La guerra de las estadísticas
Nadia Calviño refutó en Andalucía que la región crezca más que España, pero los datos muestran que la economía andaluza disfruta ahora de una coyuntura más favorable que la española
LA vicepresidenta Nadia Calviño no cree que Andalucía crezca más que el conjunto de España ni que se cree aquí más empleo que en el resto del país. Es decir, no se cree las estadísticas, quizá porque sospeche que hay algún tipo de manipulación malintencionada de los datos o porque que los estadísticos no hacen bien su trabajo. Aclaremos que no son datos que sólo salgan de Andalucía, sino que así también lo indican la inmensa mayoría de los indicadores que elabora el Instituto Nacional de Estadística (INE) y otras instituciones.
La guerra entre el Gobierno y el INE alcanzó su momento culminante el pasado septiembre, cuando el INE corrigió su propia previsión del 2,8% de crecimiento durante el segundo trimestre de 2021 a nada menos que el 1,1%. Luego volvió a corregir y para el tercero elevó su estimación previa en seis décimas, pero la invasión del Gobierno en el territorio soberano de los estadísticos ya había comenzado, que, como los ucranianos, resisten valerosamente la arremetida. El último ataque procede del ministerio de Hacienda, que ha decidido dejar de enviarle los datos fiscales sobre ventas y salarios que sirven para elaborar la estimación anticipada del PIB trimestral.
Había antecedentes más sutiles. La táctica del acoso al paradigma, normalmente disfrazada de coraza técnica, la hemos podido apreciar, por ejemplo, en las críticas, incluso desde dentro del propio gobierno, al fundamento democrático a la Constitución del 78, pero también en el territorio de las estadísticas. La ofensiva conocida como “más allá del PIB” ha sido defendida por el presidente y la vicepresidenta económica del Gobierno en diferentes foros y ocasiones y viene a señalar que este indicador, el Producto Interior Bruto, no refleja adecuadamente el nivel de bienestar y progreso de una sociedad y que conviene buscar mejores alternativas. Reconozcamos que algo de razón tienen, porque resumir en un solo número la capacidad de producción y generación de riqueza de un país obliga a un ejercicio de síntesis tan extraordinario que, lógicamente, muchos aspectos relevantes se quedan en el camino. No es nada nuevo, pero ninguna alternativa ha conseguido hasta ahora imponerse debido a que, con todas sus limitaciones, la contabilidad del PIB permite observar la variación en el tiempo de la producción de bienes y servicios, es decir, el crecimiento, porque siempre se mide de la misma forma, y compararnos unos con otros, porque todos lo hacen con el mismo método.
Hay otra razón para buscar un sustituto al PIB y es, como suele ocurrir con los destierros, de naturaleza política: a veces da malas noticias y una de forma de impedirlo es haciéndolo callar o interviniendo en su elaboración. Es práctica propia de autócratas, como cada día nos recuerda Putin, pero en tiempos del vicepresidente Pablo Iglesias llegó plantearse en algún momento algo parecido con los medios de comunicación insumisos y también con la expulsión de los díscolos en actos políticos y convocatorias de prensa de algunos partidos.
Pero vayamos a los datos que cuestiona la vicepresidenta sobre Andalucía. Recurriremos a los indicadores del Instituto de Estadística y Cartografía de Andalucía porque la contabilidad regional del INE para 2021 se retrasará todavía unos cuantos meses, aunque aclarando que los indicadores en que se basan las estimaciones proceden en su mayoría del propio INE.
Lo que nos indican es que Andalucía creció más que España durante 2019 (1,9 frente a 1,7), se hundió menos durante la pandemia (-8,6 frente a -8,8 en 2020) y ha vuelto a crecer más durante 2021 (6,1 frente a 5,2), así que, pese a las limitaciones del PIB para reflejar fielmente el crecimiento económico, existe una notable confluencia de los indicadores que soportan su estimación en dar la razón a los estadísticos, frente a impertinente suspicacia de la vicepresidenta.
Si buscamos en las interioridades de los datos, cuyos fundamentos, insistimos, suelen estar en el propio INE, encontramos que, desde la perspectiva de la oferta, en 2021 cayeron el valor añadido agrario y el de la construcción, tanto en Andalucía como en España, pero mientras que en la primera lo hicieron en 0,5 y 0,6 puntos, respectivamente, en España fue 4,3 y 5. Los servicios, la mayor parte de la producción, crecieron de forma muy parecida (7,6 en Andalucía y 7,5 en España), impulsados por la recuperación del turismo, pero donde la diferencia resultó más acusada fue en la industria, que en Andalucía creció en 5,9 puntos y en España en 1,2.
La perspectiva de la demanda vuelve a incidir en las mismas sensaciones. En este caso, el conjunto de la economía española reflejó un crecimiento de la inversión mucho mayor (9,6 frente a 2,2), pero el gasto en inversión suele ser inferior a la cuarta parte del PIB, mientras que el gasto en consumo se sitúa normalmente por encima del 75%. El consumo final creció en 2021 en Andalucía un 3,6% y en España un 2%, a lo que hay que añadir que también crecieron más las exportaciones (31,1 frente a 15,8) y las importaciones (20,2 y 11,1), cuyas variaciones suelen venir determinadas por la intensidad del consumo interior.
Todos estos elementos y los indicadores en que se fundamentan confluyen de manera concluyente en señalar que la economía andaluza disfruta en estos momentos de una coyuntura más favorable que la española, pese a las reticencias de la vicepresidenta. No significa que el atraso secular de Andalucía haya desparecido en estos años, como ella misma apuntaba al recordar las diferencias en tasas de paro, pero, aunque no haya sido lo habitual en el pasado, todo parece indicar que llevamos unos años creciendo más que el resto. Nadie debería molestarse por ello. Y, sobre todo, no manifestarlo abiertamente, salvo que disponga de datos alternativos y convincentes.
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