Una coyuntura más endiablada para el otoño
Análisis
Ya se empieza a notar el fin de los efectos positivos de la salida de la pandemia y de las medidas contra la inflación
En España permanecen problemas estructurales que no se han corregido
La evolución de la economía mundial –con algunos países como excepción negativa– fue mejor de la esperada tras el fin de la pandemia y el comienzo del conflicto de Ucrania. Países creciendo a ritmos superiores a los pronósticos y con fuerte resiliencia en su mercado de trabajo. Y eso que posteriormente aparecieron nuevos conflictos –como el de Israel y Gaza– que crearon más incertidumbre. Sin embargo, se empieza a notar el agotamiento de los efectos positivos de la salida del Covid-19 y de las medidas que los gobiernos y bancos centrales aplicaron desde 2022 para luchar contra la inflación, principal nota discordante en el razonablemente buen comportamiento de la economía. La inflación pilló de sorpresa a muchos –incluidos los bancos centrales con su tardía reacción– hace dos años y medio. El índice general de crecimiento de precios al consumo ha ido disminuyendo en el último año y ya está por debajo del 3% –datos de julio–, tanto en la zona euro (2,5 ) y Estados Unidos (2,9), con comportamiento también favorable en la inflación subyacente, que siguen más de cerca los bancos centrales. España tuvo una inflación, según el índice general, del 2,8, mismo nivel que alcanzó la subyacente.
Los datos de crecimiento del PIB del segundo trimestre también fueron positivos, mejor de lo esperado, en buena parte de los países occidentales, con Alemania como gran excepción. España es un buen ejemplo, con un crecimiento entre trimestres del 0,8 % del PIB que da lugar a una tasa de crecimiento interanual del 2,9%. Sin embargo, en nuestro país se comienza a apreciar un debilitamiento del consumo –la subida de tipos se ha notado, entre otros factores– que probablemente llevará a un menor crecimiento de la economía española hasta finales de 2025. Algo parecido puede suceder en países vecinos y en Estados Unidos. Las dudas sobre lo que pueda pasar en la economía y el empleo en EEUU en los próximos trimestres mantienen en vilo a la economía mundial. Lo pudimos observar, entre otros factores, en el derrumbe de los mercados del lunes 5 de agosto.
Los últimos datos disponibles del mercado de trabajo de España (paro registrado de julio) mostraron una caída en el número de desempleados, pero también en la creación de empleo. Hay que estar muy atento al mercado de trabajo en los próximos meses, que, por la estacionalidad del calendario, no son los mejores, al finalizar los contratos de la campaña de verano. Por todo ello, la coyuntura económica en nuestro país, aun siendo comparativamente más favorable, podría tener menor fortaleza de la demanda y de crecimiento económico en el futuro inmediato. Es en contexto de menor bonanza donde se ponen a prueba las estrategias económicas y reformas de largo plazo, y nuestro país podría no haber hecho suficientes deberes. Todo ello a pesar de la recepción de importantes cantidades de fondos Next Generation EU, que pueden haber supuesto unas décimas de crecimiento en el corto plazo desde 2021. Está por ver qué capacidad han tenido para generar un retorno en el largo plazo y ser un eje significativo de aumento de la productividad, competitividad y bienestar. Existen dudas razonables de que no se ha extraído, al menos hasta ahora, buena parte de su capacidad transformadora de la economía española. La gestión realizada de los fondos parece impactar en los resultados a corto plazo mucho más que en los de largo plazo, siendo estos últimos a los que realmente iban enfocados.
Aunque la coyuntura económica haya sido benigna para la economía española en los tres últimos años, donde nuestra especialización relativa en turismo y resto de servicios ha jugado a nuestro favor, han permanecido problemas estructurales que no se han corregido apenas o que incluso han empeorado en ese periodo. El más significativo, quizás, las dificultades de las cuentas públicas para estar equilibradas, incluso en periodos de crecimiento. Es cierto que la pandemia y los efectos de los conflictos bélicos, sobre todo el de Ucrania, requerían actuaciones de gasto público. Sin embargo, el diseño de un buen número de esas medidas, demasiado generalistas (y, por tanto, “caras” para el erario) en vez de ir destinadas solamente a los sectores más afectados. Las nuevas reglas fiscales europeas aspiran a devolver a los países a una senda que evite los déficits públicos, lo que permitirá ganar credibilidad cara a todos los agentes implicados, incluidos los mercados de deuda. Sin embargo, el horizonte de la fiscalidad en nuestro país parece tener una cita trascendente y muy compleja en el ámbito político cuando haya que debatir y diseñar el nuevo sistema de financiación de las Comunidades Autónomas, a resultas del acuerdo para la investidura en Cataluña. Definir la “financiación singular” (o la especie de “concierto”) para esa comunidad tiene unas repercusiones fiscales, económicas y políticas para el resto y el país en su conjunto, efectos que aún no conocemos en buena parte, y que harán endiablada la vuelta del verano.
Finalmente, los últimos meses del año nos deben traer el debate sobre unos Presupuestos Generales del Estados para 2025, que no conviene para nada volver a prorrogar pero que no tienen, hasta la fecha, garantías suficientes que saldrán adelante. Sin los mismos y sin un acuerdo mínimo para otras leyes muy importantes -como la del suelo-, problemas acuciantes como, por ejemplo, la accesibilidad a la vivienda y la necesidad de aumentar la oferta de casas se convertirían aún en más graves, generando graves distorsiones para las aspiraciones de las generaciones más jóvenes. También para el conjunto de la economía, que no podrá facilitar acceso suficiente a la vivienda al talento que incorpora, necesario para la transformación productiva y digital del país. En suma, un final de año, que parte con buenos números, pero con una situación política excesivamente compleja –que afectará a la efectividad de las medidas– y con problemas estructurales que se pueden enquistar más.
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