Patria o muerte, valga la redundancia
Una de las causas de la penuria de no pocos países de América Latina tiene que ver con el Foro de Sao Paulo, creado para hacer pervivir el socialismo tras la caída del Muro de Berlín
ASÍ dijo Cabrera Infante, a partir de un lema de Castro. La discusión sobre si Cuba vive en una dictadura o en una “no democracia” es bastante estéril. El puesto que este país ocupa en el ranking de calidad de la democracia (141 de 167 países en el Democracy Index 2020 de The Economist, justo después de Eswantini –Suazilandia, para entendernos– y justo antes de ¡Afganistán!) o en el de Libertad económica (176 de 178 en el ranking de Heritage Foundation), parecen decir a las claras cuál es la realidad, aun aceptando las limitaciones de estas clasificaciones. Y Naciones Unidas no nos sirve de ayuda en este caso, aunque alguna ministra así lo crea, ya que esa organización no se dedica a clasificar formas de gobierno ni a dar patentes de democracia. No obstante, la ONU si produce un indicador que vienen al caso si de clasificar al país se trata; se trata del Índice de Desarrollo Humano (esperanza de vida, escolarización y renta per cápita) que podría servir para comprobar los resultados del régimen cubano y en su caso legitimarlo, pero el inconveniente es que la isla tiene la posición 70 entre 189 países, lo que no parece demostrar que la contumacia revolucionaria hay atenido éxito. Pero, claro, siempre está la excusa del embargo, útil para justificar cualquier cosa. La verdad es que Cuba comercia libremente con numerosos países y sus importaciones son crecientes, al contrario que las exportaciones, y el déficit es creciente: lo comprado en el exterior es unas cinco veces lo vendido. Ese embargo, que no bloqueo, impide el comercio y las inversiones desde EEUU o a las empresas norteamericanas y desde hace un tiempo también se impide la recepción de remesas con ese origen. Tienen un volumen importante, aunque resulte chusco sostener que la economía cubana es dependiente de los envíos de dinero que hacen, precisamente, quienes lograron salir del país.
Así las cosas, tenemos que calificar el régimen de la isla según nuestros propios valores y simpatías. La realidad es que un régimen comunista no puede sostenerse sino es en forma de dictadura y las dictaduras suelen mantenerse bien por temor o bien porque dan lugar a progreso material de la población. En esto, la verdad sea dicha, han sido más exitosas las de derechas: ha sido nuestro caso, durante el franquismo o en Chile durante Pinochet, y en ambos fue el abandono de la economía cuartelera lo que permitió ese progreso. El único éxito de un partido comunista en este ámbito se encuentra en China, cuyos dirigentes han tenido la habilidad de denominar “peculiaridades chinas” a lo que no es otra cosa que la progresiva permisión del funcionamiento de los mecanismos de mercado. El único éxito verdadero de la revolución ha sido hacer creer a las personas que su vida depende del Estado. Incluso entre nosotros, algunos ignorantes con estudios creen que es posible que el Estado por sí solo sea capaz de organizar la producción y la distribución de todos los bienes, que sea capaz de asignar todos los precios basándose sólo en el coste de producir e ignorando las señales de preferencias que se producen en el mercado. Esto no es posible y, precisamente, uno de los aspectos más notables de la reforma china fue ir dejando que cada vez más precios se fijasen libremente en el mercado –o sea, en el intercambio libre– y que las asignaciones de recursos –decisiones de inversión– no fuesen enteramente gubernamentales.
Hago esta comparación con China para señalar que, en mi opinión, ya no hay posibilidad de reformas paulatinas en Cuba que sirvan a la vez para aliviar el descontento de la población, para que sienta posibilidad de mejoría, y para mantener el poder por parte de quienes lo detentan. Ya no hay posibilidad, no hay autoridad moral ni capacidad de contener a la población salvo atemorizándola, para emprender reformas como las del país asiático desde 1978. Y tampoco sirve el referente de laTransición española porque no era el cubrimiento de necesidades lo que se pretendía, sino que, considerado éste satisfecho, perseguíamos poder elegir quiénes habían de gobernarnos, y construir un marco legal que asegurase y protegiese el ejercicio de la libertad individual, capaz también de limitar la acción discrecional del gobierno mediante las leyes y las instituciones de contrapeso.
Otro de los aspectos singulares de lo que está sucediendo en Cuba, si prospera, es que puede dar lugar a la quiebra del referente para no pocos movimientos y gobiernos iberoamericanos. Sería de necios ignorar la directa inspiración del Gobierno cubano no ya en Venezuela, sino en otros países, o la ilusión socializante como camino al progreso que podemos ver en la presidencia mexicana o en el nuevo presidente peruano, por ejemplo. Tengo para mí que una de las causas de la penuria de no pocos países de América Latina –y la que se les avecina a otros– tiene que ver con que el Foro de Sao Paulo, creado en 1990, tuvo como finalidad hacer pervivir el socialismo tras la caída del Muro de Berlín, en lugar de reflexionar sobre las causas que habían conducido al colapso soviético y de sus países satélite. No es el progreso de los ciudadanos lo que importa a los miembros de este foro, sino la pervivencia de sus ideas sobre la forma de organizar a la sociedad, lo cual no significa otra cosa que querer anular su libertad.
Durante algunos años, mientras pervivió la Unión Soviética, a Cuba le fue bien comiendo por mano ajena, pero, caída ésta, no hubo más remedio que establecer el eufemístico “régimen especial”, que no fue otra cosa que limitaciones de todo tipo y que darían lugar al recordado “maleconazo”. Manifestaciones de descontento finalizadas con la intervención directa de Castro, no tengo claro si por su capacidad de persuasión o de atemorizar, y con la salida de balseros, no pocos de los cuales eran simplemente delincuentes comunes a quienes se liberó de las cárceles. Ahora, ante las nuevas manifestaciones, vimos algo para lo que no hay calificativos: animar a los revolucionarios a contenerlas; es decir, animar a unos ciudadanos a combatir a otros. El problema ahora es que ya ni Venezuela está en condiciones de poder dar apoyo a la economía cubana.
En los años posteriores a la revolución y durante bastante tiempo, la propaganda a favor del régimen castrista, de sus causas, de sus logros y de sus aspiraciones tuvo mucho éxito; moldeó el pensamiento hacia Cuba. En el imaginario está que la Cuba de Batista no sólo era un país sometido a una dictadura –cierto, pero lo sigue siendo–, sino que los casinos y burdeles eran abundantísimos –lo hacían ver casi como la característica distintiva– y estaban consentidos de un modo inmoral por el gobierno. Huelga hacer alusión a que las “jineteras” siguieron contribuyendo al “atractivo turístico” del país durante años y años, y tal parece que de una dictadura pasaron a otra.
Imagine el lector, por ejemplo, cuáles serían sus propios sentimientos si en España hubiese establecimientos comerciales a los cuales les estuviese prohibido el acceso –salvo “acompañado al foráneo” en algunos casos– o que, aún hoy en día, haya establecimientos bien surtidos, pero en los que sólo se puede comprar algo si se paga con una moneda de otro país. O sea que, acabada la distinción entre clase propietaria y clase trabajadora, surge una nueva categoría: la clase con acceso a dólares y la clase que sólo tiene pesos. ¿Aceptaría el lector que nuestra moneda no sirviese de medio de pago en cualquier lugar en nuestro país? El que en esos establecimientos provean artículos importados que hay que pagar con divisas escasas no sirve de justificación. Todavía hoy siguen vigentes las cartillas de racionamiento, que significan no sólo la existencia de escasez, sino que el Gobierno decide qué y cuánto has de consumir. Y la liberalización de importaciones de artículos personales y de medicinas está muy bien, siempre que las personas tengan dinero para pagarlas. El problema es muy serio y no puede ser banalizado, no creo que haya posibilidad de reformas paulatinas porque los dirigentes no parecen dispuestos a ceder nada del poder que ejercen y no dudarán en atemorizar a la población, según es su costumbre. Quizá, si el camino hacia la democracia y la libertad económica prospera, sea necesario, llegado el momento, facilitar el exilio a la dirigencia –en España, por ejemplo–, consentir que se lleven consigo caudales suficientes y asegurarles que no habrá ningún juez garzonita que intente procesarlos. Por lo demás, seguro que los cubanos serán capaces de organizarse por sí mismos y despertarán de nuevo simpatía en el mundo.
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