El imperio de los sentidos

El maestro japonés sorprendió anoche en Villamarta con una obra coreografiada por Latorre

El imperio de los sentidos
El imperio de los sentidos
Francisco Sánchez Múgica

28 de febrero 2011 - 06:50

Empapa su pincel Kojima en diversos faros artísticos fundamentales en su carrera con la tragedia del Siglo de Oro como lienzo y emerge un impecable y sensible fresco con un punto hipnótico que atrapa y un ritmo frenético casi sin solución de continuidad a lo largo de todo el metraje de una obra que nunca decae. La belleza simbólica, la potencia visual desmedida, la plasticidad desbordante, el tenebrismo expresionista y la imaginación al poder son las marcas a fuego de La celestina que el ballet del maestro Kojima puso anoche sobre la escena del Villamarta. Un acto de amor, un goce para los sentidos, que no sólo no desacraliza lo más mínimo al flamenco sino que enriquece y expande cualquier mirada anterior a lo que a este lado de Occidente entendemos como un 'arte jondo' que no es propiedad de nadie y es propiedad de todos. Un auténtico espectáculo de danza teatro flamenca en la versión más estricta de ese termino que empezaran a amasar dueños y señores de la escena como los maestros Maya, Gades y Granero.

Cualquiera con un mínimo de sensibilidad, de entrada, aplaudiría la entrega y la pasión desatada de Kojima en escena, pese a no representar, obviamente, las facciones al uso de lo que podría considerarse un bailaor flamenco. Pero es que, más allá de su firme voluntad de trascender en el jondo desde que decidiese hacerse bailaor hace casi medio siglo, su Celestina constituye todo un es-pec-tá-cu-lo integral: desde la escenografía a las coreografías, desde el vestuario a las luces. Una obra total en la que el maestro nipón que encarna a la lúgubre alcahueta, entre un samurai de Kurosawa y un deforme personaje valleinclanesco atrapado en el callejón del gato que acaba arrastrándose por los suelos, expone ante el público lo mejor de sí mismo.

Con los milimétricos y portentosos movimientos coreográficos orquestados a partir del excepcional trabajo de Javier Latorre, la música tejida por Chicuelo dota al montaje de un cuerpo, un sustento creativo y una continuidad claves para alimentar la tensión dramática y definir con rotundidad las diez escenas que componen un trabajo que desempolva la tragedia de Fernando de Rojas. Más tragedia aquí que tragicomedia que se enriquece con los versos de Neruda, los grabados de La Celestina hechos por Picasso y El cant dels ocells (El canto de los pájaros) de Casals que suena como fúnebre marcha al caer el telón con la muerte de los enamorados. El clásico, universal y atemporal como todos los clásicos, es adaptado a la danza teatro flamenca como una película silente, donde únicamente la música y la gestualidad y expresividad de los intérpretes ayudan a avanzar en la narración.

El sobresaliente elenco musical que encabeza Chicuelo -magistrales el violín de Lanza, el chelo de Iglesias y las voces de Méndez, Londro y Navarro- se compenetra a la perfección con una legión de bailarines-bailaores que, pese a lo multitudinario del grupo, no colapsan la escena. Una gran habilidad la del maestro Latorre para no llevar al horror vacui unas tablas muchas veces atestadas de intérpretes. Si las composiciones corales son de irreprochable factura, los números más minoritarios son los que se saborean mejor. Si exquisita es la guajira de la ardiente Melibea que interpreta Esmeralda Manzanas, tórrido y excitante es el paso a dos de la joven pareja de enamorados bajo la farruca de El Londro, que canta como la melaza a los inolvidables versos del poeta chileno: Me gustas cuando callas... Diagonales, braceos infinitos, caricias y susurros en un desaforado romance iluminado con el azul de la etapa en la que Pablo de Málaga pintó a su Celestina. El cenit de la farruca en la obra no resta impacto a escenas como la del aquelarre donde la tétrica trotaconventos embruja el pañuelo o el pasaje de su muerte tras ser asaltada por los criados de Calisto y el posterior ajusticiamiento de éstos. Si el planteamiento y el nudo son convincentes, el desenlace es incontestable y demoledor hasta que todo se tiñe de rojo sangre. El asesinato de Calisto por tres enmascarados y el suicidio de Melibea se suceden con una fuerza dramática fruto del excelso ejercicio de Cristian Lozano y Esmeralda Manzanas, bailarines que lo bordan.



La obra de Kojima, dirigida de manera magistral por Latorre, tiene sobre todo personalidad, un espíritu mestizo, de hibridación y amalgama de disciplinas, pero que nunca renuncia a los cimientos flamencos, que son los que mueven las extremidades infinitas del admirado y venerable maestro del Sol Naciente. Cuando el 'arte jondo' es ya oficialmente Patrimonio de la Humanidad no causa estrépito alguno ver a un japonés zapatear la tabla. Cuando uno recuerda que en Tokio hay más tablaos y academias flamencas que en toda Andalucía uno no puede más que quitarse el sombrero y dar las gracias porque esto que amamos sea tan grande. Y es grande, no nos engañemos, gracias a maestros como Kojima. Este es un homenaje a su tesón, al sueño que le hizo recorrer medio mundo en Transiberiano para acudir a los brazos de maestros como Victoria Eugenia o Granero, pero también es una puerta abierta a las miles y miles de cursillistas de más de 40 países del mundo que han acudido al Festival de Jerez durante sus quince años de vida a empaparse de aquello que aman y que no pertenece a nadie y pertenece a todos. Bienvenidos al imperio de los sentidos. Abstenerse trasnochados flamencólicos de la nostalgia y el purismo.

Baile 'La Celestina'

Ballet Shoji Kojima Flamenco.

Celestina: Shoji Kojima. Calisto: Cristian Lozano. Melibea: Esmeralda Manzanas Sánchez. Sempronio: Ángel Sánchez Fariña. Pármeno: Pablo Fraile. Elicia: Ayumi Yanagiya. Areúsa: Kanako Maeda. Lucrecia: Konomi Tsumori. Centurio: Hugo López. Matones: Pablo Fraile, Ángel Sánchez Fariña. Guardias: Harumitsu Seki, Tomoya Matsuda. Vendedores: Chiharu Okano, Harumitsu Seki, Yumiko Kojima, Yayoi Seki, Junko Takeuchi. Beatas: Etsuko Kiuchi, Moegi Hata, Junko Sujino. Jóvenes: Francisco Morgado, Tomoya Matsuda, Satoyo Kamata, Haruna Kubota. Mujeres: Yoko Saito, Tamaki Kinoshita, Ayako Obayashi. Prostitutas: Chiharu Okano, Yumiko Kojima, Yayoi Seki, Junko Takeuchi, Etsuko Kiuchi, Moegi Hata, Junko Sujino, Satoyo Kamata, Haruna Kubota, Yoko Saito, Tamaki Kinoshita, Ayako Obayashi. Cante: Jesús Méndez, El Londro, Mónica Navarro. Guitarra: Juan Gómez Chicuelo, Salva de María. Violín: Olvido Lanza. Violoncelo: Lito Iglesias. Percusión: Pedro Navarro. Música: Pablo Maldonado, Juan Requena. Idea original: Shoji Kojima. Coreografía: Javier Latorre. Música: Chicuelo, J. S. Bach, Popular. Letras: Pablo Neruda, Javier Latorre, Chicuelo. Escenografía: Chiaki Horikoshi. Iluminación: Hiroo Oshima. Vestuario: Naoki Yamada, Hiroko Tachikawa. Sonido: Masaru Tanaka. Regiduría: Katsutoshi Masuda. Producción: Machi Murata. Dirección musical: Chicuelo. Dirección: Javier Latorre. Lugar: Teatro Villamarta. Día: 27 de febrero. Hora: 21,00 horas. Aforo: Lleno.

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