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Banderolas lejanas

15 días de mayo

Luis Sánchez-Moliní

10 de mayo 2015 - 01:00

EN su principio número cinco sobre la propaganda política, Goebbels afirmaba: "Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar". No cabe duda de que ésta es una de las lecciones que han asimilado con mayor entusiasmo los profesionales del marketing político. Los carteles de todos los partidos sin excepción, tanto en su versión papel como en la digital, han conseguido ser eso que siempre se ha dicho que debe ser un buen affiche: un grito pegado a la pared. Lo que pasa es que son gritos guturales, sin discurso, deformados por los rostros de los candidatos maquillados con photoshop y otros afeites.

Esta ausencia de discurso no es preocupante para los profesionales de la publicidad. Como ya intuía el ministro cojo de Hitler y han demostrado las recientes investigaciones neurológicas, la toma de decisiones de las personas tiene mucho más que ver con las emociones que con la fría razón.

En lo que sí ha cambiado drásticamente la propaganda electoral es en el soporte, ya que, como casi todas las cosas, han sufrido un proceso de desmaterialización al pasar del limitado mundo analógico al infinito virtual. Los que fueron niños o adultos durante la Transición recordarán que, de la noche a la mañana, las ciudades amanecieron empapeladas, como si los muros sufriesen una repentina y colorista enfermedad cutánea. Carteles y pintadas en las paredes o pasquines en el suelo tras un breve vuelo al ser lanzados desde una jaranera caravana electoral, convirtieron las urbes españolas en inmensos vertederos políticos para disgusto de barrenderos y solaz de escolares, que coleccionaban estas propagandas como si fuesen estampitas de futbolistas. De aquello sólo queda la misma nadería en el mensaje y esas banderolas que aún se colocan en las farolas -cada vez menos- por cumplir el expediente y para que el candidato tenga su baño de vanidad al ver su rostro perderse en las perspectivas de las avenidas.

Cuentan los apócrifos que cuando Hernán Cortés vio una pintada con carboncillo en la que un soldado prostestaba contra el protocaudillo latinoamericano exclamó: "Pared blanca, papel de necios". Aún no conocía la moderna publicidad electoral.

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