El candidato perfecto debe caer bien a los votantes
'War room'
Con carisma o con carácter, el candidato es la carta de presentación de un partido que se presenta a las elecciones. En momentos en los que los programas electorales son tan similares, el candidato es el elemento diferenciador por encima del mensaje
Huelva/Una de las obras maestras de John Ford, El último hurra (1958), marcaba el final de una era política en Estados Unidos y profetizaba el futuro poder de la televisión. Sólo dos años después tuvo lugar el famoso debate entre JFK y Nixon, en el que la imposición del poder de la imagen cambió para siempre las campañas políticas.
Un veterano alcalde septuagenario, interpretado por Spencer Tracy, se presentaba por quinta vez a las elecciones municipales, exhibiendo su vieja maquinaria política populista en la que primaba la oratoria. Enfrente, un candidato prefabricado por la nueva política, en la que prevalecía la imagen sobre un discurso que había quedado reducido a un par de ideas sobre los valores tradicionales norteamericanos.
La televisión y el poder de la imagen han trasformado la función que los candidatos desempeñan en sus propias organizaciones y en la sociedad. Hoy, es el principal activo que tienen los partidos políticos, muy especialmente en las elecciones municipales, donde la persona puede llegar a tener más peso que la marca o la ideología.
El candidato ya no tiene la función de político-educador, sino que es un político-seductor, en palabras del profesor Gabriel Colomé en su obra El príncipe mediático. Colomé distingue al líder carismático del político con carácter. El líder con carisma es excepcional, añade un plus de arrastre electoral y tiene efecto locomotora. Sin embargo, “la sociedad demanda carisma a un político en situaciones o de crisis o de retos, pero prefiere a los políticos normales para gestionar la vida cotidiana después de estos liderazgos intensos”.
Con carisma o con carácter, el candidato es la carta de presentación de un partido que se presenta a las elecciones. En momentos en los que los programas electorales son tan similares, el candidato es el elemento diferenciador por encima del mensaje.
Pero ¿qué es un candidato? Es un servidor público que desea gobernar (o liderar la oposición, o ser influyente) para mejorar la vida de los ciudadanos. Para ello debe reunir tres requisitos: conocer el entorno en el que vive y sus problemas, tener las soluciones más adecuadas y saber comunicarlas.
Visto así, parecería fácil contar con un buen candidato. Pero la política no es una ciencia exacta. Cada votante es un mundo en sí mismo, y sus emociones son determinantes en la decisión del voto. Precisamente son las emociones y no las ideologías, los partidos o los programas de gobierno el elemento más importante que tienen en cuenta las organizaciones políticas para definir sus estrategias electorales.
El componente emocional en los votantes hasta ahora no se había tenido en cuenta en los grandes estudios electorales, aunque la situación está cambiando con el big data. En este mundo de los sentimientos, el perfecto candidato es aquel que es capaz de llegar al corazón de la gente. Para ello, necesariamente, deben despojarse de la imagen de seriedad y distanciamiento que tradicionalmente han tenido los candidatos e identificarse con los problemas de las personas, sintiéndolos como propios.
Los ciudadanos votan por personas que pueden satisfacer sus necesidades y resolver sus problemas, pero ante todo tienen que gustar a su electorado. Esto, que es de sentido común, no siempre es tenido en cuenta por los partidos políticos. Alonso y Adel afirman que el hecho de que un candidato caiga bien o mal supone un voto más o menos. Si además cae rematadamente mal, puede que no sólo no consiga el voto sino que además se lo lleve su adversario político. “Cuando los partidos eligen a un candidato, anteponen los intereses de partido o las familias políticas al hecho de que el elegido cuente con las antipatías o simpatías de la ciudadanía”.
La lista de los atributos del candidato perfecto es amplia. Creíble, honrado, fuerte, diligente, con experiencia y formación, que sepa solucionar los problemas… En cada momento se pide a los candidatos unas cualidades distintas, especialmente en tiempos de crisis, en los que se les exige fortaleza, se ponga al frente de la situación, y sepa lo que hay que hacer en cada momento.
Y, a pesar de todo, el candidato no es nada sin su equipo. Uno de los mejores candidatos de la historia, Barak Obama, ganó porque montó una logística digna de una invasión militar, en palabras del asesor de candidatos Álvaro Matud. “Siempre, detrás de los grandes candidatos, hay grandes equipos”.
De Ruth Beitia a un astronauta
Recientemente ha sido noticia que la olímpica Ruth Beitia ha abandonado la política apenas quince días después de ser nombrada por Pablo Casado candidata del PP a la comunidad de Cantabria. La posibilidad de que el exseleccionador de baloncesto Pepu Hernández sea el candidato del PSOE en la comunidad de Madrid ha sido otra de las grandes sorpresas de esta precampaña.
En muchos casos los partidos políticos buscan fuera de sus filas a personas famosas que proyecten éxito y produzcan un tirón electoral. El deporte está plagado de ejemplos: Fermín Cacho, concejal del PSOE; Abel Antón, senador del PP; Marta Domínguez, cuya carrera política en el PP se truncó por el dopaje; Niurca Montalvo, imputada por el caso Gürtel; o Manolo Martínez, que fichó por el PP seis meses.
Toni Cantó, Felisuco, Baltarsar Garzón, José Antonio Ortega Lara, Albert Boadella o Maxim Huertas son otros nombres de personalidades relevantes en las que no falta casi de nada. Ni si quiera un astronauta.
En tiempos en que la política está muy mal vista por los ciudadanos, estas personalidades aportan valores y atributos positivos y ahorran a los partidos el esfuerzo de trabajar en los niveles de conocimiento. Porque, nadie vota a quien le cae mal, pero tampoco a quien no conoce. Sea famoso o no, los candidatos deben llevar grabado a fuego estas dos máximas si quieren ganarse a los electores.
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