Aru ejerce de 'Perico'
El italiano utiliza a todo el Astana para lanzar un valiente ataque y hundir a Dumoulin Purito salva el segundo puesto en un emocionante final
La Sierra de Madrid rebobinó treinta años de historia para vivir otra jornada para la memoria del ciclismo. Si en 1985 Pedro Delgado reventó la Vuelta la víspera del final desbancando a Robert Millar, ahora una emboscada del Astana vistió con la roja al italiano Fabio Aru, a punto de ganar su primera grande.
Un locura de etapa, de las que no se van a olvidar con el paso del tiempo. La fiesta estaba preparada para el holandés Tom Dumoulin, pero el segundo ascenso a La Morcuera marcó el inicio de una revolución que ofreció momentos de ciclismo ya olvidados. Los culpables fueron un equipo, el Astana, y un corredor, Aru, un sardo de 25 años con dos podios en el Giro.
Aru, cuyo ídolo es Alberto Contador, tiró del espíritu de Fuente Dé, aquel que permitió al madrileño batir en 2012 a Purito cuando el del Katusha tenía la Vuelta más fácil que Dumoulin. "Había que atacar de lejos, como le gusta hacer a él, y con el equipo lo preparamos a medida", dijo el italiano.
En la refriega se juntaron todos los intereses posibles. Estaban en juego las otras dos plazas del podio y algún puesto más honorífico. Purito salvó el segundo escalón por 12 segundos sobre Majka, que acabará tercero. El ciclista catalán no pudo explicar mejor cómo fue la persecución a Majka cuando el del Tinkoff se había marchado con Nairo Quintana. "Estaba acojonado, no podía seguirlos y dije, ya verás como pierdo el podio otra vez. Menos mal que ahí estaba el Astana", señaló.
A una jornada perfecta, llena de emoción de principio a fin, se unió también un veterano de 35 años, Rubén Plaza (Lampre), quien se llevó la etapa con una escapada en solitario de 140 kilómetros, desafiando los cuatro puertos de primera. El ciclista de Ibi aportó lujo a una etapa que vivía un gran incendio por detrás.
Toda la montaña de la Vuelta de los nueve finales en alto no había resuelto nada. Dumoulin y Aru llegaron al último asalto separados por 6 segundos. Sólo un ataque lejano, una obra maestra de la estrategia, podía evitar que el joven holandés se llevara su primera grande con 24 años.
Surgieron los inevitables recuerdos de momentos que ya no abundan en tiempos de un ciclismo calculado hasta el último metro. Fluyeron las viejas historias de Hinault en la sierra de Ávila en disputa con Gorospe o la de Pedro Delgado con su primera Vuelta en 1985, cuando atacó en Cotos, enlazó con Pepe Recio y le metió seis minutos a Millar. Y la más reciente de Contador. Parecían leyendas de improbable repetición viendo la fortaleza de Dumoulin, quien atrajo a una decena de medios holandeses, convencidos de que Joop Zoetemelk ya tenía un sucesor después de 35 años. Todo fue para ellos un penoso espejismo.
La etapa entre El Escorial y Cercedilla empezó a toda pastilla, se formaron varios grupos de escapados y entre todos se adelantó Rubén Plaza. Y le fue bien. Menuda temporada para un corredor que está en la lista para el Mundial de Richmond. Ganó en Gap una etapa del Tour y firmó su segunda victoria en la Vuelta.
Lo que recordará siempre empezó en la segunda subida, de 10 kilómetros, a La Morcuera. Se armó la mundial. El Astana movió sus tropas con una primera aceleración de Mikel Landa que hizo torcer el gesto a Dumoulin, aunque resistió, a duras penas.
El segundo latigazo tuvo como primer actor al propio Aru, quien atacó a fondo a 1.800 metros de la cima para soltar al holandés. Este latigazo fue clave. El sardo se llevó a todos y cada uno de los favoritos y Dumoulin quedó aislado. Por fin, dirían los chicos del Astana.
Comenzó el festival azul. En la bajada del puerto Aru y Landa enlazaron con Luis León Sánchez y Zeits. Ese tren, unido a los intereses de Purito, Majka y Quintana, fue un avión letal para Dumoulin, que penaba en solitario.
Con el líder eliminado quedaban movimientos interesantes. A tres kilómetros de Cotos, último puerto de la Vuelta, se marcharon Quintana y Majka. Peligro para Purito. Tocó perseguir ya con las piernas avisando de calambres. Camina y revienta. El catalán se unió a la marcha del Astana, y aquello resultó su tabla de salvación. En Cercedilla, entró brazos en alto Aru, apretando los dientes Purito y feliz el polaco Majka. Dumoulin conoció la parte más amarga del ciclismo y del deporte. De no haber sido así, tal vez esta etapa no estaría ya en el libro de oro de la Vuelta.
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