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Historias de un burdel

Debate spbre la prostitución

Una asistente que ayuda de mujeres prostitutas analiza la situación de esta actividad, que en España ahora se pretende regular. Su labor consiste en visitar clubes y casas de citas para dar información a las meretrices

María José Guzmán

22 de septiembre 2008 - 00:00

La primera vez que Noemí Muñoz entró en una casa de citas se sorprendió de que algunas mujeres se aplicaran hielo en los genitales o se quedaran boca arriba durante un tiempo después de que el cliente abandonaba la habitación para evitar el embarazo. En los cinco años que esta trabajadora social lleva visitando burdeles ha conocido historias de otro mundo, el de la prostitución, pero hoy se sigue sorprendiendo de la desinformación que existe entre las mujeres que la ejercen en Andalucía. El anticonceptivo más extendido entre las rumanas es el aborto y algunas subsaharianas cuentan recetas imposibles exportadas de sus países. A veces, es lo único que traen: un puñado de mitos y nada más que su cuerpo para poder sobrevivir en un país extraño y alimentar a su familia de origen. Son historias de burdel que nadie contará en las tribunas políticas en el debate abierto para regular este sector.

Noemí ha conocido a meretrices de casi todas las razas en las visitas que, junto con mediadoras que ejercen o han ejercido la prostitución, realiza a los clubes y casas de citas andaluzas. Esta iniciativa es de la Federación Mujeres Progresistas, que dedica gran parte de su esfuerzo a ayudar a quienes están inmersas en el mercado del sexo. Nueve de cada diez mujeres a las que conoce son inmigrantes, la mayoría suramericanas, subsaharianas y rumanas, que necesitan regular su situación. Es lo primero que le piden y lo primero que el Gobierno, según el plan integral que acaba de anunciar esta semana, ofrecerá a quien denuncien su explotación. Tendrán 30 días para reflexionar y después, quien hable tendrá protección jurídica y económica y quien calle será repatriada.

No todas se sinceran con Noemí y sus compañeras mediadoras. “Nosotras acudimos a ellas para darles una formación básica en anticonceptivos y prevención de enfermedades de transmisión sexual y, después de esto, las atendemos, escuchamos sus demandas y necesidades y las acompañamos en todas las gestiones”, explica la trabajadora social. El permiso de trabajo y residencia es clave para que puedan mejorar su situación. Otras compañeras abogadas se encargan de esa gestión y luego existe una bolsa de empleo donde acceden quienes quieren cambiar de oficio y donde tienen prioridad las que quieren abandonar esta actividad.

Pero no todas optan por ese camino. “Sólo escuchamos y las llevamos hacia el recurso que demandan: a veces es un ginecólogo y otras, un psicólogo”, añade la trabajadora social. Muchas de las que acaban en estas consultas son mujeres que ejercen en contra de su voluntad porque creen que no tienen otra salida o que practican sexo sin preservativo porque así lo exige el cliente que, a cambio, paga más por el servicio. “La mayoría quiere dejarlo, pero no todas pueden, a veces lo que no existe es un apoyo familiar fuerte para que den ese paso, por eso cuando se trata de españolas es más fácil”, explica Noemí, que también visita casas de citas de jóvenes universitarias españolas que buscan en la prostitución una vía para conseguir dinero rápido, “que no fácil”.

Para ninguna lo es, según los miles de testimonios que ha oído Noemí. No hay un único perfil de prostituta y es difícil abordar este problema con un único modelo. Derechos humanos y derechos laborales. De hecho hay trabajadoras del sexo, como prefieren llamarse ellas, que reivindican acogerse al Estatuto de los Trabajadores.

En general, la mayoría de las prostitutas son mujeres adultas de entre 20 y 40 años, la mayoría con cargas familiares. Las más jóvenes suelen ser las asiáticas pero, por ahora, sólo ejercen en Almería y acceder a ellas es muy complicado para estas oenegés. “No siempre nos reciben con los brazos abiertos, cuando hay redes de trata de blancas de por medio no tenemos nada que hacer”, comenta Noemí que traslada la frustración que sienten estas asociaciones al no poder demostrar el tráfico ilegal de personas por falta de pruebas. Sólo si una mujer acude a título particular a ellos y lo relata pueden conseguir una intervención. El plan del Gobierno prevé formar a los agentes de policía y cooperar con los países de origen de estas mujeres para combatir la trata. Ahora el miedo es la barrera.

Hay temor hacia los proxenetas, también hacia los clientes. Noemí ve a meretrices que tiemblan cuando un alto ejecutivo, un hombre de alto poder adquisitivo y casado entra en su habitación. “Este tipo de cliente es el que más paga, pero también el que suele ser más violento y pide cosas más raras”, explica la trabajadora social a quien sorprendió que la mayoría de estas citas tuviera lugar al mediodía buscando una mayor discreción. Invisibilidad. Diversos ayuntamientos, entre ellos el de Sevilla, están poniendo en marcha campañas para avergonzar al cliente y sensibilizar a la población. Es otro reto.

En Europa hay tres modelos para legislar sobre la prostitución: el reglamentista, como el francés, donde la prostitución es controlada por el Estado porque tiene una función pública; el prohibicionista, instaurado en los países anglosajones, donde la Policía actúa contra cualquier oferta sexual pública o privada que implique dinero a cambio y al que se está sumando ahora Italia, que ya ha prohibido la prostitución en la calle; y el abolicionista, cuyos pasos está siguiendo España, un modelo feminista que persigue a quienes inducen, permiten y se benefician de la prostitución.

Así, la colaboración de los clientes es clave para poner en marcha el modelo. Para algunas oenegés los clientes que buscan el anonimato tienen rostro. Una encuesta realizada hace unos meses entre 400 clientes por la Asociación Apramp, que trabaja en España para reinsertar a las prostitutas, revela que cada vez hay más hombres que demandan carne casi adolescente y sexo sin protección.

Para Noemí y quienes conocen de cerca el mundo de la prostitución es difícil pensar en un único modelo. “No hay un cliente igual a otro ni una prostituta igual a otra, hay quien está explotada, quien le gusta vivir de este oficio y quien se dedica a ello de manera puntual y pasa un año en Italia, donde pagan mejor, para luego volver y vivir de los ahorros hasta un nuevo viaje”, explica.

Ella no juzga, sólo observa y sigue sorprendiéndose no con las aventuras sórdidas que escucha en los burdeles, sino con las historias de mujeres que acuden a ellas buscando un simple condón y encuentran un apoyo y una amistad que ni se vende ni se compra.

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