Artes escénicas
El ‘Caudal’ del mejor flamenco se desborda en el Maestranza
Baile: Farruquito. Cante: Mari Vizárraga, Fabiola Pérez, Zambullo, David de Jacoba. Toque: Román Vicenti, Carlos de Jacoba. Percusión: El Piraña. Flauta: Juan Parrilla. Violín: Thomas Potiron. Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Lunes 15 de septiembre. Aforo: Lleno.
Farruquito lo tiene claro. Tras su última y algo frustrante experiencia en una Bienal, con el estreno absoluto de Pinacendá se ha instalado en un terreno que domina plenamente. No sólo porque lo conoce a la perfección, sino porque es un patrimonio personal y familiar, lo que en su caso es lo mismo. El vínculo artístico de esta familia es tal que en escena es casi imposible establecer la línea que separa la vivencia artística de la doméstica. Así, el beso en los tangos a su tía La Faraona arranca en el público una emoción tan flamenca como humana. Los aficionados sabemos la enfermedad que ha sufrido la bailaora. El mérito de esta obra es crear un espacio de intimidad para el público y los artistas.
Para ello, la puesta en escena es sobria, muy efectiva: no es difícil perderse en tan enorme escenario. La obra no es ni pretende ser original en su concepto, un recorrido por las provincias andaluzas y sus estilos característicos. Farruquito le ha dado todo el protagonismo al baile. Al temblor de la comunicación emocional que se establece en el remate, en el quiebro, en el marcaje, en las vueltas. Elegancia, seguridad y una técnica precisa al servicio de este mensaje. Mostrarse en escena: un hombre joven y bello que baila. Que goza bailando. Los tangos, que evocan el Sacromonte, son un primer momento cumbre de una obra que se prodiga en detalles gustosos. En la soleá-seguiriya que abre la propuesta, en los fandangos sobre la mesa ... La Faraona entra en escena por tangos y la energía se dispara: la hija del Farruco baila con el canasto, con el mandil ... y, por supuesto, con la contundencia del contoneo paquidérmico de su maravilloso cuerpo orondo, pura presencia. Los tangos son juego.Cantes mineros para los paisajes de Jaén y Almería y por alegrías regresa la elegancia en los marcajes, el dejarse llevar por un soniquete magnético, arrojarse en el ritmo y vivir del compás. Las bulerías en tono mayor anuncian lo que vendrá, después de las rondeñas de Málaga: el fin de fiesta por bulerías con unas letras dedicadas a Sevilla y sus gentes. Y allí, el momento de la noche, de lo que llevamos de Bienal, ese paso a dos con su tía, con una Faraona que marca con el delantal, con un hombro, que remata con una ceja. Y el bailaor le corresponde con un marcaje y una acrobacia de su abuelo Farruco. Electrizante. Todo intención, todo presencia, contundencia física, la certeza de que estamos vivos porque gozamos de la respiración, de la capacidad del movimiento absoluto en el que nuestro cuerpo responde a nuestro pensamiento porque va delante de éste. En ese momento nuestro cuerpo, en el del bailaor, no tiene limites. Farruquito no tiene límites. La Faraona no tiene límites. Una obra donde la cabeza sirve para acotar un ecosistema, el de la felicidad del mero baile.
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