Santuarios del cante jondo
CULTURA Y FLAMENCO
Las primitivas peñas flamencas nacieron como lugar de reunión para hablar y defender el flamenco. Los festivales organizados por instituciones públicas suben el caché de los artitas a unos límites que estas entidades no pueden pagar
En 1951 un grupo de amigos comenzó a reunirse alrededor de un pozo en una tasca para hablar de flamenco. Era la tasca de Juan el Duque. El grupo fue aumentando con los años, hasta crear lo que hoy se conoce como La Tertulia Flamenca El Pozo de las Penas en la sevillana localidad de Los Palacios. Y aunque en principio esa no fuera la intención, aquí nació una peña.
Las peñas flamencas han sido, desde su aparición, un lugar de culto al cante jondo. Aquí se reunían y se siguen reuniendo los aficionados para hablar y disfrutar del flamenco en general, un arte de cuyas raíces poco se sabe. El flamenco también cautivó a poetas como Rafael Alberti o Federico García Lorca, quien llegó a describirlo como un arte que “viene de razas lejanas atravesando el cementerio de los años y las frondas de los vientos marchitos”. Dicen que el cante jondo es una mezcla de alegría y de dolor. “Una peña flamenca es un lugar de reunión de amantes del flamenco que aúnan esfuerzos para propagar, difundir y poner en valor el flamenco, como la marca cultural más original de nuestra tierra”, anuncia Manuel Herrera, vicepresidente de El Pozo de las Penas.
De la misma década es la peña malagueña Juan Breva, que el jueves pasado cumplió 50 años. “Las peñas ya no son lo que eran; se ha producido un gran cambio en todos estos años en el mundo del flamenco en general”, apunta Luis Luque, presidente y uno de los socios fundadores. “La afición respondía a la filosofía de la época, que buscaba los valores más tradicionales, pero ya no es así”. Luque explica que la peña Juan Breva nació con tres objetivos claros, “tres puntos que seguimos cumpliendo: aprender, velar por la pureza y propagar enseñando”.
Con los años estas casas del flamenco se han organizado en federaciones provinciales, ejerciendo de este modo una mayor fuerza sobre instituciones oficiales y la cultura en general.
De estos lugares de culto han surgido grandes artistas y era común ver ensayar a jóvenes promesas del cante y del baile. El jerezano y aguador Tío Luis el de la Juliana es considerado la primera figura histórica vinculada al flamenco y a los grupos primitivos que aún no eran llamados peñas. A él le siguieron Franco el Colorado, los Pelaos de Triana o el Juanelo.
Hoy en día, los artistas no se forjan en estos rincones, pero sí existen academias de baile y de guitarra dentro de estas asociaciones. No obstante, la visita de artistas sigue siendo uno de los pilares fundamentales de las peñas. “Antes venían muchos, pero ahora tienen representantes y es más difícil negociar con ellos; antes se ajustaba los precios de igual a igual, con confianza y ya no”, se lamenta Antonio Santos, vicepresidente de la sevillana peña Torres Macarena. “Aquí han actuado cantantes de la talla de El Cabrero, Antonio Suárez, El Choza o Aurora Vargas”, continúa el vicepresidente de una peña donde los micrófonos y altavoces brillan por su ausencia y sólo importa “el sonido natural”.
Para traer a un buen ramillete de artistas las peñas necesitan un buen presupuesto, y también hay que pagar el alquiler del local, la luz y demás facturas. Para algunos, la financiación económica se convierte en un quebradero de cabeza. Estas asociaciones se sustentan, principalmente, por las cuotas mensuales que pagan sus socios que suelen rondar entre los 10 y 15 euros. Pero no todas pueden mantenerse con esta cuota y piden subvenciones al ayuntamiento, las delegaciones de cultura o a la Agencia Andaluza para el Desarrollo del Flamenco. Peñas como la malagueña Juan Breva o Torres Macarena tiene 200 y 130 socios respectivamente, además de una larga lista de espera, que, en algunos casos, también hacen una pequeña aportación económica.
Sin embrago, otras como la gaditana Junito Villar sólo cuenta con 20 socios. Esta peña se creó en 1979 y junto a la Perla de Cádiz y Enrique elMellizo forman el núcleo de peñas míticas y más antiguas de la ciudad. “Es un local pequeño en la playa de la Caleta”, indica Luis Franco, presidente desde hace dos años. Las aportaciones de sus 20 socios no cubren los gastos y por eso “siempre estamos mendigando por los centros oficiales”. Pero esta casa está inmersa en numerosas actividades. “No me gusta que nos comparen con las demás peñas por el número de socios, ya que hacemos el mismo número de actividades o más”, asegura este gaditano enamorado de su peña.
Estas asociaciones no son las únicas que organizan eventos vinculados con la flamencología. Cada año, instituciones oficiales traen a sus ciudades artistas con motivo de bienales o festivales, una practica donde los peñistas no se ponen de acuerdo. “Los festivales de los ayuntamientos nos hacen las pascuas”, asegura de forma firme el presidente de la malagueña peña Juan Breva. Algunas asociaciones se quejan de que esta práctica sube el caché de los artistas a unos límites que no pueden afrontar. “Nos tiran tierra encima”, apunta el presidente de la peña Juanito Villar. “Creo que las instituciones públicas se equivocan en su forma de promocionar el flamenco y acercarlo a la gente joven”. Luis Franco considera que dichas instituciones deberían hablar con las peñas para promocionar el flamenco conjuntamente. “Un artista debe pasar primero por una peña, saber qué es el público, criarse en él para luego volar alto”, concluye.
Sin embargo, otros consideran los eventos oficiales una oportunidad. Este es el caso de Manuel Herrera, vicepresidente de la peña de Los Palacios y ex director de la Bienal de Sevilla: “Mientras más se hable de flamenco, más medios y más espacios escénicos haya, mejor para los objetivos de las entidades que, sin ánimo de lucro, luchan por este arte nuestro”.
Los coloquios, las tertulias y los concursos son habituales en las peñas. El certamen nacional de flamenco que celebra cada año La Perla de Cádiz y donde reparten 12.000 euros en premio gracias a las aportaciones de las identidades privadas y públicas es uno de sus concursos más famosos. Pero semanalmente, cada peña tiene un día de reunión y de jolgorio. La jornada grande en La Perla de Cádiz, que data de 1979, es el viernes. “Todas las semanas hay espectáculos flamencos y puede entrar todo el que quiera”, asegura Paco Real, presidente de la peña. “La mayor parte del público son alemanes, italianos y japoneses”.
El día de la semana con más ambiente en Torres Macarena es el domingo. “Preparamos guisos, tocan la guitarra, algunos se arrancan a cantar y hacemos tertulias después de comer”, apunta Antonio Santos, su vicepresidente. “Nos reunimos como una gran familia”. Una gran familia donde no predomina la gente joven. La media de edad de los socios ronda los 50 años, pero las peñas citadas no lo consideran un hándicap para su continuidad. “Hay que mimarlos porque ellos tirarán del carro en el futuro”, señala el gaditano Luis Franco. Por su parte, Manuel Herrrera considera que “hay que hacer un gran esfuerzo por integrar a los jóvenes en la dirección de las peñas”. Éste afirma que a los jóvenes cada vez les interesa más el flamenco y lo ven como una cultura propia y cercana. Pero Herrera no es el único que opina así. “A raíz de la muerte de Camarón se ha producido un auge de cantaores y bailaores jóvenes”. Pero una cosa es el flamenco y otra muy distinta registrarse dentro de una peña. Algo que tampoco es fácil.
Las asociaciones más antiguas y famosas tienen listas de espera de dos o tres años y cada una tiene su propia filosofía para inscribirse. En la mayoría de los casos, la entrada a sus espectáculos es libre, pero sólo los socios pueden tomar este tipo de decisiones. “Para ser socio de la peña Juan Breva hay que dejarse ver por aquí, demostrar que se sabe escuchar y se respeta el arte, luego tiene que acudir a algunas reuniones y, por último, los mismos socios aceptan su ingreso”, explica su presidente Luis Luque.
Lugares de culto donde se mantiene viva la llama del flamenco más genuino.
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