Un destacado líder de la Europa unida en los años 80 y 90

IV Premio Manuel Clavero · Felipe González

Sus coetáneos en la UE fueron sobresalientes: Thatcher, Kohl, Mitterrand, Andreotti, Delors, Lubbers o Martens.

Un destacado líder de la Europa unida en los años 80 y 90
Un destacado líder de la Europa unida en los años 80 y 90
Ignacio Martínez

18 de enero 2015 - 05:03

LA generación de dirigentes de la Unión Europea a la que pertenece Felipe González es sobresaliente. Probablemente ha sido la mejor en los 65 años que han pasado desde que Schuman propuso la creación de la CECA en 1950. Grandes líderes en sus países, con largos mandatos de más de una década, de ideologías diversas, con una red de complicidades, cooperación y respeto mutuo difíciles de superar.

Durante sus trece años y medio como presidente del Gobierno (1982-1996) coincidió con muchos pesos pesados al mando de sus países: Margaret Thatcher (1979-1990) en el Reino Unido, Wilfried Martens (1979-1992) en Bélgica, François Mitterrand (1981-1995) en Francia, Helmut Kohl (1982-1998) en Alemania, Ruud Lubbers (1982-1994) en Holanda; Giulio Andreotti, ministro de Exteriores o primer ministro (1983-1992) en Italia, y Santer (1984-1995) en Luxemburgo.

Esta generación de dirigentes propició la caída del Muro de Berlín y la reunificación alemana. El final de la guerra fría y de la democratización de Europa. El mercado único de 1992 y el vigente Tratado de la Unión Europea, que fue aprobado en Maastricht en diciembre de 1991, y posteriormente modificado en Amsterdam, Niza y Lisboa.

Aunque se habían abierto en 1979, el Gobierno de FG protagonizó la recta final de las negociaciones para la entrada de España en la Comunidad Europea. La firma del Tratado de Adhesión en el Palacio Real de Madrid, el 12 de junio de 1985, es uno de los grandes momentos de su vida pública. España entró en club comunitario en enero de 1986.

Antes, el presidente González ya había ejercido de dirigente europeo. Por ejemplo, con su comprensión a la doble decisión: el despliegue de misiles de alcance medio de la OTAN en 1983 en Reino Unido, Bélgica, Holanda, Italia y Alemania en respuesta a los SS-20 instalados por los soviéticos en los años 70 apuntando a Europa Occidental. Este despliegue, decidido en el 79 si la URSS no aceptaba retirar los suyos, fue mal recibido por las opiniones públicas: en la República Federal alemana acabó con la coalición de socialdemócratas y liberales, y abrió la puerta de la Cancillería de Bonn a Kohl. Tras el despliegue de los misiles, la URSS acabó aceptando en 1987 la retirada mutua de sus SS-20 junto a los Pershing americanos.

Hubo otros movimientos en la misma dirección. El PSOE, que se había opuesto a la entrada de España en la OTAN durante el Gobierno de Calvo Sotelo, cambió de criterio en su XXX Congreso, celebrado en noviembre de 1984. Felipe González se jugó el tipo convocando un referéndum para la permanencia de España en la OTAN, que se celebró en marzo de 1986. El triunfo en la consulta, que contó con la abstención de Alianza Popular, le granjeó la simpatía de los gobiernos del mundo occidental.

Su relación con el canciller Helmut Kohl (con quien aparece en esta página en una foto de 1989) se convirtió en una sólida amistad a pesar de pertenecer a familias políticas distintas. González fue uno de los primeros y más entusiastas partidarios de la reunificación alemana cuando cayó el Muro de Berlín en 1989: Más que Thatcher o que Mitterrand, mucho más que Lubbers.

Siendo Alemania el principal contribuyente de la Unión Europea, el eje Madrid-Bonn ayudó a que González consiguiese, por dos veces, en 1988 y 1992, duplicar el montante dedicado a los fondos estructurales en los presupuestos comunitarios.

Estas decisiones y la creación de un Fondo de Cohesión en el Tratado de Maastricht pusieron el desarrollo de las regiones más atrasadas a la altura del capítulo agrario. Por ambas vías, Andalucía ha recibido 86.000 millones de euros de fondos europeos desde enero de 1986. Además de su impulso a la cohesión, el segundo gran legado en la UE de González es la ciudadanía europea, que entró por primera vez en los tratados en Maastricht, a propuesta de su Gobierno.

En esos años, además de la relación especial con Kohl, con quien hacía reuniones bilaterales anuales, una de las cuales se celebró en Sevilla en 1989, González tuvo buena afinidad con el presidente de la Comisión, Jacques Delors y con el primer ministro holandés Lubbers. Fue uno de los pocos que apoyó la candidatura de Lubbers para sustituir a Delors en la cumbre de Corfú de 1994.

Los padres del Tratado de Maastricht habían decidido que uno de ellos fuese el sustituto del francés en la Comisión. Y había dos reglas no escritas según las cuales a un presidente de país grande lo sustituía uno de país pequeño y a un socialista, un democristiano. Sólo tres personas cumplían los tres requisitos: el holandés, a quien vetó Kohl por su frialdad ante la reunificación alemana; el belga Dehaene (sustituto de Martens), a quien vetó el británico Major (sustituto de Thatcher) por considerarlo un peligroso federalista europeo, y el luxemburgués Jacques Santer.

Unas semanas después Santer fue elegido por descarte. La política de consenso había propiciado la designación del menos idóneo para el puesto. La Comisión Santer acabó tumbada por el Parlamento en 1999. Lubbers era el mejor.

Esta no fue la única ocasión en la que Kohl y González discreparon. Fue muy dura su discusión en la cumbre de Cannes de junio de 1995 en la que Kohl empujaba para aprobar fondos para los países del Este y FG forzó un equilibrio con el sur del Mediterráneo. Sus relaciones con Mitterrand no pasaron nunca de correctas. El francés era arrogante, seco; y Felipe, abierto y llano. El trato era cordial, pero no amistoso. Con Thatcher tenía buen feeling desde que se conocieron en Moscú en 1985 en los funerales de Chernenko. Y el astuto Andreotti siempre le cayó simpático.

El eje franco alemán mandaba mucho, pero en esa época hubo sitio para liderazgos compartidos en el puente de mando de la UE: Felipe González estuvo allí.

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