiva, y aunque Griñán nunca lo haya expresado así, digamos que lo que el PSOE quiere espantar es el síndrome del Pasok, el viejo partido socialista griego que ya ha sido asorpasado por Syriza, dirigido por un joven Alexis Tsipras, más parecido a aquel Felipe González de los años setenta que el atildado Papandreu, fruto de una estirpe familiar dirigente.
Griñán sueña con ello. No se trataría tanto de buscar un hueco en la cuevita de la izquierda -como ha denominado Elena Valenciano, la segunda de Rubalcaba, al intento de su rival Tomás Gómez de echarse hacia el extremo-, sino de formar parte de un conjunto heterodoxo que crece día a día en los países europeos en crisis. Como Valderas, Griñán quizás sepa que el único modo de gobernar sin ser rechazo por esa izquierda líquida que sube como la espuma sea echarse a la calle.
Mucho mejor asesorado en esta legislatura por personas como Máximo Díaz Cano -secretario general de Presidencia- o Miguel Ángel Vázquez -portavoz del Gobierno-, Griñán va a tener, no obstante, que impedir que la izquierda más cercana, la de parte de su partido, se le vaya: un 29% le presentó cara ayer, a pesar de que el día anterior negó la existencia de críticos en el PSOE. Incluso después de la votación, siguió defendiendo que el 90% de la militancia le apoya. Pero ahora quiere más que un partido, una plataforma que pueda conectar con unas bases sociales de las que se dio cuenta que se había alejado en la pasada campaña electoral. Pero sus frentes son muchos y, con el tiempo, podrían llevarlo a una suerte de callejón sin salida. Es líder del PSOE, pero también el presidente de la Junta y, como tal, deberá ejecutar unas políticas restrictivas en el gasto público que tiene a funcionarios y médicos en la calle. Si Bruselas aprieta más, tal como parece, a las comunidades autónomas, habrá un momento en el que tenga que elegir entre seguir la tradición del PSOE como partido de Estado o echarse a la calle. Que es lo que le pide Valderas. Y, por si fuera poco, la brecha interna. Que escocerá más.
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