Tres concursantes con las respuestas aprendidas
Sólo hubiera faltado Jordi Hurtado y los aplausos grabados para la edición más tediosa de 'Saber y ganar'.
Política 0-Televisión 0. Partido insulso, desangelado como en El Plantío, como el frío plató, y cronometrado por unos árbitros de baloncesto que debieron de hacer esfuerzos por no quedarse dormidos. Debate insulso en lo televisivo, tedioso en lo audiovisual y poco útil para el espectador, en una cadena que apenas pasa ya del 8% de la audiencia y que termina contagiada de todo este ritmo pastoso e institucional. Puesta en escena tan fría como el planteamiento de los participantes, en tres púlpitos norteamericanos, para una terna más empeñada en mirar al frente que en dialogar con el oponente: toda la intención de jugar a no perder.
Hubo un tiempo muy, muy lejano en el que los debates electorales sonaban a televisión punzante y viva, a duelo decisivo en el Canal +, porque los políticos de rueda de prensa no debatían en la pantalla y parecía en ese momento que ya era hora de que hablaran sobre nosotros, aunque no lo hicieran. Eso convertía a los debates en cascabeles con corbata. Ahora son espacios comunes, compiten cada mañana y algunas noches, programas donde las portadas de los periódicos se arrojan a la arena para que los políticos y otros contertulios profesionales ejerciten la lucha libre, la disciplina con la que se han hecho populares e influyentes los líderes de Podemos y otros nombres estelares del parloteo politiqués. Frente al pressing catch de La Sexta, los debates oficiales en la campaña electoral son un combate de taichi, con reglas tan calculadas con las que sólo se piensa ganar por cerrojazo.
Mabel Mata, la comunicadora más serena de Canal Sur, surgida del Enterprise de Star Trek, fue la conductora de este programa cuyo rol más emocionante fue darse el gustazo de zanjar las peroratas. El debate era un remedo de cualquier día de Saber y ganar. Sólo faltaban los aplausos grabados y ese entusiasmo fabricado a manivela por Jordi Hurtado para creernos que estábamos ante el cansino concurso de La 2. Pero los concursantes, ay, incluso traían las respuestas preparadas y eso restaba ya toda la tensión y emoción al programa.
Dos participantes desconocidos y una aspirante, como si fuera la campeona de otros días, medio conocida. Tres señores de Cuenca con chuleta, con los deberes traídos de casa sin más posibilidad de salirse del carril, de la pregunta de Hurtado, enseñando láminas como si fueran sus trabajos escolares de Plástica. Tres concursantes que no pisaban el suelo clareado del plató, machacones, de plano frontal como en los tiempos en blanco y negro. Un debate sin sobreimpresiones, sin subtitulados. Sin alma. Un programa concebido por los asesores de los políticos despachado con el espíritu más funcionarial con el que se trabaja en las cadenas públicas en estos días de declaraciones apergaminadas y apariciones cronometradas al segundo. Pura política: saber, ganar y guardar la ropa.
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