El paraíso inacabado

Una campaña, por más alquimista que pretendan ser los candidatos, no tapa por un solo segundo las miserias de cuanto acontece en los rincones menos agraciados de una capital como Málaga

Sebastián

10 de mayo 2015 - 01:00

PUDIERA pensarse que sumergido el día a día de una ciudad en la vorágine propia de una campaña electoral, del carrusel de actos, mítines, desayunos, reuniones vecinales, plataformas informativas, venta de humo, propaganda, promesas asidas por hilos tan endebles como la verdad de ciertos candidatos, todo pasa a segundo plano. Pudiera pensarse que la cuenta atrás que acaba de iniciarse y que tiene en disputa alcaldías y el gobierno de la Diputación provincial sirve de telón con el que ocultar la verdadera función que se sigue representando sobre el escenario de las ciudades y los pueblos. Y, por más que no debiera ser así, lo es. Una campaña, por más alquimista que pretendan ser los candidatos, no tapa por un solo segundo las miserias de cuanto acontece en los rincones menos agraciados de una capital como Málaga.

Y eso a pesar de que un presidente del Gobierno diga lo contrario. Daba gusto oír el pasado jueves al Mariano Rajoy loar hasta el hartazgo la figura del regidor malagueño, Francisco de la Torre. De creer todas y cada una de las palabras que pronunció sobre el dirigente local, podría concluirse que a España le hubiese ido mejor con él al frente del timón. Tal fue la dosis de azúcar trasladada que al siempre sereno y mesurado regidor hasta se le saltaron las lágrimas. "Un alcalde de excelencia", aseguró el siempre bonachón Rajoy, para una ciudad, remarcó, "de excelencia".

No seré yo quien ponga en duda la evidente transformación sufrida por Málaga en las últimas décadas, a fuerza eso sí de varios miles de millones de euros invertidos no sólo desde la esfera de lo municipal. Pero no me resisto a creer que todo es por obra y gracia del Partido Popular. Porque de admitirse toda la verborrea mitinera que se pronunció en el patio de Tabacalera, con la genuflexión propia de aquellos que asumen sin discusión tales argumentos, Málaga sólo mereció el calificativo con el que la bautizó el insigne Vicente Alexandre, que la llamó ciudad del paraíso, cuando, primero Celia Villalobos, y, sobre todo, después, Paco de la Torre, pasaron a poner orden en el caos.

Málaga es hoy, por méritos propios y, en buena medida, por la apuesta personal del actual regidor, un referente cultural. No cabe la menor duda. Porque el camino iniciado poco más de una década antes con la apertura del Museo Picasso ha sido sabiamente continuada en los años posteriores con nuevas piezas en un puzzle siempre inacabado. Es de reconocer que Málaga sea la primera ciudad fuera de Francia en acoger una sede del Centro Pompidou, aunque ello suponga un desembolso millonario todos los años, como los es tener la posibilidad de adentrarse en las vanguardias del arte ruso en el museo estatal de San Petersburgo.

Pero tales logros no pagan la deuda histórica que se mantiene con el Museo de Bellas Artes, sin que haya dirigente que enarbole el fracaso de tan señero proyecto y de tan demorada obra; o con el Convento de la Trinidad, escenario ficticio de cuentos jamás completados que muere en su abandono; con el antiguo colegio de San Agustín, ese mismo inmueble en el que el padre del universal Pablo Ruiz Picasso tuvo su taller de pintura. Hay heridas que ningún mensaje político, por más cargado de brillantina que esté, puede curar.

Y cicatrices sobre las que nadie habla. No escuché a nadie en Tabacalera hablar de esa Málaga que nadie ve, apartada a la vista de los curiosos visitantes; dibujada con carboncillo porque los colores quedan reservados para otros espacios más nobles. Nadie pronunció el nombre de Tomás de Cózar ni de Beatas; nadie habló del Palacio del Marqués de la Sonora, ni de Pozos Dulces; nadie se preguntó cómo es posible que esa misma administración que ensalzó por su gestión el presidente del Gobierno mantenga inutilizada, sin servicio, una obra en la que gastó casi 600.000 euros de dinero público.

Pero no pasa nada, nunca pasa nada. Nadie hace el gesto si quiera de asumir los errores cometidos, las imprevisiones. Nadie es responsable de los fracasos. Y en esa Málaga de excelencia, parafraseando a Rajoy, hay unos cuantos fracasos. Y algunos con De la Torre como responsable. Dijo Elías Bendodo que Tabacalera era seña de identidad de la gestión municipal. Una afirmación cierta y atinada. Fue en esa antigua fábrica de tabaco donde se materializó el primer gran pelotazo urbanístico de la ciudad, que permitió a la propietaria original embolsarse del orden de 60 millones de euros; y fueron las instalaciones fabriles testigos del fiasco del Museo de las Gemas.

Como toda moneda, la realidad tiene su cara y su cruz, aunque algunos busquen siempre interesadamente hacer que caiga del mismo lado. En algo sí le daré la razón a De la Torre y es que con sus miserias, con sus aciertos, con sus museos y sus rincones olvidados, con sus deudas eternas, Málaga es un paraíso. Pero hay que recordar que inacabado.

SÁNCHEZ

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